lunes, 22 de diciembre de 2014

Macedonio recargado

Se reedita de toda la obra del autor de Museo de la novela de la Eterna. Vanguardista precoz, el primero de los desprejuiciados con talento, atentó contra las convenciones al ejercer una literatura que maravilló al joven Borges y anticipó la deformidad genérica de la Rayuela cortazariana. Macedonio Fernández es un clásico que, paradójicamente, es escasamente leído.


Los cánones existen para ponerlos en cuestión. Uno de los ejercicios interesantes que moran en el seno de la reflexión en torno a la cultura -y a la literatura, en particular- es merodearlos. Al transitar los contornos de aquello que la academia, la crítica y la prensa cultural erigieron en su podio, en muchos casos con dotes de santidades del arte, aparecen datos decisivos que tal vez nos depositen algunos pasos más cerca de la comprensión de fenómenos centrales del desarrollo cultural de una sociedad. En esos bordes, prologando o epilogando vidas literarias que ocupan el centro de la escena, se puede dar con claves profundas, propias del campo cultural e intelectual de esta parte del mundo. Así como en el dorso de la obra de Borges está Bioy, figura sobre la cual se habló y escribió mucho recientemente, dado el centenario de su nacimiento, y en cuya literatura se adivina un escritor formidable pero ensombrecido en gran parte de su vida, en otra orilla de Borges, a su vez antecediendo formalmente a Cortazar, se ubica el nombre de Macedonio Fernandez. Vanguardista precoz, el primero de los desprejuiciados con talento, que atentó contra las convenciones al ejercer su literatura, que maravilló al joven Borges, la que anticipó la deformidad genérica de la Rayuela cortazariana. La editorial Corregidor, a esta altura un clásico entre las casas editoras locales, republica toda la obra macedoniana, con la salida a la calle de nuevas tiradas de Museo de la novela de la eterna, Papeles de recienvenido y continuación de la nada y Cuadernos de todo y nada; y la inminente publicación de Teorías, Relato, cuentos, poemas y misceláneas, y No toda es vigilia la de los ojos abiertos.  


“Todos le debemos algo”, titulaba el poeta y ensayista Horacio Salas una de sus notas sobre la obra de Macedonio. Ocurre que Macedonio es uno de esos autores muchísimas veces evocado como influencia jerarquizante,  muchas otras referido como cita de autoridad, algunas leído, muy pocas interpretado. Sin embargo, es cierto: mucho de lo que pasó después de Macedonio en la literatura argentina, incluyendo libros y autores de reconocimiento mundial, aparece en estado germinal en sus textos.

Paradojas del destino: todas las reseñas biográficas coinciden en señalar que a Macedonio le interesaba poco y nada publicar sus escritos. Hoy estamos celebrando la reedición de toda su obra, gran parte de la cual se conoce gracias al rescate y la labor editora de su hijo Adolfo de Obieta. Tal es el caso, por ejemplo, del que es tal vez el texto central del corpus macedoniano, como es el caso del Museo de la novela de la eterna. Otra pradoja: puede leerse en más de una entrada enciclopédica que su escritura es de difícil acceso, oscura, que peca acaso de exceso de erudición y enrarecimiento del lenguaje, que se pierde en un limbo metafísico. Pero entre sus líneas se filtran indicios que habilitan intuir un deseo por una literatura que hable, que susurre al oído del lector, subvirtiendo todo estamento empotrado en la pared universal por la institución literaria. El humor ácido, la respiración cuasi mística que envuelve todas sus líneas, el ensanchamiento de los límites de las formas literarias clásicas, la puesta en cuestión de los diversos géneros y sus principios básicos –basta con recordar los 56 prólogos de Museo de la novela de la eterna-, son algunos de los elementos que dan cuenta de un escritor adelantado a su tiempo.   


Es posible hablar de la existencia de un universo macedoniano, en tanto en sus textos filtra una cosmovisión definida, que reflexiona con impronta crítica sobre la paradoja de la vida en este mundo, la tarea del escritor, los intelectuales, la escritura, los personajes, los géneros literarios, la calle y la argentinidad. También es central la teoría de la novela que desarrolla en Museo de la novela… Tal como señala Ricardo Piglia (en una conferencia sobre Macedonio que tuvo lugar en Mar del Plata en 1997, editada, también por corregidor, en Conversaciones imposibles con Macedonio Fernández), “Macedonio definió las condiciones para una poética de la novela en la Argentina y estableció las bases para una historia del género. Inventa una historia nueva, funda el origen: escribe la primera novela buena y anula la tradición anterior. Con este acto, que borra todo contexto, se integra en la más típica de las tradiciones argentinas”. En este sentido es que aparece otra de las características más sobresalientes de la obra macedoniana: en diálogo polémico con la tradición novelística del siglo XIX, Macedonio erige un lector eminentemente activo e incluso productor de sentido, en un gesto netamente vanguardista y desafiante respecto del altar sacrosanto que ocupaba la figura del narrador. En el universo macedoniano, el escritor se muestra por momentos desnudo, desprejuiciado, a veces inseguro y dubitativo, y puede pedirle al lector que lo ayude a construir la obra. Es que, en la poética de Macedonio Fernández, arte y vida, novela y experiencia, se fusionan en un mismo movimiento intelectual y creativo, inscribiéndose así en otra de las grandes diatribas alojadas en el seno de la historia de la literatura. 


Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domngo 21 de diciembre