lunes, 5 de agosto de 2013

Faro del fin del mundo

Cuando tenía 22 años, Yael, una azafata israelí, sufrió un atentado de parte de activistas palestinos en el que murió su mejor amiga y ella resultó herida. Veinte años después de aquel hecho, apenas un centímetro de lana en el inmenso ovillo de violencia que desató la ocupación de Gaza por parte de Israel, Yael visita en la cárcel a Hazzan, el palestino sobreviviente de aquel episodio, motivada por profundas fuerzas internas y externas, presionada por su entorno pero impulsada por la búsqueda incesante de una paz posible. Estas situaciones, que sucedieron en la realidad pero con protagonistas de otros nombres, son las que inspiraron a Mario Diament a escribir Tierra del Fuego, protagonizada por Alejandra Darín, en el papel de Yael, y Pepe Monge, en el de Hazzan. El diálogo que entre ellos se produce es el componente central de esta obra que explora muchas de las largas y profundas contradicciones que atraviesa la comunidad israelí respecto del conflicto con Palestina. Completan el elenco Ricardo Merkin, Elena Petraglia, Juan Carlos Ricci y Miguel Jordan, que en sus pequeñas intervenciones ofrecen lo mejor de este espectáculo.

Si bien la obra está estructurada en torno al diálogo entre Yael y Hazzan, esta conversación se ve interrumpida en diversos momentos por la irrupción de los restantes personajes, que aguardan sentados a un costado de la escena. Así, Yael pasa a dialogar con su marido, con el abogado de Hazzan y con la madre de su amiga asesinada en el atentado, sin que medie un cambio de escena drástico, sino que la separación está dada principalmente por lo auditivo. En todos los casos, estos personajes representan las diversas posiciones civiles en torno al conflicto político-social entre Israel y Palestina: los sionistas, los judíos pacifistas y críticos de la ocupación, y la posición palestina libertaria. Un mérito central de esta propuesta es la posición que asume, en la medida en que no se erige por encima de la situación, delicada e irreconciliable entre dos pueblos, ofreciendo una lectura superadora, sino que busca reflejar la complejidad y la gravedad de la situación, en tanto plantea un mensaje de concordia que confía en que el amor por el prójimo puede quebrar intereses, incluso aquellos más profundos, como los políticos, económicos y religiosos. Tampoco tiene tapujos al señalar que la ocupación de Gaza es una acción desigual, injusta y cruel.

Tierra del fuego por momentos es demasiado solemne: son pocas las humoradas, escasean las situaciones que distiendan una atmósfera que de principio a fin es acuciante. La puesta en escena, sencilla, ayuda a que toda la atención se centre en los diálogos. Hay también un fuerte componente audiovisual que aporta dinamismo. La posibilidad de la recuperación de cuanto menos un ápice de lo perdido a causa de la guerra es lo que propone la obra como esperanza entre tanta pérdida.



Director: Daniel Marcove
Autor: Mario Diament
Actúan: Alejandra Darin, Pepe Monje, Ricardo Merkin, Elena Petraglia, Juan Carlos Ricci y Miguel Jordan.
Diseño gráfico: Pedro Flores Maldonado
Producción: (Ejecutiva) Pablo Silva
Vestuario: Daniela Taiana
Diseño del espacio: Tito Egurza

Asistencia de dirección: Iardena Stilman
Musica: Sergio Vainikoff
Asistencia de Producción: Maria Daniela Laprea, Henry Rosales
Realización de escenografía: María José Crivella y Marina Apollonio
Realización de vestuario: Lidia Benitez

Fotos: Gianni Mestichelli

Publicado en el suplemento de Espectáculos de Perfil el domingo 4 de agosto de 2013

Aquí me pongo a cantar

Letras gauchas, de Julio Schvartzman, es un volumen extenso y rico dedicado al análisis de diversas expresiones de la literatura gauchesca que, lejos de sustraer aquellos textos y analizarlos como piezas de museo, pone en diálogo muchos de los cantos fundacionales de la literatura argentina con debates y tradiciones de pensamiento universales.

Juan Francisco Gentile
Las tensiones entre oralidad y escritura conforman uno de los núcelos de sentido centrales del surgimiento, la historia y el desarrollo no sólo de la literatura, sino cultura argentina en su conjunto. Allá por el siglo XIX, cuando intelectuales formados en Europa o Estados Unidos retornaron a estas pampas para intervenir activamente en el debate político-cultural sobre la conformación de un Estado y un ser nacional (como Sarmiento o Esteban Echeverría, por nombrar dos casos emblemáticos), se produjo un choque de culturas al momento de la interpretación y la dotación de sentido de aquellas formaciones discursivas ya existentes en la cultura local, de fuerte arraigo popular, ricas en localismos, con un desarrollo propio del lenguaje y una tradición de difusión principalmente oral, por la ausencia de escribas y la aún escasa expansión de la cultura letrada en el Río de la Plata y tierra adentro. La letra hablada y la letra impresa, las marcas de la oralidad en la literatura luego llamada “gauchesca”, la apropiación de la cultura criolla que se llevó adelante desde la intelectualidad, los proyectos encontrados en cuanto a la lectura que se hizo del gaucho (como rebelde y antisistema, como sujeto buenazo, adaptado al orden imperante, que hace “gauchadas” o como una tensión entre ambos sentidos) conformaron un complejo mosaico de líneas de pensamiento que hasta hoy continúan en tensión. Julio Schvartzman, crítico, docente y uno de los principales especialistas en literatura gauchesca de nuestro país, acaba de publicar Letras gauchas, un extenso trabajo que reúne una serie de ensayos críticos acerca las diversas poéticas del género, ya no como parte del estudio de la tradición local sino en el marco de grandes líneas de debate histórico, social, estético y político. A través de largos trabajos, Schvartzman disecciona al detalle lingüistica, conceptual, social, simbólica e históricamente los textos con los que trabaja, lo cual constituye una virtud y un defecto al mismo tiempo: mientras que el análisis es amplio, rico e interdisciplinario, abordando cuestiones generalmente inadvertidas por aquello que comúnmente se lee y escribe sobre literatura argentina del siglo XIX, el grado de especificidad de los temas que trata y de los aspectos señalados es por momentos extremo y difícilmente entusiasme a un lector no especializado.     

Leemos –acortamos para sintetizar-: “En el interior de una cultura de base oral, y también en los amplios territorios orales que se extienden en el interior de la cultura letrada, la cita tiene una función primordial. En latín, citare es sobre todo poner en movimiento, a menudo con energía, y también hacer venir, llamar. Cuando decimos `había una vez´ ponemos un embrague de narratividad, estamos haciendo venir la situación y la atmósfera propicia para el relato (…). Pero cuando un escrito cita una de esas fórmulas de la oralidad la operación tiene una complejidad diferente (…) También hace venir, pero esta vez no meramente la situación y la atmósfera del relato: reconstruye de otro modo, en el espacio de la escritura, aquel ámbito perdido, estableciendo con él una aproximación imaginaria y un corte. El texto funciona (…) como una curiosa partitura, que tanto puede incitar a la devolución de la pieza al ámbito perdido de la oralidad, como a reivindicar su propia consistencia, su soberanía espacial, su sonoridad interna”. Schvartzman va hacia las profundidades del arte de narrar historias, sus orígenes, sus movimientos estructurantes. Y lo hace incisivamente, sin visitar lugares comunes, lo cual aporta un claro valor agregado a este trabajo. El gaucho como sujeto político y social, su lugar simbólico en el imaginario de la cultura rioplatense, y los modos en que su voz fue apropiada por la cultura letrada, los cruces, desvíos, corrimientos y ajustes entre ésta y la cultura proveniente de la experiencia de la naturaleza, son algunos de los tópicos que el autor recorre y analiza con detalle científico, para el deleite de los estudiosos de las letras argentinas.


Julio Schvartzman es docente y e investigador de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde participó y participa activamente de la vida académica y gremial. Dictó clases de grado y posgrado en universidades de Buenos Aires, Uruguay, París, Estocolmo y Constanza. Anteriormente publicó La lengua de la conquista espiritual, Microcrítica y el volumen La lucha de los lenguajes, parte de la fundamental Historia crítica de la literatura argentina, colección que dirigió Noé Jitrik en 2003. La publicación de Letras gauchas por Eterna Cadencia forma parte de un interesante movimiento editorial por parte de esa casa editora, que de un tiempo a esta parte publicó títulos que son una referencia ineludible para el estudio crítico de la literatura argentina, con autores como Josefina Ludmer y Oscar Masotta y Silvia Molloy, además del propio Schvartman. 


Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 4 de agosto de 2013