El
debut literario de Iván Noble viene de la mano de Washington Cucurto. Así, De
tal palo, de ex líder de Los caballeros de la Quema, y ¡Basta de escribir
nobvelas!, del autor de Sexybondi y Cosa de negros conforman un libro doble y
sin contratapas, que se puede leer por cualquiera de sus dos wines.
Corría el año
1996 y por entonces la banda de sonido de las últimas escenas de la fiesta
menemista incluía canciones de un disco titulado Perros, perros y perros, de Los caballeros de la Quema, banda del
oeste del gran Buenos Aires. Todavía no habían grabado aquel infinito hit
noventero, que con optimismo proponía que la morocha se atreviera a “punguearle
a esta vida amarreta un ramo de sueños”. En el video de No chamuyes, el corte de difusión de aquel disco canino, se podía
ver al líder de la banda, un extraño de pelo largo apellidado Noble, lucir una
remera con la cara de Charles Bukowsky, cuando todavía la indumentaria con
referencias a la contracultura no era moda de diseño palermitano. Dieciséis
años más tarde, el mismo tipo, que luego saltó a la fama por su labor como
compositor y cantante de la que fuera una de las bandas de rock más convocantes
del cambio de siglo, une sus fuerzas con Washington Cucurto, el poeta de la
calle, el de los laburantes del conurbano, los inmigrantes y los choferes de
colectivos, en un libro de poesía que en verdad contiene en su interior dos
trabajos diferenciados: De tal palo,
de Iván Noble, y ¡Basta de escribir
novelas!, de Cucurto, editado por un sello que funciona como una suerte de
club editorial: el Garrincha Club.
Los
textos que muestran Cucurto y Noble en esta publicación tienen más de un punto
de contacto. En ambos predomina el uso de la primera persona, el tono intimista
y cierta predilección por la fluidez de la conciencia en el estilo, lo cual
hace que estos poemas den la sensación de una
coloquialidad franca, como si el lector pudiera inmiscuirse en la
intimidad de los pensamientos de quienes escriben. Casi como un derrotero,
ambos autores exhiben cierta estampa de loosers
en estos poemarios, que funcionan como un glosario de miserias y desilusiones
de dos cuarentones que están de vuelta: mientras Cucurto añora un pasado
nocturno y fiestero (“Las cosas no son iguales / y pensar que por estas calles
desiertas / yo llevaba la música y la seducción en la sangre / era feliz / Yo
era un bailantero”), Noble se sienta en un bar de mala muerte a beber vino con
un amigo, de su misma edad y también separado, y ante la inminente seducción de
dos chicas veinteañeras huyen raudamente a por medialunas en la madrugada, en
vez de abordar el juego de la coquetería, que en el pasado hubiera sido el leit
motiv de sus versos cancionísticos caracterizados por una melancolía con un
halo de esperanza. Por otro lado, ambos plantean en determinados momentos de
este recorrido un regreso a sus hogares personales y al amor de sus hijos, como
espacios al resguardo de la vida frenética que representa el mundo exterior.
Noble, como muestra, narra cómo su tranquila lectura de Jack London en el patio
de su casa es interrumpida por vecinos que vociferan puteadas contra los
franceses al ver la transmisión de un partido de Los Pumas, lo cual lo lleva a
cerrar el libro y aventurarse “a comprar vino y queso al almacén”. Este es el
tipo de aventuras que hoy vive el autor, con presumible pasado atestado de
anécdotas nocturnas propias de una vida como estrella de rock.
Pero,
claro, ambos cuerpos de poemas también exhiben características diferenciadas.
Por su parte, Cucurto, en ¡Basta de
escribir novelas!, se ríe con desparpajo de más de un ícono político de la
actualidad: la Revolución Bolivariana de Chávez, el Che Guevara, la presidenta
Cristina Fernández (a quien le dedica el poema “Hombre de Cristina”, en el que
la llama “Mi Caderona Nacional”, y el resto se puede imaginar). También
revisita sus lugares poéticos favoritos: el barrio porteño de Constitución por
las noches, con su “paraguayada” en pleno jolgorio, la vida tranquila del
conurbano en Quilmes, donde “la gente te dice hermano / Uno tropieza con la
comida / con las botellas de miel / los inconfundibles salames caseros / ¡a
precios regalados!”. Es que, si bien Cucurto plantea por momentos el tono
intimista y hogareño, su poesía parece no poder zafarse del todo de los
vertiginosos y estrellados ritmos latinos que caracterizan su literatura, donde
los signos de admiración se abren paso a los codazos entre los pajonales de la
mansedumbre.
La
portada espejada muestra a ambos autores sentados en torno a una clásica mesa
de café en una pizzería del barrio de Almagro, fotografiados por la lente
personal de Nora Lezano. Mientras que en la tapa que corresponde al libro de
Cucurto se los ve posando para la foto, en un gesto casi profesional, la
portada del lado de Noble los muestra espontáneos, captados en medio de una
charla de ocasión. Algo de todo esto se refleja en los poemas que contienen las
hojas que suceden a estas imágenes: Los textos de Cucurto muestran mucho de su
ya trabajado oficio literario, en tanto que en los poemas que aquí publica Noble
se insinúa una escritura como actividad secundaria e informal, pasajera y con ciertos
aires de hobbie.
Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 11 de noviembre de 2012
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