“A lo mejor la
revolución se hace con esta materia, con las tripas, y después viene otro y la
escribe. Si se gana, todos los argumentos son pruebas de lo acertado de la idea
y de las convicciones. Si se pierde, acaso ni siquiera se pueda contar por qué
combatimos”, reflexiona Ismael, el militante de la juventud peronista que
protagoniza Montoneros o la ballena
blanca, primera novela del historiador Federico Lorenz, cuyo nombre de
guerra remite inmediatamente a Moby Dick de Herman Melville. La referencia,
lejos de ser casual, inscribe al texto en la tradición de las novelas de viaje
y anticipa la relevancia del océano como espacio simbólico en la trama.
Novela
histórica, thriller, picarezca criolla, road
movie, historia de aventureros, narración épica. Sin exageraciones ni
celebración desmedida: la novela de Lorenz es un potente condensador de géneros
que logra relatar una historia que se sostiene sin esfuerzos hasta la última
línea.
El
argumento que aquí se despliega realiza un movimiento pendular, que comienza en
la guerra de Malvinas, luego se desplaza hacia la resistencia montonera en
plena dictadura militar, para trasladarse a las postrimerías del gobierno de
facto en un viaje a la Patagonia que culmina rumbo a Malvinas. Al tiempo que
compone un crudo retrato urbano donde la militancia revolucionaria se sostiene
hasta el ridículo en pleno estallido represivo, la novela de Lorenz pone en
evidencia las contradicciones mortales en las que cayó la política de
confrontación directa que se dio Montoneros de cara al régimen militar. Aquí, a
través de las peripecias que atraviesa el comando “Héroes de la resistencia”,
un reducido grupo suburbano de militantes que observa cómo sus integrantes son
“chupados” con facilidad por las fuerzas represivas, se pone sobre el tapete
tanto la brutalidad de la represión, como la complicidad civil y la
irresponsabilidad de la conducción de Montoneros, que insistía en instruir a
sus militantes para que no abandonasen una lucha tan desigual como perdida de
antemano.
Como
marcas de su labor historiográfico, Lorenz glosa en la historia distintos
comunicados, documentos y notas de prensa interna que la conducción de
Montoneros, radicada en el exterior, emitía para la lectura, instrucción y guía
de los militantes que continuaban clandestinos en la Argentina, aún a sabiendas
que el ojo de la represión los seguía a toda hora y que el peligro aumentaba
con los días. A su vez, hacia las páginas finales, aparecen intercalados con el
argumento textos propios de Benjamín Menéndez, orientados a subir la moral de la
tropa argentina en Malvinas, en un trabajo de fino entrecruzamiento de historia
y ficción, algo que ya cuenta con basta tradición en la literatura argentina.
A
pesar de la omnipresencia de la muerte, el texto de Lorenz no está ni cerca de
ser lacrimógeno. Sus personajes destilan porteñidad de la buena, pícara y
compañera, y nunca dejan de ser finos observadores y comentaristas ingeniosos,
siempre en un argot peronista. El Chifa, el Lanas, Angueto, Nemo, el Gari,
rozan el estereotipo del hombre de barrio setentista, peronistas hasta la
última uña, no demasiado formados teóricamente sino curtidos en la experiencia,
hechos íntegramente de valentía y entrega a la causa. Hay, claro, personajes
más sombríos, místicos e ilustrados, como el de “El General”, líder nato y
portavoz del Comando, que se encarga de dotar la experiencia de matices épicos,
citas ilustradas, pasajes filosóficos, que permiten al texto moverse por
sectores insospechados para una historia de marcada raigambre política. En Montoneros o la ballena blanca, la
ficción finalmente predomina como forma narrativa sobre la labor
historiográfica y, sin abandonar rigor teórico, la novela transita
paulatinamente hacia una dimensión difusa y acaso fantástica, con escenas que
rozan el delirio, con los montoneros haciéndose pasar por evangelistas en
Mendoza durante meses, o a bordo de un submarino nazi rumbo a las Malvinas, al
mando de un ex capitán de la flota alemana.
Luego de narrar desde adentro la experiencia paranoica
de militar en plena dictadura, el texto toma un rumbo impredecible, en una
novela rutera que mueve su locación de las calles de los suburbios hacia la
cordillera de los Andes, con el objetivo de emular al ejército sanmartiniano,
luego hacia el sur argentino y finalmente al océano y más allá. A bordo del
“Cumpa”, un colectivo viejo pero aguantador, los aventureros de dedos en ve
persiguen su redención de un devenir social y político que los llevó al borde
de la muerte, los quebró y se llevó a sus amigos y compañeros. Por eso, a todo
motor, atraviesan el país ya en la decadencia de la dictadura militar para
lograr, ya en las Malvinas, poner el último “caño”, el ansiado tiro de gracia.
Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 26 de agosto de 2012
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