domingo, 2 de junio de 2013

“El espectador argentino está en condiciones de encontrarse con nuevas maneras de narrar una historia”

Con una puesta vanguardista de Incendios, Sergio Renán regresa a la calle Corrientes para dirigir una obra que, cuarenta años después del estreno de La tregua, la primera película argentina en ser nominada a los premios Oscar, lleva nuevamente a Ana María Picchio como protagonista. En una entrevista Renán se explaya sobre los grandes tópicos que guiaron su labor artística.



Juan Francisco Gentile

A pesar de haber sido director del Teatro Colón durante casi diez años, a pesar de haber dirigido la primera película argentina nominada al Oscar, de figurar en cualquier reseña histórica como uno de los directores de cine, teatro y ópera más importantes de la historia del país, de haber adaptado para pantallas grandes y chicas algunos de los principales y más complejos textos de la literatura argentina, Sergio Renán se muestra humilde, sereno, meditabundo. 40 años después del estreno de La tregua, aquella legendaria película basada en la novela homónima de Mario Benedetti, con la parsimonia que habilita la sabiduría, Renán se sienta en un café de la calle Corrientes para dar rienda suelta a su verba barroca pero transparente, tan plena de matices discursivos como su obra, en un diálogo acerca de su nuevo proyecto: Incendios, obra teatral de autoría del líbano-canadiense Wajdi Mouawad, que se estrenará en el teatro Apolo el próximo 5 de junio y contará con las actuaciones de Ana María Picchio, Jorge D´Elía, Esmeralda Mitre, Mariano Torre, Héctor Da Rosa y Daniel Araoz, entre otros. “La apuesta es muy fuerte. Será una obra vanguardista, tanto por el tratamiento del texto como por la puesta en escena, que será una cosa nunca antes vista”, refiere con entusiasmo.

¿Cómo llegó a la idea de dirigir su versión de Incendios?

Renán: La propuesta me la formuló Darío Lopérfido, quien amablemente sugirió que era una obra para mí. El elenco fue elegido íntegramente por mí, obedeciendo a una perspectiva transgeneracional, dado que hay actores con diferentes edades y recorridos. Se trata de un texto duro, que casi podría decirse que es una historia de intrigas, porque hay una madre que muere, y como último deseo deja a dos de sus hijos dos cartas a ser entregadas a su padre y a un hermano. Ellos no saben que su padre vive, ni que tienen otro hermano. De esta manera, se desata un enigma que es al mismo tiempo de los protagonistas y de los espectadores, en una carrera hacia un final inesperado y deslumbrante.

¿Cómo será la puesta en escena de la obra?

Hemos trabajado fuertemente desde lo multitecnológico: hay un importante componente audiovisual y musical, con una música que mandé a escribir especialmente, que es fabulosa y que estuvo a cargo de Pablo Ortiz. La puesta en escena, si bien no está marcada por ser grandilocuente ni pretenciosa en un sentido de espectacularidad, es sin dudas innovadora. Puedo decirte que probablemente es el proyecto que más esfuerzo me ha costado en mi carrera. Es un espectáculo llamativamente producido, costoso y sofisticado, para la índole de la historia que narra, que es sobre la búsqueda de la identidad, pero que sobre todo abre intrigas que serán trabajadas tanto con recursos clásicos como novedosos.

El año que viene se cumplen cuarenta años de La tregua. En Incendios nuevamente convocó a Ana María Picchio. ¿Qué sensaciones le despierta volver a dirigirla?

Es muy emocionante. Lo vivo de un modo muy especial, porque La tregua fue indudablemente un suceso que marcó mi vida, y también la de Ana María. Ella está en un gran momento, su talento se vio enriquecido con los años. 

¿Qué recuerda de aquel director de La tregua?

Me recuerdo con las inseguridades, los temores y las imprecisiones propias de un debutante, con lo cual no quiero decir que hayan desaparecido, pero que eran mucho mayores en aquel entonces, en donde sentí, como en todo trabajo de dirección, que para contar la historia a mi manera, necesito de muchísimos intermediarios. Todas esas personas ocupan un espacio que termina siendo decisorio en el trabajo final, quienes te juzgan, te escuchan con atención, y es inevitable que tengan un juicio. Pero de cualquier modo, se sigue tratando de lo mismo: generar en el otro, primero el entendimiento; después, la pasión acerca de lo que uno quiere transmitir. Siempre sin artilugios, demagogias ni astucias, sino con la mayor honestidad posible. Mi relación con la gente con la que trabajo ha sido siempre una fiesta. 

¿Cuánto cambió la tarea del director de aquel entonces a esta parte?

Es muy diferente. Las inseguridades y los temores nunca desaparecen, pero son menores. En cambio es mucho mayor la presión exterior, y el sentimiento de una demanda. Antes de estrenar un espectáculo, siento a la gente que se me aproxima, me habla con emoción. En algunos casos inocentemente descuentan que lo que les voy a dar es maravilloso, ¡pobrecitos!

¿Qué piensa respecto de la dicotomía, tan discutida en el ámbito cultural, entre lo masivo y lo vanguardista? Su obra parece ir en dirección a la ruptura de esa separación.

Lo masivo como búsqueda nunca formó parte de mis prioridades. Desde luego, me gusta que lo que hago tenga receptores, y si son muchos, me pone muy contento. Pero nunca es el punto de partida ni mi objetivo. Lo que ocurre es que hay aspectos míos, como ideas, intereses, personajes, que se proyectan en mucha gente, que siente que tiene que ver con eso. Esos son los casos de mis espectáculos más exitosos. Pero también hubo de los otros. En todos los casos me encantaría que los viesen multitudes, pero no trabajo para eso.

¿Qué piensa de cómo se llevan adelante las políticas culturales oficiales?

Para los que somos parte de este mundo, siempre nos parece que falta algo. La difusión de la cultura debe tener presente que distintas expresiones artísticas tienen potenciales destinatarios, que en algunos casos no pueden ser masivos. La masividad en sí no es un mérito. Hay grandes hechos artísticos que son masivos, y hay cantidad de basura que es masiva. También hay hechos estéticos formidables que sólo tienen la posibilidad de ser recibidos por pocos. La obligación de los funcionarios es estar atentos a todo, y tratar de que la cultura llegue a la mayor cantidad de destinatarios posibles, teniendo en cuenta que un cuarteto de Beethoven no puede tener tantos espectadores como un recital de rock. Pero fomentar lo bueno es obligación del Estado, para lo cual hay que disponer de funcionarios atentos, curiosos y abiertos a la diversidad, estética e ideológica. Desde ese punto de vista, siempre me parece poco lo que el Estado hace en relación a eso. De todas maneras, desde hace bastante tiempo, no necesariamente coincidiendo con el estado general del país, la creatividad argentina es bastante rica.

A lo largo de su obra se observa una relación muy fuerte con la literatura, como en las adaptaciones para cine de textos de Benedetti, Bioy Casares, Haroldo Conti, Juan José Saer, entre otros. ¿Cómo se desarrolló esa ligazón tan estrecha?

Mi interacción con los grandes textos empezó de pequeño, gracias a haber crecido en una casa con una muy buena biblioteca y de haber tenido una hermana que se encargó de fomentar lecturas. Sin embargo, no comulgo con el concepto de "adaptación" de una obra, que señala que aparentemente hay una disciplina que es subsidiaria de la otra. Yo no hago ni hice nunca adaptaciones de textos. Lo defino, quizás imperfectamente, como lo que me creó la lectura de un texto. Lo que supone un universo de contacto tanto con una historia como con una manera de narrar. Sólo tiene que ver conmigo, no soy yo. En cambio en las películas sí soy yo, y eso supone agregados, cortes, historias que son simultáneas y que no tienen que ver con el texto original. El concepto de adaptación es intrínsecamente subalterno, en el cual la literatura y los textos pasan a ser un espacio sagrado al que uno se adapta. Una película es otra cosa, está claro que no es lo mismo partir de una idea que a uno se le ocurre que de una novela, donde hay un universo ya creado por otro, pero de ahí en más pasa a ser el espacio en el que entro a volar e imaginar. 

¿Cómo se lleva con la recepción y la crítica?

No la leo. Soy bastante lábil frente a eso. Ciertas críticas me lastiman más de lo que razonablemente me deberían lastimar. Pero al darme cuenta de que no es razonable el nivel de daño que me procuran, he prescindido de ellas, porque hay una cierta proyección inferior, pero existente, con la palabra escrita. Durante muchos años, la lectura de las críticas fue un ejercicio muy placentero para el ego, hasta que empezó a haber conflictos. Entonces, la necesidad de aprobación de la crítica no es idéntica en todos los casos. Hay opiniones que me importan más que otras. En cualquier caso, el rechazo me duele, aunque no admire particularmente a quien lo profiere. 

¿Cuál es su mirada sobre el momento actual del teatro argentino?

Lo veo rico desde hace varios años. Hay dos generaciones muy interesantes de dramaturgos, directores y actores -algunos de los cuales están en el elenco de Incendios- de los cuales el nivel de lo que ofrecen me parece muy correcto, y muy creativo. Hay dos apariciones que llegan desde el off, que son Javier Daulte y Daniel Veronesse, que hacen un trabajo muy sólido y en algunos casos extraordinarios. Pero hay una generación previa, la de Szuchmacher, que han hecho espectáculos magníficos. Luego, Rafael Spregelburd, Julián Kartún y Ricardo Bartís mantienen una identidad entre su estética y su ideología artística, que es muy armoniosa. Trabajan en sus espacios, son enormemente talentosos, yo los admiro, pero no han hecho ese tránsito de Daulte y Veronesse, lo cual no es cuestionable en sí mismo, pero se mantienen en un teatro cuyo espacio armónico y coherente es el de salas pequeñas. De cualquier modo, el espectador argentino está en condiciones de encontrarse con nuevas ideas y maneras de narrar, con los trabajos de estas generaciones.

Durante casi diez años fue director del Teatro Colón. Luego, en 2011 y 2012 volvió para dirigir espectáculos allí, ¿cómo lo encontró?

Fueron dos muy buenas experiencias. Encontré al Colón progresivamente mejor, un espacio en varios aspectos consolidado, con menos tensiones. Debo agradecer una disposición excelente del teatro hacia mis trabajos. Fueron propuestas complejas, también con lenguajes artísticos diversos puestos en juego. La receptividad del Colón, y el respeto, fueron magníficos, y los agradezco profundamente.

¿En qué etapa de su carrera artística se encuentra actualmente?

No puedo decir que sea el mismo de La tregua, pero hay una relación apasionada con el cine, el teatro y la ópera, que sé que no va a desaparecer. Nunca me puedo imaginar en el rol de mero espectador. La importancia que le adjudique a los resultados puede ser un poco menor, aún con la presión del público. Desde luego deseo que lo que hago guste, pero no me importa tanto como hace veinte años, en que me desesperaba el resultado y la mirada exterior. Ahora, ambas cosas me importan un poco menos. 



Ana María Picchio: “Este encuentro, como decía Avellaneda en La tregua, no es casualidad”


Corría 1974 cuando el estreno de La tregua, la versión cinematográfica de la clásica novela del uruguayo Mario Benedetti, sacudió a la cultura argentina y del mundo con una narración aguda de los dramas, ilusiones y vaivenes de la vida cotidiana de dos oficinistas como los que se contaban por millones en el país. El film dirigido por Sergio Renán fue nominado a los Premios Oscar en la categoría de Mejor película extranjera, y perdió en la terna nada menos que con Amarcord, una de las obras monumentales de Federico Fellini. En ese entonces, Renán eligió a Ana María Picchio y Héctor Alterio para protagonizar aquella conmovedora historia de amor, de encuentros y desencuentros. Hoy, casi cuarenta años más tarde, Renán vuelve a dirigir a Picchio en Incendios. Emocionada por este nuevo proyecto, Picchio se encuentra feliz por la propuesta. En medio de una pausa en los intensos ensayos previos al estreno, atiende a PERFIL y señala: “Es maravilloso volver a trabajar juntos, porque ninguno de los dos pensamos que volveríamos a encontrarnos, por lo menos en esta tierra. Además, la obra es una maravilla, la puesta es diferente a cualquier cosa que se haya visto. Es un sueño de Sergio, hecho realidad”. Respecto de la tarea de Renán como director, y las diferencias entre su estilo de dirección luego de cuarenta años, Picchio no duda en afirmar: “Es la misma persona, con la misma paciencia y sabiduría. Eso sí: difícil convencerlo de algún cambio, porque la tiene muy clara, y eso me gusta. Es un hombre que tiene un sueño y va a por ello. Entonces, como actriz una confía plenamente en él, lo cual hace todo más fácil y descansado. Durante los ensayos me dí cuenta de que las cosas no pasan porque sí, sino que tienen un motivo. Nadie mejor que Sergio para que yo termine de madurar como actriz. Como decía el personaje de Avellaneda en La tregua, este encuentro no es casualidad”.



Publicado en el suplemento de Espectáculos de Perfil el domingo 2 de junio de 2013, sin firma en apoyo de las medidas votadas por la asamblea de trabajadores de Perfil por las Paritarias de Prensa.

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