domingo, 26 de agosto de 2012

Sesión de espiritismo


“A lo mejor la revolución se hace con esta materia, con las tripas, y después viene otro y la escribe. Si se gana, todos los argumentos son pruebas de lo acertado de la idea y de las convicciones. Si se pierde, acaso ni siquiera se pueda contar por qué combatimos”, reflexiona Ismael, el militante de la juventud peronista que protagoniza Montoneros o la ballena blanca, primera novela del historiador Federico Lorenz, cuyo nombre de guerra remite inmediatamente a Moby Dick de Herman Melville. La referencia, lejos de ser casual, inscribe al texto en la tradición de las novelas de viaje y anticipa la relevancia del océano como espacio simbólico en la trama.
Novela histórica, thriller, picarezca criolla, road movie, historia de aventureros, narración épica. Sin exageraciones ni celebración desmedida: la novela de Lorenz es un potente condensador de géneros que logra relatar una historia que se sostiene sin esfuerzos hasta la última línea.       
El argumento que aquí se despliega realiza un movimiento pendular, que comienza en la guerra de Malvinas, luego se desplaza hacia la resistencia montonera en plena dictadura militar, para trasladarse a las postrimerías del gobierno de facto en un viaje a la Patagonia que culmina rumbo a Malvinas. Al tiempo que compone un crudo retrato urbano donde la militancia revolucionaria se sostiene hasta el ridículo en pleno estallido represivo, la novela de Lorenz pone en evidencia las contradicciones mortales en las que cayó la política de confrontación directa que se dio Montoneros de cara al régimen militar. Aquí, a través de las peripecias que atraviesa el comando “Héroes de la resistencia”, un reducido grupo suburbano de militantes que observa cómo sus integrantes son “chupados” con facilidad por las fuerzas represivas, se pone sobre el tapete tanto la brutalidad de la represión, como la complicidad civil y la irresponsabilidad de la conducción de Montoneros, que insistía en instruir a sus militantes para que no abandonasen una lucha tan desigual como perdida de antemano.  

Como marcas de su labor historiográfico, Lorenz glosa en la historia distintos comunicados, documentos y notas de prensa interna que la conducción de Montoneros, radicada en el exterior, emitía para la lectura, instrucción y guía de los militantes que continuaban clandestinos en la Argentina, aún a sabiendas que el ojo de la represión los seguía a toda hora y que el peligro aumentaba con los días. A su vez, hacia las páginas finales, aparecen intercalados con el argumento textos propios de Benjamín Menéndez, orientados a subir la moral de la tropa argentina en Malvinas, en un trabajo de fino entrecruzamiento de historia y ficción, algo que ya cuenta con basta tradición en la literatura argentina.

A pesar de la omnipresencia de la muerte, el texto de Lorenz no está ni cerca de ser lacrimógeno. Sus personajes destilan porteñidad de la buena, pícara y compañera, y nunca dejan de ser finos observadores y comentaristas ingeniosos, siempre en un argot peronista. El Chifa, el Lanas, Angueto, Nemo, el Gari, rozan el estereotipo del hombre de barrio setentista, peronistas hasta la última uña, no demasiado formados teóricamente sino curtidos en la experiencia, hechos íntegramente de valentía y entrega a la causa. Hay, claro, personajes más sombríos, místicos e ilustrados, como el de “El General”, líder nato y portavoz del Comando, que se encarga de dotar la experiencia de matices épicos, citas ilustradas, pasajes filosóficos, que permiten al texto moverse por sectores insospechados para una historia de marcada raigambre política. En Montoneros o la ballena blanca, la ficción finalmente predomina como forma narrativa sobre la labor historiográfica y, sin abandonar rigor teórico, la novela transita paulatinamente hacia una dimensión difusa y acaso fantástica, con escenas que rozan el delirio, con los montoneros haciéndose pasar por evangelistas en Mendoza durante meses, o a bordo de un submarino nazi rumbo a las Malvinas, al mando de un ex capitán de la flota alemana.

           Luego de narrar desde adentro la experiencia paranoica de militar en plena dictadura, el texto toma un rumbo impredecible, en una novela rutera que mueve su locación de las calles de los suburbios hacia la cordillera de los Andes, con el objetivo de emular al ejército sanmartiniano, luego hacia el sur argentino y finalmente al océano y más allá. A bordo del “Cumpa”, un colectivo viejo pero aguantador, los aventureros de dedos en ve persiguen su redención de un devenir social y político que los llevó al borde de la muerte, los quebró y se llevó a sus amigos y compañeros. Por eso, a todo motor, atraviesan el país ya en la decadencia de la dictadura militar para lograr, ya en las Malvinas, poner el último “caño”, el ansiado tiro de gracia.



Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 26 de agosto de 2012

Mariátegui infinito

Mariátegui infinito
Por Juan Francisco Gentile. Se acaba de publicar Ensayos literarios, de José Carlos Mariátegui, que reúne gran parte de su ensayística referida al arte, la literatura y las vanguardias. A través de artículos periodísticos y entrevistas, es posible ver de cerca la hiperactividad del amauta en sus escasos 35 años de vida. 

La figura del peruano José Carlos Mariátegui probablemente sea la más completa en términos intelectuales y políticos de todas las que arrojaron las distintas generaciones de pensadores latinoamericanos del siglo veinte. No sólo porque supo canalizar en su pensamiento y obra una diversidad de tradiciones de pensamiento emancipatorio, ni porque tomó del marxismo la frontal crítica de la sociedad capitalista al tiempo que discutió con la ortodoxia. Tampoco solamente porque interpretó con una lucidez radicalmente singular para su tiempo que el problema del Perú, similar en buena medida a los problemas del resto de la región, estaba cruzado transversalmente por el problema del indio, al que en un gesto de avanzada, analizó como un problema económico y de clase. Tampoco porque, en épocas de exacerbado internacionalismo en lo político, se preguntó por la cuestión de la identidad nacional, debate entonces vivo en los estratos acomodados socialmente pero dejado de lado por las izquierdas en general de la época. No solamente: además de su más difundida faceta de militante y teórico político, Mariátegui fue un teórico del arte, un impulsor de las nuevas camadas literarias, un hacedor inquieto, un fundador y director de revistas, un interlocutor incansable, desde Lima o el Cuzco, con las tendencias de vanguardia estética y política que se desarrollaban en Europa.  La llegada a las bateas deEnsayos literarios. Sobre Joyce, Breton y las vanguardias europeas (Mardulce) hace justicia con la figura del amauta, porque selecciona sus artículos de discusión con las escuelas artísticas que entonces sacudían con propuestas radicales un mundo intelectual signado por la solemne modernidad.
La reciente publicación de Ensayos literarios pone el foco en la versatilidad de Mariátegui, y constituye un fundamental aporte a la bibliografía ya clásica producida por el autor de Siete ensayos para la interpretación de la realidad peruana. Por un lado, descubre la intensa labor de Mariátegui como periodista y crítico cultural, y por otro otorga pruebas concretas de un estilo de escritura frescos a la vez que arriesgado en el manejo de categorías llamativamente vivas en la actualidad, en textos a los que les es difícil adivinar a ojo su edad de entre 80 y 90 años, de no ser por la información documental aportada por la edición .
Dividido en tres grandes apartados (Sobre libros y autoresSobre los movimientos de vanguardia y Crítica cultural y entrevistas), es posible leer aquí a Mariátegui discurrir sobre el suprarrealismo, el expresionismo, el dadaísmo, la “nueva” literatura rusa y la influencia del psicoanálisis en el arte; analizar obras de James Joyce, André Breton, Tolstoi, el cine y la figura de Chaplin; discutir sobre el arte y sus contextos, sobre el lugar de los intelectuales en las naciones y acerca de lo que llama “torremarfilismo”, vicio intelectual que se extendió y se extiende a lo largo de los siglos XX y XXI. Además, la edición de Mardulce adosa a modo de apéndice tres entrevistas a Mariátegui, en las que se lo puede leer en una clave un tanto más personal que el acercamiento reflexivo que proponen sus ensayos, emitiendo opiniones incluso antojadizas, hablando en primera persona, dejando entrever al ser humano que fue quien hoy ya simboliza una tradición de pensamiento y una forma de interpretar la cultura y la política en América Latina.   
José Carlos Mariátegui nació en Perú en 1895, y murió a la joven edad de 35 años, en 1930. Fue fundador del Partido Socialista Peruano en 1928 (que en 1930 pasaría a ser el PC de Perú) y de la Confederación General de Trabajadores del Perú, en 1929. La publicación de la editorial Mardulce se suma al rescate de su obra que había inciado la Ediciones El Andariego, en 2006, al volver a publicar los Siete ensayos… y parte importante de la obra periodística del amauta. 

viernes, 24 de agosto de 2012

El paraíso huele mal



La habitación, la cuarta novela del filósofo y escritor alemán Andreas Maier, empieza intimista. La imagen narrativa es captada con una lente que hace un primerísimo primer plano, para luego ir, sucesivamente, ampliando el cuadro hacia una panorámica: de lo que en un principio se presenta como una historia de entrecasa, donde la voz de un narrador irónico describe la vida de su tío J., extraño personaje que apesta y pasa la mayor parte de su tiempo encerrado en un taller del subsuelo de su casa en un pasado no muy lejano, la narración se dispara hacia una profunda reflexión sobre la sociedad occidental de la era moderna, sus costumbres, sus anhelos, sus miedos y sus miserias.

Aquí, la esperanzada y por momentos inocente mirada de un niño se contrapone a una vida adulta saturada por la rutina. “Mi existencia era entonces eterna”, recuerda quien narra, incapaz de pensar en las variaciones constantes que rigen sobre el mundo adulto. El tío J, que todo indica que padece cierto retraso mental, consume pornografía en cantidades, fuma sin parar, habla muy poco, se dedica a emborracharse en las tabernas, se baña casi nunca, no experimenta culpa alguna por nada, y recibe entre refunfuños al narrador cuando niño en su taller atestado de herramientas, donde sin embargo nada se produce. Aún así, es J quien en este libro tiene “un pie en el paraíso”. Aquí, la movilidad de la historia y la constancia de la vida repetitiva de la clase media se conjugan y tensionan en un relato en tono confesional.    

Andreas Maier nació en 1967 en Bad Nauheim, al norte de Frankfurt. Su primera novela, Martes del bosque, recibió los premios de la Fundación Jürgen Ponto, el premio Ernst Willner del concurso Ingeborg Bachmann, y el popular galardón de literatura Aspekte. 


Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 2 de septiembre de 2012

domingo, 19 de agosto de 2012

Filosofía del altiplano


Quien haya visitado los más altos rincones de la Cordillera de Los Andes en el norte argentino podrá idear sin esfuerzo un imaginario soporte audiovisual para los relatos que se incluyen en Memorial de la Puna, de Héctor Tizón: el sonido de un viento incansable, la vastedad de llanuras de altura desérticas y solitarias, un aire denso en lucha por entrar a los pulmones, el sol rajante que preanuncia noches gélidas. Los cuadernos que Tizón compiló aquí tratan sobre hombres y mujeres que transitan esos espacios, atravesados por la idea de que la inmensidad y el silencio constituyen la contracara material de la presencia siempre incomprobable de Dios, así, con d mayúscula.

Memorial de la Puna está dividido en seis cuadernos, cada uno de los cuales incluye un relato que de alguna manera u otra está vinculado a algún punto del resto de la obra de Tizón. De esta manera, aparecen personajes de novelas como La belleza del mundo o el dinamitero de Yala que aparecía en La mujer de Strasser, que gracias a las notas de la edición, el lector podrá saber que se trata ni más ni menos que del Mariscal Tito de Yugoslavia, quien según relató el padre del autor de estos relatos, vivió en Jujuy y trabajó en el ferrocarril, en los años que antecedieron a la segunda guerra mundial.

Sin temerle a largos pasajes de tipo filosófico, o de raigambre existencialista, con esta publicación Tizón da la posibilidad de acceder a una escritura lateral de su obra, casi a modo de anotaciones al margen que, confiesa el autor, en el momento de su producción  no estaba en los planes que vieran la luz. Así, una obra que desde 1960 a la actualidad crece con ritmo sostenido, ahora se complementa con un título como Memorial de la Puna, un satélite delgado pero contundente de la ya clásica galaxia Tizón. 



Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el viernes 17 de agosto de 2012.

martes, 7 de agosto de 2012

Los elefantes saben descansar, van a morir de paz


Por Juan Francisco Gentile. A seis meses de la muerte de Luis Alberto Spinetta, Marcharecorre un punto brillante pero desatendido de su obra: Almendra II, el disco que marcó la llegada definitiva del rock argentino a una madurez rebelde.


Hace seis meses, pueblo y cultura rioplatenses vestían traje negro para despedir a Luis Alberto Spinetta, el más vanguardista de los artistas populares del Río de la Plata, o el más popular de los artistas de vanguardia. La noticia golpeó como un mazazo por varios motivos: uno, porque Spinetta dejaba este mundo en pleno desarrollo de su carrera, habiendo publicado recientemente discos que están a años luz en cuanto a composición, letrística y sonido de la media del rock argentino. Basta con escuchar con atención discos como Para los árboles,Pan o Un mañana, que aunque seguramente no son los favoritos de quienes gustan del Flaco rockero, no dejan de ser una caricia al oído, un sacudón a la modorra, despabiladores del corazón. Mazazo decíamos. También, porque de algún modo fue una victoria del periodismo buitre, que semanas antes lo había retratado sin su consentimiento, parado en la puerta de su casa de Villa Urquiza, visiblemente afectado por la enfermedad. 
Una de las imágenes que más circuló por las redes sociales aquel 8 de febrero, y los días sucesivos, fue la de “El hombre de la tapa”, aquel sujeto extraño salido del pulso de Spinetta, que con una lágrima que rueda por su mejilla, una remera rosa con la inscripción “Almendra” y con algo parecido a una sopapa en la cabeza, ilustraba el primer disco de aquella banda hoy mítica, la de los Spinetta y Emilio del Guercio adolescentes. La alta rotación del dibujo es cuanto menos lógica: se trata del disco que abrió una dimensión nueva en la canción argentina, la de la canción con armonías de marcado cuño beatle fusionados con elementos del tango, el jazz y el folclore, que luego transitarían Charly García, Fito Páez, Andrés Calamaro y tantos otros. Las crónicas del pasado febrero referidas a la vida y obra de Spinetta, que se multiplicaron como el musguito en la piedra, no cesaron de referirse a la etapa de transición entre Almendra y Pescado Rabioso como el paso repentino y sin escalas de una banda algo naive, liviana y rosada a un rock poderoso, descarnado y crudo. Los más detallistas o memoriosos señalaron la existencia deSpinettalandia y sus amigos como disco bisagra, pero no mucho más. Como sea: nadie se acordó que Almendra editó no uno, sino dos discos. El segundo, conocido en su momento como “Almendra II” o “el doble del Almendra”, es una cachetada de rock progresivo en pleno 1971 que, lejos de la tranquila siesta de la muchacha de los pechos de miel y el corazón de tiza, tronó con 21 canciones injustamente pasadas por alto por la mayoría de los escuchas de la obra del Flaco.
En tus pies se agita la calma
1971 fue el año de Led Zeppelin IV y de Sticky Fingers, de los Stones. En ese entonces, Geroge Harrison organizó el mítico Concierto para Bangladesh, mientras Pablo Neruda recibía el Premio Nobel de Literatura. También fue el año en que Roberto Gómez Bolaños empezó con el Chavo del Ocho en México, el de la creación del Frente Amplio en Uruguay, mientras en la ciudad de Córdoba y aledaños se producía la revuelta popular luego conocida como “El viborazo”. Fue ese año cuando salió a la calle el Long Play doble sin título conocido como Almendra II, en su momento tratado con frialdad por el público y por la crítica. Cuenta la historia que la banda integrada por Spinetta, Emilio del Guercio, Edelmiro Molinari y Rodolfo García trabajaba en la idea de algo que definían como su “ópera-rock”, siguiendo con la idea que, cuándo no, motorizaron los Beatles con Sgt. Pepper´s lonely hearts club band y los Stones con Their satanic majesties request, seguidos por el Tommyde The Who, y tantos otros menos recordados. Finalmente, no lograron redondear la idea original de aquel disco que se iba a llamar Señor de las latas, muchos de cuyos temas fueron grabados más adelante por Spinetta, como Canción para los días de la vida o Ella también, registrado finalmente doce años más tarde en Kamikaze. El resultado de ese proyecto trunco y de la inminente separación del grupo fue la grabación de las canciones que tenían terminadas. Eso fue Almendra II, un disco que probablemente nadie ponga entre sus favoritos de Spinetta, más por desconocimiento que por las músicas que contiene, y que sin embargo es una joya.
Temas como Los elefantesCamino difícilAgnus deiUn pájaro te sostiene o Parvas, sólo por nombrar algunos, contienen una mixtura impecable entre la canción que Almendra trabajó en su primer y famoso disco y una impronta rockera furiosa y lisérgica, con marcadas influencias de Zeppelin, Jimi Hendrix, y Pink Floyd, bandas que tanto Spinetta como el resto de los integrantes escuchaban con fascinación en los primeros años de la década de los setenta.
Agnus dei, con sus 14 minutos y 27 segundos de locura distorsionada, es el ejemplo extremo del significado de este álbum: la llegada del rock argentino a una madurez rebelde, que patea el tablero de la rotación comercial signada por la canción de tres minutos con estrofa y estribillo. También en Almendra II aparecen como compositores e intérpretes arriesgados y de calidad  Edelmiro Molinari, con temas poderosos como No tengo idea yAire de amor; y Emilio del Guercio, que mostrando ya retazos del camino que lo llevaría años más tarde a comandar un barco de lujo como fue Aquelarre, plasma en este disco joyas como Camino difícil (con su estrofa montonera: “Compañero, toma mi fusil / ven y abraza a tu general / ¿no ves que el tiempo se quedó a vivir?”) y Un pájaro te sostiene, de una cadencia rítmica y poética casi perfectas. Y lo de Spinetta, compositivamente, es tremendo:En las cúpulasParvasVete de mí cuervo negroLos elefantes y Para ir dan cuenta de un Flaco afiladísimo, equilibrado, sin temor a la armonía vocal y con alto voltaje de riffs y distorsión que no satura.
Morir de paz, fasando el tiempo
“En épocas de Almendra II, yo tomaba algún acidito. Mal para mí. Tiempo después, ya no jugaba con mi cerebro a la buena de Dios. Y ya viendo la magnitud de mi propio nacimiento en mis hijos, jamás me atreví a chistes psicodélicos, aunque, debo admitir que, en cambio, de a poco, comencé a esnifar algo, y esnifé. Más mal para mí. Pero hace un montonazo de tiempo que estoy limpio y muy bien, y puedo decir que el interés por aquellas aventuras se extinguió. Siempre me gustó fasar el tiempo, nada del otro mundo. Hoy tabaco, y chupitegüi en la comida, rankean a tope”, decía Spinetta en 2008, en una entrevista sin desperdicio con Rodolfo Braceli. La misma charla en la que decía: “La muerte lejos no puede estar. Porque somos burbujas que se rompen con una facilidad absoluta. Pero ella no es una presencia que me impida cantar, ni ser feliz”. Pero más allá de las entrevistas de archivo, en definitiva, la única clave para re encontrarse con el espíritu del Flaco es escuchar su obra. En ese momento, por favor, detenerse en Almendra II y hacer como los elefantes, que saben descansar y van a morir de paz.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Yo me muero como viví


Falleció Héctor Tizón, uno de los escritores más prolíficos de la literatura argentina. Nacido hace 82 años en Yala, Jujuy, pasó sus últimos días en ese pueblo desde el cual construyó una obra signada por la inmensidad, la soledad y los vientos de la Puna.

A los 82 años de edad, y a tan sólo meses de la salida a las calles de Memorial de la Puna, su último libro, falleció como consecuencia de una afección cardíaca Héctor Tizón, nombre propio de peso en la literatura argentina, el que más lejos llegó entre los surgidos del noroeste argentino.
Desde que en 1960 publicó su primer libro de relatos, A un costado de los rieles, Tizón desplegó una constelación de más de veinte títulos, entre cuentos, novelas y ensayos, comoFuego en Casabindo (1969), El jactancioso y la bella (1972), Sota de bastos, caballo de espadas (1975) y La mujer de Strasser (1997), entre otros. En Memorial de la Puna, un delgado pero poderoso volumen que contiene una serie de relatos breves netamente vinculados con distintos puntos de su corpus literario, Tizón insinuó una serie de gestos de despedida: en el prólogo escribió que no sabía si iba a seguir publicando, que las líneas que allí se leen fueron producidas sin objetivo concreto, fruto del cansancio de la edad, en tanto centró estos textos en describir y profundizar su concepción social y filosófica de la Puna jujeña, el espacio geográfico que habitó y donde ubicó gran parte de sus historias.
Nacido el 21 de octubre de 1929 en el pueblo de Yala, a 12 kilómetros de la capital jujeña, Tizón fue diplomático, periodista, exiliado político en España entre 1976 y 1982, Juez de Tribunal Superior de Justicia y convencional constituyente por su provincia, pero por sobre todo fue un escritor profundamente anclado en el territorio que habitó. Afiliado al radicalismo desde su juventud, defensor del mítico Yrigoyenismo, su obra estuvo fuertemente atravesada por las problemáticas sociales tanto de su provincia como de la región en general, y cumplió un rol central a la hora de colocar las preocupaciones y los diversos devenires del norte argentino en el foco de los centros culturales y literarios, tanto locales como internacionales.
Los restos de Tizón comenzaron a ser despedidos ayer por la tarde en la Legislatura Provincial jujeña, para luego ser inhumados hoy en el cementerio de Yala, donde nació y murió, en el principio de ese mágico camino tornasolado que une a San Salvador con la Quebrada de Humahuaca.