domingo, 11 de diciembre de 2011

Metamorfosis a la mexicana

El tono es intimista. El formato es fragmentario. En El animal sobre la piedra, la primera novela de la joven mexicana Daniela Tarazona el lector es el confidente de Irma, la muchacha que tras la muerte de su madre comienza a experimentar una serie de transformaciones psicofísicas que la llevan a alejarse definitivamente de su patria chica, su hogar ciudadano, para refugiarse en una lejana playa junto al mar. Allí, dispondrá de la soledad y la vida silvestre necesaria para poder entregarse por completo al trance generado por una extrañeza que llegó para quedarse.
 La novela genera un efecto por momentos inquietante. De a ratos, da la sensación de ser un diario personal. Pero es más que eso: se muestra como un registro casi científico de las transformaciones, escrito por quien es a la vez experimentador y experimento. Mientras se agudizan los sentidos del personaje y su piel se engruesa cual reptil, transita como destino insorteable una vida salvaje en la que pelea por el alimento con difusos seres vivientes, siempre en una atmósfera enrarecida y somnolienta.
 El animal sobre la piedra tiene tanto de fantástico como de naturalista. El cuerpo reviste en sí la experiencia total del ser en un mundo extraño. Dentro de este marco, la escritura se presenta diseccionada como las partes de la anatomía humana. El texto está partido y los fragmentos se encuentran y desencuentran en el fluir de la obra: “Estoy compuesta por fragmentos, no soy un animal completo y, desde esa carencia, resulto extraña para quienes sí lo son”, escribe Tarazona, pasándole la pelota al lector. 
    
 En la foto de la solapa, la autora sostiene con gesto concentrado un libro de Clarice Lispector. Estudiosa de la obra de la escritora brasileña, Tarazona acusa recibo de su poética sobrenatural con una literatura que se desplaza, que repta.   


Publicado el 11 de diciembre de 2011 en el suplemento de Cultura del diario Perfil

domingo, 6 de noviembre de 2011

El canon que no fue

“Todo paraíso es un paraíso perdido”. Esta frase, que abre las líneas que conforman El paraíso argentino, de Claudio Zeiger, funciona como el núcleo de significado a partir del cual se despliegan los argumentos de este cúmulo de reseñas biográficas extendidas y cortadas por una tijera particular. Se trata de lograr una semblanza de la vida y obra de aquellos escritores argentinos que, en torno a las décadas comprendidas entre 1930 y 1950, orbitaron en torno a un canon literario con claras vinculaciones con la más alta aristocracia rioplatense. Así, Zeiger repasa los claroscuros de las figuras de Benito Lynch, Ricardo Guiraldes, Eduardo Mallea, Manuel Mujica Lainez, Silvina Bullrich, Oscar Hermes Villordo, Beatriz Guido y Marta Lynch.
 En El paraíso argentino, Zeiger indaga en las genealogías y en las redes de relaciones sociales en un intento de dar con el nodo central que explica distintas características de las personalidades privadas y públicas de los autores, muchas veces polémicas política y artísticamente. De esta manera, profundiza en el delineamiento de un Benito Lynch huraño y hosco, de un Guiraldes en tensión entre la elite y la popularidad,  de un Mallea paradójico, que en cierto momento fue “más importante que Borges” y al que se lo desplaza de la primera plana “por los mismos motivos que se lo entronizó”, entre otros.
 A su vez, a través de un evidente gran trabajo de archivo, Zeiger rescata momentos particulares poco conocidos por los estudios académicos de literatura argentina (en general renuentes al detalle de color biográfico), como el diálogo entre Silvina Bullrich y Manuel Mujica Lainez, donde la autora de Bodas de cristal y Teléfono ocupado pregunta: “¿Verdad que vos y yo somos los dos únicos escritores argentinos que vivimos de nuestros libros?”, a lo que Manucho responde: “ Yo no, che, serás vos. Yo vivo mucho mejor”.


Publicado el 06 de noviembre de 2011 en el suplemento de Cultura del diario Perfil

domingo, 23 de octubre de 2011

Las civilizaciones bárbaras

La crónica como género reviste una de las más llamativas paradojas actuales: en los últimos años (pasando por alto lo arrojado durante todo elsiglo XX) produjo, con mucho, lo mejor del periodismo escrito. Sin embargo, goza de escasísimo espacio visible. Aunque el tema es largamente tratado en columnas de opinión (incluso de este diario), los medios gráficos, así como las editoriales que incluyen la no ficción en sus catálogos, no ofrecen espacios considerables para la crónica. Se trata de aquel periodismo que se aleja de las máximas técnicas del oficio y, sin dejar de lado la información novedosa, se desacartona y echa mano a recursos literarios y a la pluralidad de voces, al tiempo que incluye sin vacilaciones la subjetividad del autor (mala palabra para los cultores de lo más pacato de la profesión).     
 No obstante el cuadro de situación, existen algunos indicios que fundamentan cierto optimismo. A la atención puesta en los últimos años por la crítica y por algunas editoriales a la crónica latinoamericana (como los casos de los imperdibles Frutos extraños, de Leila Guerriero, y Nuestro Vietnam, de Daniel Riera, ambos publicados por Aguilar) se suma la buena noticia que reviste la colección “Crónicas del Continente”, dirigida por Riera y parte del catálogo de la pujante editorial Libros del Náufrago. La serie, que se inició con la reedición de La patria fusilada de Paco Urondo, se amplía con dos nuevos títulos de crónicas latinoamericanas: El empampado Riquelme, del chileno Francisco Mouat, y Bogotá, del colombiano Fernando Quiroz. Ambos títulos, aunque con estrategias diferenciadas, enriquecen el panorama editorial, a la vez que vuelven a colocar entre las novedades a este género que se perfila como el de mayor proyección entre lo mucho que se escribe en América Latina.
Francisco Mouat es uno de los más interesantes escritores chilenos de la actualidad. Mezcla de cuentista, novelista y cronista de la realidad, lleva publicados más de diez libros, entre los que figuran los exitosos Cosas del fútbol y Nuevas cosas del fútbol. Se lo puede leer todas las semanas en “Tiro libre”, la columna que escribe en El Mercurio.
 El empampado Riquelme es la crónica de la reconstrucción de un caso sencillamente increíble. Resumiendo: En febrero de 1956, un empleado estatal chileno de nombre Julio Riquelme Ramírez abordó el tren que lo iba a trasladar durante cuatro días con sus noches desde Chillán, al sur de Santiago, hasta Iquique, casi en la frontera con Perú, para asistir al bautismo de uno de sus nietos. Sólo su valija llegó a destino. Los pasajeros no pudieron aportar datos significativos acerca de cuándo ni cómo se bajó del tren. Declararon que perdieron su rastro cerca de una estación de carga con el sugestivo nombre de Los Vientos, en pleno desierto de Atacama. Cuarenta y tres años más tarde, en 1999, en el baño del aeropuerto Cerro Moreno de Antofagasta, un guardia encontró un sobre anónimo, con pertenencias de Riquelme y una nota en inglés que daba las coordenadas precisas de dónde se hallaba su cuerpo. El esqueleto fue encontrado junto a una cruz de piedra diecisiete kilómetros desierto adentro desde la línea ferroviaria. El autor se anotició por los diarios del hallazgo, e inició una labor intensa de reconstrucción del caso, que dio por resultado este libro, que a partir de la figura de Riquelme se multiplica y llega a indagar cuestiones como la familia, la relación padre–hijo, los viajes, el trabajo, e incluso la parapsicología. El empampado… es un libro sobre Riquelme, pero también sobre sus hijos y familiares (a quienes Mouat entrevista), su pueblo, sus esposas y sobre Chile. Incluso es un libro sobre Francisco Mouat haciendo un libro sobre Julio Riquelme.  Como Bogotá, de Fernando Quiroz, que es un libro sobre la ciudad que lo titula, pero también acerca de las muchas otras pequeñas, marginales, desatendidas, que componen a la gran urbe colombiana. Quiroz es un cronista neto. Editor de la sección cultural del diario Tiempo y colaborador estable de Cambio, Soho y Gatopardo, la edición de Bogotá es una reunión de dieciséis crónicas publicadas en distintas revistas, que tienen por protagonistas a linyeras, sepultureros, operadores de cines porno, prostitutas y curanderos, entre otros invitados a un gran banquete donde se sirven sobras.
  Si al finalizar la lectura de Bogotá es posible decir que, de algún modo, se estuvo en la ciudad y en sus rincones menos brillantes y más escondidos, al llegar al fin de las páginas de El empampado Riquelme la sensación es la de haber recorrido con los propios ojos el desierto de Atacama, (donde ni los cuervos se atreven, salvo los que no tienen donde ir, los “empampados”)  así como distintas localidades del interior chileno, donde el periodista se adentra y se topa de frente con vestigios del pasado colonial. Ancladas netamente en el territorio, las páginas de estas dos nuevas publicaciones ofrecen un acercamiento novedoso hacia uno de los mayores polos semánticos sobre los que giró la cultura americana desde sus más iniciáticas textualidades modernas: ciudad y desierto, civilización y barbarie.

Publicado el 23 de octubre de 2011 en el suplemento de Cultura del diario Perfil

domingo, 28 de agosto de 2011

Don Segundo Sombra está vivo y en Irlanda


¿Alguna vez, en su infancia, el lector se encontró en una casa que no era la paterna, y no pudo evitar pensar que allí todo era mejor?  La protagonista de Tres luces, de la irlandesa Claire Keegan, sí.  Secreto a voces y promesa de grandeza , Keegan se abre camino entre el público local de la mano de Eterna Cadencia, que antes había publicado Antártida.  
 Tres luces es una nouvelle sobre el hogar, sobre la patria chica de una niña que hasta el momento de enunciación no encontraba su lugar. Las ochenta y nueve páginas que conforman  el libro son una suerte de paréntesis en la vida de la protagonista (acaso la autora en su infancia, aproximación para la cual se dejan algunas pistas); una aposición dotada de espacios y tiempos nuevos, con otros parámetros en la relación entre personajes y diferentes códigos comunicativos. Este lapso, que se inicia cuando la muchacha es dejada por su padre y su madre embarazada en casa de los Kinsella, y que encuentra su cierre cuando la madre da a luz al nuevo bebé, funciona como un espacio cargado de aprendizaje para la protagonista. Allí descubre claves que, aparentemente, en casa de sus padres jamás siquiera se habían insinuado. O, en todo caso, la niña no contaba con las herramientas para descifrarlas.
 Como novela de aprendizaje, Tres luces, ambientada en la campiña irlandesa de la década de los ochenta, cumple con muchos de las condiciones requeridas por las historias que desarrollan un crecimiento del protagonista: un tiempo pasado cargado de signos negativos materiales y simbólicos, silencios y temores a la hora de la expresión, figuras mayores amables y sutilmente pedagógicas, secretos cotidianos que lentamente se revelan, un campo como espacio amable y donde es posible hacerse fuerte ante la vida y la muerte, contrapuesto a la ciudad en la que reinan los vicios de una sociedad corrompida por la ambición. El lector argentino no tardará en unir con flechas esta novela corta de Keegan con algunos clásicos gauchescos de la literatura local, fundamentalmente Don Segundo Sombra, de Ricardo Guiraldes. Se puede aventurar que los Kinsella funcionan como un Don Segundo moderno y aggiornado. 
 Según la crítica angloparlante especializada, Claire Keegan es una de las plumas contemporáneas más destacadas y merecedoras de atención.  Traducida a más de diez idiomas en los cinco continentes, en Tres luces la complicidad no se hace esperar. Después de todo, todos fuimos niños, aprendices repentinos.  

Publicado el 28 de agosto de 2011 en el suplemento de Cultura del diario Perfil



domingo, 10 de julio de 2011

Como un prisma

Para el conocedor de la obra de Rivera, tal vez Kadish sea simplemente otro capítulo de similar tono del gran relato que compone la totalidad de la obra del autor de Los que no mueren y La revolución es un sueño eterno. Para el lector que se acerca por primera vez a este barrio, funciona como una interesante piedra de toque que permite, desde allí, hacer un recorrido en reversa hacia los títulos más celebres del autor, identificado desde siempre con el pensamiento de izquierda.
 En rigor, Kadish se compone de dos relatos: el que da nombre al libro, y SO4H2 (la fórmula química del ácido sulfúrico). Arturo Reedson vuelve a ser el protagonista que Rivera elige para nombrar esa figura en la cual, como en un prisma, ingresa la linealidad de la historia oficial para proyectarse sobre el relato una multiplicidad compleja de interpretaciones superpuestas. Después de todo, qué es sino la Historia con mayúscula.           
 Plagado de tipos sombríos, servicios de inteligencia, referencias histórico-políticas, el relato se construye sobre la base de la superposición de situaciones propias de los personajes con imágenes y formaciones discursivas propias del archivo histórico, que Rivera maneja con soltura. Así, la historia avanza y se intercala con citas a Stalin, Bertolt Bretch, Philip Roth y Felipe Solá, sólo por nombrar algunos ejemplos de los retazos que componen este rompecabezas.
 Hay quienes arriesgan la afirmación de que Kadish (que designa la oración fúnebre con la que los judíos ortodoxos despiden a sus muertos más queridos) es la última publicación del autor que verá la luz como novedad en las bateas. El mismo Rivera se encargó de informar, en sus últimas entrevistas, que quiere dedicarse simplemente “al placer de leer a los otros”. Como fuere, resulta sugestiva esta confluencia entre una evocación a la muerte y el collage de la historia que ensaya el texto.

Publicado el 10 de julio de 2011 en el suplemento de Cultura del diario Perfil

domingo, 29 de mayo de 2011

Una filosofía de lo sensitivo


La vida sensible como una forma particular de relacionarse con el mundo a través de imágenes. A grandes rasgos, así podría definirse la tesis filosófica que Emanuele Coccia desarrolla a lo largo de las ciento cuarenta páginas de La vida sensible, el nuevo libro que reúne una serie de ensayos hilvanados por la pluma de este teórico y docente de la Universidad de Freiburg im Breisgau, en el sur de Alemania.
 El trabajo está dividido en tres apartados: “De la vida sensible”, “Física de lo sensible” y “Antropología de los sensible”. Cada uno de ellos se compone de una serie de ensayos en los que Coccia desarrolla los distintos vértices de la teoría filosófica que esboza, en los que dispara gran cantidad de sentencias con aires de axioma, como la siguiente: “Sólo en la vida sensible se da mundo, y sólo como vida sensible somos en el mundo”. Así, el autor logra diseñar un aparato teórico que le permite delinear conceptos originales y discutir grandes directrices del pensamiento contemporáneo, como la concepción de la identificación o imagen de sí que aparece en los postulados de Jacques Lacan, o las nociones de cuerpo, sueño y vigilia de Ortega y Gasset. Aquí, Coccia no habla de “sujetos” o de “seres humanos”, sino principalmente del “animal humano”, como exponente complejo en relación a “lo sensible”. En este esquema, el “animal humano” genera con lo sensible “un comercio que no es sólo pasivo”. A su vez, el autor actualiza su análisis poniéndolo en relación con elementos de la vida posmoderna.
 Si bien se trata de un libro sobre filosofía, por su estilo y por la densidad de amplios conceptos, no se trata de un texto difícil para aquellos lectores no especializados. Coccia logra un producto final accesible e incluso seductor para quienes buscan acercarse a debates actuales del campo filosófico.  

Publicado el 29 de mayo de 2011 en el suplemento de Cultura del diario Perfil

  


domingo, 22 de mayo de 2011

El octavo loco

Sentada en un banco de plaza, presumiblemente porteño o al menos urbano, una niña le hace preguntas a su padre. Entre ellos, se establece un diálogo con miras a un pasado oculto, silenciado, escabroso.  La conversación es el eje sobre el cual se desliza el argumento que Gustavo Dessal ensaya en Clandestinidad, su segunda novela. La historia, desarrollada a través de saltos temporales que intercalan un presente narrativo (en apariencia, coincidente con el presente histórico) con escenas de los años oscuros de la última dictadura militar en la Argentina, se enmarca en la tendencia que propone una vuelta al tópico de la última dictadura.
 A partir de las preguntas de su hija, el protagonista rememora su pasado como joven desclasado y luego como agente de la represión ilegal. Hay más de una reminiscencia arlteana: es un personaje que no encuentra lugar, ni voz, ni deseo ni clase. No va a la escuela en su adolescencia, es despedido por ladrón del único trabajo que consigue, no conoce el amor, no tiene diálogo con sus padres ni proyectos a futuro. Sólo le interesa vagar por las calles e ir a jugar al billar por las noches a un bar del bajo centro. Como el Erdosain de Los siete locos, la única forma que encuentra para librarse de su miseria es profundizándola. Así, conoce al Loco Galván (estereotipo del represor setentista: violento, machista, fascista y vicioso), quien le ofrece trabajar en “El hospital”, un centro clandestino de detención, donde toma parte de los muchos y largamente conocidos métodos de represión.        Como contrapartida, la historia se apuntala con el relato de una relación amorosa que el protagonista mantiene con una joven militante en los momentos previos al golpe de estado. Así, se coloca sobre el paño y con claridad el juego de contrapuestos: si él tiene la conciencia adormecida, ella es la conciencia social; él es singular, para ella es todo colectivo; él no opina ni pregunta, ella es puro posicionamiento; él tiene la sangre fría y ella es la soñadora incurable. En estos vaivenes se motoriza el relato, que avanza hacia la definición de un pavoroso perfil psicológico.
 Gustavo Dessal nació en 1952 en Buenos Aires. Además de escritor, es psicoanalista y miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Como psicólogo, se formó académicamente tanto en Buenos Aires como en París. Es frecuente autor de artículos en publicaciones especializadas en psicoanálisis. Además de Clandestinidad, Dessal publicó la novela Principio de incertidumbre, y los libros de cuentos Operación Afrodita y Mas líbranos del bien     

Publicado el 22 de mayo de 2011 en el suplemento de Cultura del diario Perfil




domingo, 10 de abril de 2011

Recuerdos de la muerte

La noche anterior al 25 de mayo de 1973, Francisco Paco Urondo, poeta, periodista y militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), caminaba por los pasillos del penal de Villa Devoto con su grabador en la mano. Los cinco pisos donde permanecían encerrados los presos políticos habían sido tomados, en clara señal de desafío y triunfo. Al día siguiente asumía la presidencia Héctor Cámpora. El “tío” había prometido la liberación de los combatientes. A la luz de la historia, fue una pequeña victoria, acaso simbólica. Para los militantes, significaba la antesala de la anhelada patria socialista. En ese contexto, cerca de las nueve de la noche del 24 de mayo, Paco Urondo se reunió Alberto Camps, Ricardo René Haidar y María Antonia Berger, -los tres sobrevivientes de los acontecimientos que pasaron a la historia como “La masacre de Trelew”, en la que 16 miembros de las organizaciones armadas fueron fusilados tras intentar una fuga masiva del penal patagónico, el 22 de agosto de 1972- y durante siete horas, casi inmóviles, en una celda de cinco metros cuadrados, reconstruyeron los acontecimientos de Trelew. El producto de esas entrevistas fue La patria fusilada, el libro que contiene aquellos diálogos publicado por Crisis, la editorial de quienes también llevaron adelante la mítica publicación del mismo nombre entre 1973 y 1976. El libro firmado por Urondo vio la luz el 15 de agosto de 1973, con una edición de diez mil ejemplares. Quince días más tarde, el 30 de agosto, se imprimió la segunda edición de cinco mil ejemplares y el 17 de agosto se publicó su tercera y última tirada de otros cinco mil. Esas veinte mil unidades se vendieron como pan caliente, pero desde entonces, dictadura y neoliberalismo mediante, La patria fusilada permaneció inédito. 
 Hasta ahora, el libro era conocido casi como un mito. Quienes conservan ejemplares de su edición setentista lo atesoran con justa razón. Si bien posible hallar en Internet la desgrabación de las entrevistas, es una tarea detectivesca hacerse de un ejemplar impreso de la tirada de Crisis. Sin embargo, a partir de la semana próxima las librerías argentinas exhibirán en sus anaqueles la nueva y actualizada edición de este texto fundamental que la joven editorial Libros del Náufrago tendrá como parte de su colección de crónicas, dirigida por el periodista y escritor Daniel Riera. Para esta reedición, se respetó la de 1974, que incluía dos poemas de Juan Gelman (Condiciones, como prólogo y Glorias, como epílogo), una entrevista en la que Urondo desarrolla tanto sus criterios periodísticos como el contexto en el cual hizo las entrevistas, el diálogo central con Camps, Berger y Haidar y la conferencia de prensa que Berger, junto a Humberto Bonet y Mariano Pujadas ofrecieron en el aeropuerto de Trelew el 15 de agosto de 1972, previa a la rendición definitiva. Además, se agregaron tres capítulos: Los caidos (II) y Los juicios (I) y (II),  dedicados a los asesinatos de Urondo y Camps así como a la reposición de la información acerca del estado actual de los juicios contra los represores. También figuran en esta edición nuevas notas al pie que ayudan a ubicar al lector a seguir un diálogo que por momentos se torna un tanto críptico, al estar cargado de referencias en clave propias de la etapa histórica.
 En rigor, existen dos libros centrales sobre la fuga fallida que intentaron los militantes de las organizaciones armadas en Trelew: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez, y La patria fusilada, de Urondo. El primero, es el libro de un periodista de inobjetable oficio, como fue Eloy. En él, se reconstruye la fuga desde las voces del pueblo, echando mano a todos y cada uno de los recursos de la crónica, desplegando múltiples testimonios. Pero el libro de Paco está hecho desde las mismas entrañas de la militancia revolucionaria. En La patria se puede leer, por momentos entremezclados y por otros sintetizados, al Urondo periodista (excelente entrevistador que, por sobre todo, deja hablar a los protagonistas), así como al escritor (la edición y organización del texto final pone al descubierto a un autor con amplia conciencia de la obra como una totalidad), al poeta (las entrevistas que aportan las condiciones materiales de producción ponen al descubierto su mirada siempre estetizante) y al militante.
 El texto genera la sensación de intrusión en un espacio privado, como si el lector formara parte de una comunión íntima que se produce entre los reclusos a través del diálogo y la reconstrucción de un suceso tan trágico como representativo. Camps, Berger y Haidar repasan en tiempo real los acontecimientos. Comentan, se corrigen, preguntan y repreguntan, hasta dar con el dato más certero. El clima es calmo y tenso a la vez: asistimos al relato de tres personas que sobrevivieron a un fusilamiento a manos del ejército, y que recuerdan cómo sus compañeros fueron asesinados en sus narices. En suma, La patria fusilada es un recuerdo de la muerte, documento histórico clave y pieza periodística sin precedentes, que se enmarca en un momento acaso extraño: la antesala de una victoria de la militancia revolucionaria argentina.

Publicado el 10 de abril de 2011 en el suplemento de Cultura del diario Perfil

domingo, 27 de febrero de 2011

La delgada línea entre ficción y realidad

¿Puede una revelación literaria serlo también en el orden de la propia vida? ¿Dónde se ubican los límites entre ficción y realidad? A partir de estos interrogantes el novelista noruego Dag Solstad construye la historia que da forma a Pudor y dignidad, su primer libro publicado en español, que funciona como un mapa de posibles caminos para desentrañar algunos de los enigmas que rodean al quehacer del campo literario y a la atestada conciencia propia de la vertiginosidad de la vida rutinaria y moderna.
El protagonista de Pudor y dignidad es Elias Rukla, un profesor de literatura clásica noruega que lleva veinticinco años explicando los mismos conceptos acerca de El pato salvaje, una obra de teatro del canónico autor nórdico Henrik Ibsen. Repentinamente, y ante una treintena de aburridos alumnos adolescentes, Rulka experimenta una revelación respecto del rol del Doctor Relling, uno de los personajes centrales de la obra que analiza. Ese descubrimiento llevará consigo un despertar de la adormecida conciencia del protagonista, que a partir de entonces pondrá en cuestión no sólo su tarea como docente de literatura, sino también sus concepciones políticas, sus impulsos vitales, sus rutinas, sus pensamientos (desde los más banales hasta los abstractos y complejos), así como las amistades, los amores y la consideración de la belleza.
“Si quita usted la mentira vital a un hombre corriente, le quita al mismo tiempo la felicidad”. Esta sentencia, que originalmente fue puesta en boca de uno de los personajes de Ibsen, es el disparador que utiliza Solstad para poner en pie la compleja estructura psicológica de Elias Rulka y con ella apuntalar el axioma que se respira a lo largo de las páginas de la novela: la existencia de un mundo personal artificioso es lo que permite a los hombres continuar con su vida.  
La aparición de Pudor y dignidad es una gran noticia, dado que la literatura noruega contemporánea es hasta el día de hoy algo difícil de encontrar en nuestro país. Echando mano de modo mesurado pero firme a recursos clásicos de la narrativa moderna, como la intertextualidad y el fluir de la conciencia de los personajes, Solstad ofrece un texto que profundiza en las contradicciones de la vida moderna, algo que le permite despacharse con largas reflexiones sobre psicología, literatura, filosofía y política.

Publicado el 27 de febrero de 2011 en el suplemento de Cultura del diario Perfil

domingo, 13 de febrero de 2011

Rompecabezas de un guión alucinado

Un hombre de sesenta y nueve años se despierta repentinamente en una habitación de hospital. No sabe cómo ni por qué llegó hasta allí. Tampoco en qué lugar del mundo se encuentra, y mucho menos quién es esa joven que, sentada a su lado, parece estar a cargo de su cuidado. Roberto Ballesteros, viudo, director de cine con cierto éxito en la década de los ochenta, no recuerda nada de los últimos cuatro meses de su vida, durante los cuales no sólo enfermó de Fiebre nómada, un extraño virus de origen africano, sino también comenzó a escribir el guión de un postergado y definitivo largometraje. A partir de entonces, queda planteado el escenario sobre el cual de desplegarán los argumentos de El médano, de Gabriel Bellomo, una novela que versa sobre cómo es posible reordenar las fichas del complejo rompecabezas compuesto por retazos de la memoria. 
 En una historia que tiene como anclaje espacial al eje Buenos Aires–Uruguay (en este caso Valizas, pequeño pueblo pesquero oriental), los pocos personajes que forman el elenco de El médano son satélites que se desplazan en una órbita cuyo epicentro es la vida de Ballesteros, trastocada por el quiebre producido por la enfermedad. De esta manera, se torna por momentos incierto el carácter de los hechos propios de la trama: no se sabe si las situaciones presentadas ocurren realmente o forman parte del “borrador de un guión alucinado”, construido por las elucubraciones del viejo cineasta, que retorna del letargo causado por la enfermedad en la sugerente fecha del 24 de marzo.
 Gabriel Bellomo es autor de libros de relatos como Historias con nombre propio, Olvidar a Marina y Marea negra, entre otros. El médano, su tercera novela, lleva al extremo su obsesión: la reconstrucción de la memoria como motor necesario para la vida en el presente.

Publicado el 13 de febrero de 2011 en el suplemento de Cultura del diario Perfil

domingo, 30 de enero de 2011

Un riguroso capricho

Las antologías corren con cierta desventaja. Generalmente oscilan entre lo netamente canónico y el puro capricho editorial, sin términos medios. No es el caso de Otro río que pasa, un siglo de poesía argentina contemporánea, la compilación recientemente editada por Bajo la luna, que propone un recorrido a través de la poesía argentina producida durante el siglo veinte, equilibrado entre la atención a los grandes nombres y el descubrimiento de valores escasamente difundidos.
 Otro río que pasa… divide al siglo comprendido entre 1909 (año en que se publicó el iniciático Lunario sentimental de Leopoldo Lugones) y 2010 en diez capítulos separados por cambios de década. Cada uno de ellos fue asignado a un poeta, que eligió diez poemas propios del período y adosó una pequeña reseña que abre el apartado y justifica la elección. El resultado son cien poemas pasados por los tamices de Santiago Sylvester, Javier Adúriz, Jorge Alucino, Tamara Kamenszain, Fabián Casas, Eduardo Mileo y Mirta Rosemberg, entre otros. 
 A medida que el libro se acerca a la actualidad, la selección se vincula con la experiencia así como se impregna de clima de época y contexto. Como contrapartida, los capítulos que atienden a los textos más añejos se encuentran un tanto más signados por lo canónico que aquellos que contienen los poemas producidos desde la década del setenta a esta parte. Sin embargo, los selectores se las ingenian para combinar lo inevitable, como los poemas de Girondo, Borges, Tuñón y Pizarnik, con autores menos renombrados, como la inclusión de Emilia Bertolé dentro del seleccionado de los años treinta.
  En definitiva, Otro río que pasa… es una antología rigurosa a la vez que personal, crítica a la vez que caprichosa, que ofrece un tentador surtido de la poesía argentina en su primer siglo de vida moderna.  

     Publicado en el suplemento de Cultura del diario Perfil el  30 de enero de 2011

domingo, 9 de enero de 2011

Genial para entrometidos

“¿Por qué todo se mezcla en mi cabeza y me olvido de las cosas?”, se pregunta Inés Acevedo sobre el final de Una idea genial (Mansalva), la novela autobiográfica de esta joven autora nacida en Tandil en 1982. Anecdotario a la vez que historia de vida, la novela relata la infancia campestre de la autora y su paso a la adultez, en un tránsito donde la historia familiar  asoma como clave que impulsa al relato.
En Una idea genial, Acevedo deja entreabierta la puerta de su mundo íntimo y permite que el lector espíe e incluso se cuele en el espacio privado de la narradora. Se trata de una autobiografía despojada de grandes pretensiones donde el modo de contar es ante todo coloquial. Acevedo escribe como se habla, lo cual genera que el texto logre un efecto de diálogo constante entre el lector y la autora. Todo un rasgo de época: los nombres propios se superponen, las situaciones se apilan una sobre otra, la cohesión temporal no es meticulosa, en una novela que luce como si entre el pensamiento y la hoja impresa no hubiera mediado más que el soporte material que permite la escritura. Se trata de un recurso peligroso, que corre el riesgo de convertirse en un soliloquio centrado en una primera persona obligada a relatar sin interrupción anécdotas atractivas, cosa que no siempre ocurre a lo largo de las ciento ocho páginas que componen la edición. Sin embargo, los pasajes descriptivos del sur de la provincia de Buenos Aires cobran fuerza y logran dotar al texto de contornos definidos y seductores.  
Una idea genial fue finalista de la edición 2008 Premio Indio Rico de Autobiografía, que tuvo entre sus jurados a Ricardo Piglia y Edgardo Cozarinsky. No sorprende, dado que la propuesta es atractiva: una chica de veintiocho años escribe una autobiografía de tono intimista. Una invitación difícil de rechazar para lectores entrometidos.    


Publicado el 9 de enero de 2011 en el suplemento de Cultura del diario Perfil