miércoles, 28 de noviembre de 2012

Una balsa de libros, y a naufragar


Por Juan Francisco Gentile"El oro y la oscuridad", del colombiano Alberto Salcedo Ramos, y "La peor de las ciencias", del platense Gabriel Pinciroli, son los dos nuevos libros que agrandan el catálogo de Libros del Náufrago, una pequeña pero pujante editorial local que a fuerza de trabajo constante y un ojo clínico para la detección de títulos, se afianza en la escena.



Desde el estallido social, político, económico y cultural que significó para la Argentina el 2001, a esta parte, un fenómeno inédito comenzó a crecer y se multiplicó hasta el infinito: la aparición de nuevas editoriales. Medianas y pequeñas, autogestionadas y comerciales, profesionales y artesanales, insertas en el mercado y outsiders, lo cierto es que una gran cantidad de títulos y autores nuevos comenzaron a circular en diferentes capas de la cultura, algunos relegados a la circulación exclusiva en ámbitos subterráneos y sin capacidad ni voluntad de trascender al under (caso paradigmático fue el abanico de editoriales artesanales que le dieron vida a la Feria del Libro Independiente –FLIA-), otras rompiendo el cerco de lo marginal para liberar una disputa palmo a palmo en el plano de la hegemonía cultural de la edición de libros a los grandes sellos del mainstream. En este último grupo se encuentra como caso singular la creciente editorial local Libros del Náufrago.
A través de una edición profesional, de una distribución relativamente completa en librerías chicas y de las otras, diseños que nada tienen que envidiarle a los grandes sellos y, por sobre todas las cosas, de un catálogo fuera de serie -mérito exclusivo de su editor Juan Ignacio Calcagno Quijano- que acerca a los lectores argentinos títulos que, exageraciones aparte, se encuentran entre lo mejor de la crónica y la narrativa social latinoamericana contemporánea, pero que paradójicamente son desatendidos por las grandes editoriales, Libros del Náufrago arremete nuevamente con dos novedades: "El oro y la oscuridad", del exquisito cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos, que narra la increíble historia de Kid Pambelé, el mayor boxeador de la historia de Colombia y tal vez de América Latina (integrante de la colección Crónicas del continente, dirigida por Daniel Riera, uno de los directores de Barcelona); y "La peor de las ciencias", de Gabriel Pinciroli, un joven narrador platense que se presenta en sociedad con esta serie de crudos relatos, capaces de producir reacciones físicas a los lectores, en una clara demostración del poder de la literatura (parte de la colección de narrativa Patas cortas).  
Pambelé: la locura del éxito. Apogeo y ocaso de un mito colombiano
“Cuando yo era niño, no perdía mi tiempo viendo a Superman o a Tarzán: mi superhéroe era de verdad y se llamaba Pambelé”, escribe Alberto Salcedo Ramos. Su confesión es también la de, por lo menos, toda una generación de colombianos: Antonio Cervantes, alias Kid Pambelé, no sólo fue el mayor ídolo deportivo que dio Colombia en su historia, sino que además fue uno de los mejores boxeadores del mundo entero. Campeón del mundo en la categoría Welter Junior, Pambelé defendió ese título de modo constante durante casi ocho años, entre 1972 y 1980, con la única interrupción de la caída ante el portorriqueño WilfredO Benítez en 1976, a quien venció tan sólo un año más tarde, para volver a hacerse del cinturón. La sociedad y los medios de Colombia enloquecieron. Era el mayor ídolo nacional, quien hizo famoso al país ante el mundo, el deportista invencible, la envidia del primer mundo. Una mochila demasiado pesada: sumergido en el mundo del alcohol y las drogas luego de su extensa estadía en la cresta de la ola, Pambelé deambulaba por las calles de diversas ciudades colombianas en busca de pelea, excesos y prostitución. Famoso por sus glorias, luego famoso por su decadencia, la historia de este boxeador que supo darle una tremenda paliza a Nicolino Locche en marzo de 1973 en Maracay, Venezuela, es el centro del libro "El oro y la oscuridad", de Alberto Salcedo Ramos, quien ha sido definido por John Lee Anderson como “el cronista de cronistas”.
Pero "El oro y la oscuridad" no se trata solamente de la historia de Pambelé: a través de la figura del boxeador, el autor logra un interesante trabajo de investigación que pone la mirada sobre claroscuros de la sociedad colombiana, sus parámetros de éxito y fracaso y sobre cómo la fantasía de infinitud de la gloria creada por los medios de comunicación y alimentada por el fanatismo de un pueblo pueden volver completamente loco a quien fuera su máximo ídolo deportivo. Salcedo habla con todos para llegar al hueso: la familia del Kid, sus médicos y los linyeras que lo pelearon en las calles por dos pesos, los parroquianos de los bares que lo veían como un fantasma que desaparecía repentinamente para aparecer la mañana siguiente en otra ciudad, y los periodistas que lo siguieron en la gloria y también en el ocaso. Salcedo también habla con Pambelé: las conversaciones, por momentos, son escalofriantes. El mérito, claro, no es de la historia, sino de la pluma del cronista, que dosifica la información como un artesano del texto.   
Ciencias ocultas
Y en la otra esquina, nacido en la ciudad de La Plata en 1975, traductor del alemán al castellano de una gran cantidad de obras, docente y escritor largamente premiado en diversos concursos de aquí y allá, Gabriel Pinciroli llega a las librerías con "La peor de las ciencias". Se trata de una serie de relatos de lenguaje directo y temáticas que corren por el carril de la violencia y el sexo en épocas de reacomodamientos de la noción de sujeto, atravesado por las nuevas configuraciones posmodernas propias de Internet y aquel sentimiento generalizado de los años noventa que afirmaba la inexistencia de un futuro promisorio.
Alejado del realismo liviano que parece ser la tónica generalizada de la nueva narrativa y visiblemente atravesado por una concepción poética del mundo, los relatos de Pinciroli están sobrevolados constantemente por una tensión que no termina de explotar, haciendo del punto exacto que antecede al clímax de toda historia su as en la manga. 

Publicado en www.marcha.org.ar

domingo, 11 de noviembre de 2012

¡Hay dos por uno en poesía!


El debut literario de Iván Noble viene de la mano de Washington Cucurto. Así, De tal palo, de ex líder de Los caballeros de la Quema, y ¡Basta de escribir nobvelas!, del autor de Sexybondi y Cosa de negros conforman un libro doble y sin contratapas, que se puede leer por cualquiera de sus dos wines.


Corría el año 1996 y por entonces la banda de sonido de las últimas escenas de la fiesta menemista incluía canciones de un disco titulado Perros, perros y perros, de Los caballeros de la Quema, banda del oeste del gran Buenos Aires. Todavía no habían grabado aquel infinito hit noventero, que con optimismo proponía que la morocha se atreviera a “punguearle a esta vida amarreta un ramo de sueños”. En el video de No chamuyes, el corte de difusión de aquel disco canino, se podía ver al líder de la banda, un extraño de pelo largo apellidado Noble, lucir una remera con la cara de Charles Bukowsky, cuando todavía la indumentaria con referencias a la contracultura no era moda de diseño palermitano. Dieciséis años más tarde, el mismo tipo, que luego saltó a la fama por su labor como compositor y cantante de la que fuera una de las bandas de rock más convocantes del cambio de siglo, une sus fuerzas con Washington Cucurto, el poeta de la calle, el de los laburantes del conurbano, los inmigrantes y los choferes de colectivos, en un libro de poesía que en verdad contiene en su interior dos trabajos diferenciados: De tal palo, de Iván Noble, y ¡Basta de escribir novelas!, de Cucurto, editado por un sello que funciona como una suerte de club editorial: el Garrincha Club.
Los textos que muestran Cucurto y Noble en esta publicación tienen más de un punto de contacto. En ambos predomina el uso de la primera persona, el tono intimista y cierta predilección por la fluidez de la conciencia en el estilo, lo cual hace que estos poemas den la sensación de una  coloquialidad franca, como si el lector pudiera inmiscuirse en la intimidad de los pensamientos de quienes escriben. Casi como un derrotero, ambos autores exhiben cierta estampa de loosers en estos poemarios, que funcionan como un glosario de miserias y desilusiones de dos cuarentones que están de vuelta: mientras Cucurto añora un pasado nocturno y fiestero (“Las cosas no son iguales / y pensar que por estas calles desiertas / yo llevaba la música y la seducción en la sangre / era feliz / Yo era un bailantero”), Noble se sienta en un bar de mala muerte a beber vino con un amigo, de su misma edad y también separado, y ante la inminente seducción de dos chicas veinteañeras huyen raudamente a por medialunas en la madrugada, en vez de abordar el juego de la coquetería, que en el pasado hubiera sido el leit motiv de sus versos cancionísticos caracterizados por una melancolía con un halo de esperanza. Por otro lado, ambos plantean en determinados momentos de este recorrido un regreso a sus hogares personales y al amor de sus hijos, como espacios al resguardo de la vida frenética que representa el mundo exterior. Noble, como muestra, narra cómo su tranquila lectura de Jack London en el patio de su casa es interrumpida por vecinos que vociferan puteadas contra los franceses al ver la transmisión de un partido de Los Pumas, lo cual lo lleva a cerrar el libro y aventurarse “a comprar vino y queso al almacén”. Este es el tipo de aventuras que hoy vive el autor, con presumible pasado atestado de anécdotas nocturnas propias de una vida como estrella de rock.
Pero, claro, ambos cuerpos de poemas también exhiben características diferenciadas. Por su parte, Cucurto, en ¡Basta de escribir novelas!, se ríe con desparpajo de más de un ícono político de la actualidad: la Revolución Bolivariana de Chávez, el Che Guevara, la presidenta Cristina Fernández (a quien le dedica el poema “Hombre de Cristina”, en el que la llama “Mi Caderona Nacional”, y el resto se puede imaginar). También revisita sus lugares poéticos favoritos: el barrio porteño de Constitución por las noches, con su “paraguayada” en pleno jolgorio, la vida tranquila del conurbano en Quilmes, donde “la gente te dice hermano / Uno tropieza con la comida / con las botellas de miel / los inconfundibles salames caseros / ¡a precios regalados!”. Es que, si bien Cucurto plantea por momentos el tono intimista y hogareño, su poesía parece no poder zafarse del todo de los vertiginosos y estrellados ritmos latinos que caracterizan su literatura, donde los signos de admiración se abren paso a los codazos entre los pajonales de la mansedumbre.     
La portada espejada muestra a ambos autores sentados en torno a una clásica mesa de café en una pizzería del barrio de Almagro, fotografiados por la lente personal de Nora Lezano. Mientras que en la tapa que corresponde al libro de Cucurto se los ve posando para la foto, en un gesto casi profesional, la portada del lado de Noble los muestra espontáneos, captados en medio de una charla de ocasión. Algo de todo esto se refleja en los poemas que contienen las hojas que suceden a estas imágenes: Los textos de Cucurto muestran mucho de su ya trabajado oficio literario, en tanto que en los poemas que aquí publica Noble se insinúa una escritura como actividad secundaria e informal, pasajera y con ciertos aires de hobbie

Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 11 de noviembre de 2012

lunes, 5 de noviembre de 2012

Un amor salvaje


El protegido del ciervo, el nuevo libro de poemas de Graciela Aráoz (presidenta de la Sociedad de Escritores de la Argentina y directora del Festival Internacional de Poesía, además de poeta) es un poemario de amor. Pero no se trata de un amor dócil ni liviano, ni entregado al devenir rosa de un romanticismo optimista. Todo lo contrario: los textos que Aráoz agrupa en este título abordan la temática amorosa desde una perspectiva fuertemente erótica, cargada de grandes palabras, que forman un tendedero húmedo de imágenes salvajes, donde el sexo y los cuerpos se vuelven uno con la naturaleza e incluso ingresan temerariamente esa zona intimidante que reviste la muerte, para luego desbordarla a borbotones.
La clave de estos poemas está sin dudas en su erotismo, que todo lo cubre. Así, hasta las separaciones, las traiciones, las ausencias, los finales y el dolor están atravesados por el reinado de las bocas y sus labios, de los ojos y sus lágrimas, de las pieles y sus sexos. El nombre y la palabra para designar al mundo son aquí tanto o más vitales que los cuerpos, y ni muerta esta autora, que en el poema “Sinfonía” asiste a su propio entierro, se desprende del nombre. Es que la palabra, acaso, sea lo único que logra sobrevivir incluso cuando el cuerpo fenece: “Ya no existe el cuerpo / sólo queda el trazo / de una escritura / que ahora escribe / en el lomo encrespado / del tigre”, se lee en “Habitación felina”.
Desde su presentación visual, El protegido del ciervo transmite algunas de las coordenadas orientadoras de los senderos transitados por las palabras que componen sus poemas. Tanto la tapa, como las ilustraciones interiores, todas de autoría de la artista española Marijose Tobal, muestran cuerpos femeninos desnudos e integrados a la tierra. No es casual: la palabra “cuerpo” está presente casi en cada página de la obra.   

Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 4 de noviembre de 2012