lunes, 13 de julio de 2015

El pianista que quería ser escritor

Los autores consagrados son presentados en ocasiones como entidades uniformes sólo a través de su obra, dejando en segundo plano los avatares de sus vidas. La biografía, como género literario, es desdeñada con frecuencia por los formadores de opinión en materia de libros. Generalmente se le achaca detenerse más en aspectos biográficos, sentimentales y espirituales, fortuitos o curiosos, que en el análisis específicamente literario de la obra del autor. Según ciertas líneas críticas¸ los aconteceres vitales que atraviesa un escritor al tiempo que escribe la obra que se analiza son mundanos, menores. Así, el nombre propio impreso en lomo y tapas se traslada muchas veces de modo casi mágico, borrando en ese acto de sentido sus marcas biográficas, hilachas de humana imperfección que toda persona arrastra.


Afortunadamente, investigadores múltiples entendieron que  obra y vida son inseparables y que, siempre y sin excepción, entender más sobre la formación, el entorno, el contexto histórico y político, los ambientes que frecuentó un autor a lo largo de su vida, enriquece de modo exponencial la lectura de su obra. Tal es el caso de Felisberto Hernández. Vida y obra, del uruguayo José Pedro Díaz. Se trata del estudio más completo existente acerca de los avatares biográficos, y también literarios, del escritor montevideano.       
Separado en dos grandes apartados, uno enfocado en el aspecto biográfico, familiar, amoroso y sentimental de Felisberto, otro centrado en la obra del autor desde una perspectiva crítica, este estudio ofrece un panorama amplio de los temores, angustias, alegrías, fracasos y victorias del autor, en gran parte a partir de su propia palabra o la de sus íntimos. José Pedro Díaz ofrece al lector un recorrido desde el nacimiento hasta la muerte a través de las distintas correspondencias que mantuvo con las mujeres que protagonizaron sus principales relaciones afectivas. Lo primero que destaca en este sentido tiene que ver con lo tortuoso que fue para Felisberto Hernández llegar a convertirse en escritor, principalmente por haberse enfocado durante toda la primera etapa de su vida en ganarse su sustento diario como concertista de piano, pero también porque lo dominaba una necesidad imperiosa de aceptación de parte del ambiente de las letras, siempre reacio a aceptar miembros nuevos y sin apellido en su club.
No dejan de sobresalir datos acaso curiosos. La participación ocasional de Felisberto en nucleamientos políticos anticomunistas, en defensa del individualismo y de la “libertad en el arte”, es uno de ellos. Sus avatares de la mano de Jules Supervielle, otro. Pero la historia de su tercera esposa María Luisa De Las Heras, española y cuyo nombre de pila real era África, es la perla de la biografía. Esta mujer, a la que el escritor conoció durante su viaje cultural a París (aquel que todo escritor con voluntad de consagrarse en “el ambiente” debía realizar) era un alto mando de los servicios secretos de la Unión Soviética, quien se casó con él con fines netamente políticos e instrumentales. El libro de Díaz deja abierta la puerta, incluso, a la idea de que esta mujer fue clave para el asesinato de Trotsky, enviando información clasificada desde América Latina, lugar al que había podido ingresar legalmente gracias a su matrimonio con Felisberto.
En cuanto al análisis literario, José Pedro Díaz hace un recorrido pormenorizado de todos y cada uno de los textos literarios producidos por Hernández, partiendo de la hipótesis de su carácter inusual: “Ni el modo en que esta obra se gestó, ni su índole, ni la audiencia que tuvo, ni siquiera su encuadre generacional, son frecuentes”, señala el autor del estudio.

Vale la pena perderse entre las hojas de este libro, que supo deslumbrar a Julio Cortázar, un estudio  rico en información que deja una imagen compleja de Felisberto Hernández, exponiendo las contradicciones de un escritor central para la narrativa rioplatense.


Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil

miércoles, 3 de junio de 2015

Gonzalo Unamuno: "Mi personaje es un perfecto hijo de puta"

Acaba de publicar Que todo se detenga, su primera novela. En ella retrata a un exkirchnerista militante, luego quebrado y devenido nihilista. En diálogo con la Agencia Paco Urondo, habló sobre los puntos nodales de su texto y sobre una paradoja aparente: un escritor ligado a la política y al peronismo escribe una novela sobre un personaje alejado de esas tradiciones.
A la manera del Erdosain arltiano, Germán Baraja, el protagonista de Que todo se detenga, la novela debut de Gonzalo Unamuno, es un desclasado. Esto no implica que no pertenezca a clase social alguna, sino que la propia noción de clase no lo lo contiene ni interpela. Una miseria emocional y afectiva, un sentimiento de fobia social, bañan los ojos con los que mira todos los espacios que habita y transita. El único camino que Baraja concibe es la profundización de su propia miseria: por eso, se dedica con persistencia a la coca (siempre tiene espacio y tiempo para otra raya) y a recorrer la ciudad como un flâneur cargado de ironía y desprecio, que todo lo mira desde una distancia suficiente para no sentir atisbo alguno de cercanía con el sufrimiento ajeno. Incluso su familia, inmersa en problemas de salud, resulta para el protagonista más un estorbo que un espacio de pertenencia. La patria, la familia, la ciudad, el barrio, la política: todos temas menores para un Germán Baraja que ya está de vuelta de la vida.
Que todo se detenga es una novela que levanta polvo por varias cuestiones. Por un lado, el hecho de que un escritor como Unamuno, ligado a la política y al peronismo, retrate a un muchacho quebrado, otrora kirchnerista, devenido nihilista, colonizado por una filosofía no future. Incluso, en la contratapa de la novela, el editor de Garlerna Gonzalo Garcés señala que se trata de “la primera novela del postkirchnerismo”, afirmación que da por sentado que el kirchnerismo tiene fecha de defunción establecida. Pero además, el texto dialoga irónicamente con muchos de los discursos sociales que circulan a través de las redes sociales, principalmente en la juventud, sus estereotipos, sus formas de ser rebelde, sus maneras de distinguirse frente al otro, los preceptos del feminismo, el folklore militante y la épica kirchnerista. En diálogo con la Agencia Paco Urondo, el escritor se refirió a la génesis del libro, y no esquiva el pelotazo cuando se le pregunta por algunos de sus efectos de lectura.
Agencia Paco Urondo: ¿Cómo fue el proceso de escritura de Que todo se detenga?
Gonzalo Unamuno: El proceso de escritura fue agotador. La fui puliendo palabra por palabra, incluso la grabé en voz alta y más de una vez la dejaba sonar mientras dormía. Es exagerado decir que demoré siete años, porque hice y publiqué otras cosas en ese tiempo, pero lo cierto es que la novela me demandó siete años. No la concebí tal como se publicó. Tenía el doble de páginas, que finalmente saqué porque no aportaban nada a la historia, se perdían en personajes y recursos que hacían de atenuantes para la gran denuncia de Germán, pero entendí que la historia no podía ser otra que la que está en el libro: Germán Baraja, en primera persona, disparando contra el mundo.
Agencia Paco Urondo: En la novela se observa un personaje muy alejado de cualquier noción colectiva, enfocado en sí mismo, peleado con la cualquier idea o situación que implique comunidad. ¿Qué buscaste al hacer de Baraja, un resignado, el sujeto central de la historia? Esto sin dudas habilita lecturas, comparaciones, contrastes con una realidad en la que mucha gente compró esa filosofía del no future que se instaló junto con el neoliberalismo.
G. U.: Exacto. El personaje está imposibilitado para formar parte de cualquier tipo de colectivo. Es un a-social, un frustrado del Yo, un autodesplazado que encuentra en la victimización la última carta que jugar, justamente porque es un deshecho de los 90, del neoliberalismo como se lo vivió acá.
Agencia Paco Urondo: ¿Por qué elegiste construir un personaje tan antipolítico, siendo vos, el autor, un tipo vinculado a la política?
G. U.: Por salir de la comodidad que me implica hablar desde donde yo estoy parado y porque veo que hay una exacerbación de “personajes políticos” en nuestro tiempo. Pero sobre todo porque buscaba que tuviese las características de alguien invulnerable. Una persona que quiere algo, que se involucra afectiva o emocionalmente, ya es vulnerable. Y yo hice un perfecto hijo de puta. Por eso no es únicamente anti político; es anti madre, anti amor, anti vos.
Agencia Paco Urondo: También se puede leer mucha ironía por parte de Beraja respecto de una serie de discursos que circulan actualmente, principalmente a través de las redes sociales. ¿Hay una crítica a tu propia generación ahí?
G. U.: Más que una crítica es una provocación que sí trae aparejada la crítica. Él toma los discursos dominantes y desde ellos señaliza.
Agencia Paco Urondo: ¿Cuánto hay de Gonzalo Unamuno en Germán Baraja?
G. U.: Eso es difícil de responder. Parafraseando a una filósofa contemporánea como es Karina Jelinek, te digo: lo dejo a tu criterio. Hace poco dije en una entrevista que yo soy el principal agredido por Germán Baraja. Soy peronista, amo a mi madre, a mi mujer y a mi familia, soy muy amiguero. Todas cuestiones que Baraja repudia y ataca. Sí hay una coincidencia no menor respecto al equipo de fútbol: ambos somos de Independiente. La camiseta no se cambia ni en ficción. Es así.
Agencia Paco Urondo: Solés decir que “el peronismo es el gran acontecimiento literario argentino”. ¿Podés explicarnos un poco esta idea? A su vez, ¿hay una forma “peronista” de escribir, hacer y pensar la literatura?
G, U.: Sí, es una idea que sostengo. El peronismo se convirtió en una literatura argentina, en un acontecimiento literario. Es un mito. Cuando Perón aterriza al centro de la escena en el 45, lo hace en clave mitológica, cuya tradición y construcción, como todos sabemos, es oral. Él totaliza, es una suerte de semi dios que supone para el país una gran explosión que en lo literario rompe con las instituciones, las jerarquías, los prestigios de esa “República de las letras” que pretendieron Echeverría, Mármol, Mansilla, Sarmiento, Lugones. Y lo hace no solamente porque incorpora a los desclasados, los invisibles, sino porque con esa incorporación reformula para siempre el lenguaje, la matriz comunicacional de los argentinos. De ahí se desprende la idea. Jauretche decía “El pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria” El peronismo es quien recoge todas esas botellas. Y por último, no creo que haya una forma peronista de escribir, y si la hay, carece de luz propia, es solo un acto reflejo.
Agencia Paco Urondo: En algún lado alguien dice que la tuya es “la primera novela del postkirchnerismo”. ¿Vos compartís esa idea?
G. U.: Es una idea que está circulando. Está en la contratapa del libro. Creo que es una declamación valiente, arriesgada, pero hay que esperar unos meses todavía para saber cuán acertada o equivocada es.
Agencia Paco Urondo: En los últimos años se multiplicó la aparición de textos y autores de narrativa. ¿Tenés algún tipo de análisis del estado de la narrativa actual argentina? ¿Leés novedades? ¿Qué relación tenés con lo que desde algunos lugares se denominó “nueva narrativa”?
G, U.; Creo que lo que se multiplicó, más que la aparición de textos, es la visibilidad de la obra de esos autores, porque se está escribiendo bien y, un dato no menor, la literatura argentina contemporánea encontró su lugar en el mercado, lo que viene a decir que hay muchos lectores. El análisis del estado de la narrativa actual lo dejo para cuando sea el momento de hacerlo, todavía es temprano. Ahora hay que escribir. Novedades leo permanentemente y tengo una relación muy fluida con lo que se denomina Nueva Narrativa, sobre todo con quienes encabezan ese fenómeno, como Enzo Maqueira, Luis Mey, Iosi Havilio, Juan Sklar y varios colegas más.
Publicado en Agencia Paco Urondo

lunes, 18 de mayo de 2015

Arriesgar la vida para sentirse vivo

El periodista y editor de la revista Anfibia Federico Bianchini acaba de publicar Desafiar al cuerpo. Del dolor a la gloria, una recopilación de sus crónicas centradas en los casos de deportistas que se someten a esfuerzos físicos y mentales extremos movidos por una extraña pulsión vital. 


Un hombre que nada 88 kilómetros. Otro que desbarrancó durante una carrera de aventura y quedó inmovilizado entre rocas a punto de caer a un precipicio. Otro que vivenció como rescatista la peor tragedia del andinismo nacional, cuando en septiembre de 2002, en el Cerro Ventana, cerca de Bariloche, nueve estudiantes de educación física murieron por una avalancha. Otros dos que dejaron a un lado sus anhelos de record mundial para socorrer a otro alpinista en pleno Himalaya. Otro que corrió casi ocho horas sin parar través de un salvaje terreno patagónico. Una nadadora de aguas abiertas que cruzó el canal de Beagle, el Canal de la Mancha y unió las islas Soledad y Gran Malvina, sin trajes de neopreno ni asistencia respiratoria. Otro hombre con nueve stents, varios infartos y operaciones cardíacas, que no puede dejar de hacer deporte extremo. Estas son algunas de las historias sobre las que escribe el periodista Federico Bianchini en Desafiar al cuerpo. Del dolor a la gloria, un compendio de crónicas de largo aliento relatadas desde la primera persona de los protagonistas, que pone en jaque la mirada tradicional que el periodismo aplica sobre el deporte.

A través del ejercicio del periodismo narrativo, Bianchini indaga en los aspectos más frágiles y humanos de la práctica del deporte de alta exigencia, y se pregunta qué pasa cuando se llevan al límite las capacidades del cuerpo y se coquetea con la muerte. En diálogo con Agencia Paco Urondo, el autor cuenta cómo concibió estos textos y su mirada acerca de los extraños casos en los que hace foco.

Agencia Paco Urondo: ¿Cómo surgió la idea de escribir sobre la experiencia de diversos sujetos en relación con el deporte extremo?  ¿Qué es lo que te atrae de esa temática?

Federico Bianchini: La idea del libro surgió después de una charla con Nicolás Cassese, amigo y editor de la revista Brando. Comentábamos dos cosas: que los deportes extremos no suelen cubrirse y que las coberturas de deportes suelen ser demasiado breves, centradas en los resultados, en el desenvolvimiento de algún jugador, en la opinión de un técnico, pero no en todo lo que hay detrás: el entrenamiento físico y mental de personas que dedican su vida a tratar de mover su cuerpo de una manera determinada. La primera fue la carrera de aguas abiertas más larga del planeta: 88 kilómetros entre Hernandarias y Paraná. Y siguieron otras: un tetratlón, una carrera de noventa kilómetros, un rescate en el Everest. Me interesaba tratar de entender qué siente una persona que corre durante seis horas sin parar o nada durante ocho horas y media sin detenerse. ¿Por qué lo hace? ¿Qué lo lleva a exponerse mental y físicamente a ese desgaste? Porque en general lo que obtiene el que gana no pasa por algo material, porque los premios suelen ofrecer muy poca plata, ni por el reconocimiento de otros, porque el círculo en el que se mueven en muy reducido: en este tipo de deportes, uno compite contra sí mismo y la retribución viene por ese lado, es muy interior.

APU: Después de haber seguido a tantos deportistas, ¿por qué creés que muchas personas insisten en ponerse a prueba hasta llegar a niveles límite de exigencia física, incluso coqueteando con la muerte?

FB: Creo que hay tantas respuestas a esa pregunta como deportistas practican deportes. Que cada uno lo hace con una motivación diferente y por causas que en algunos casos se acercan y en otros hasta se podría decir que se oponen. Muchos de los entrevistados me contaban que al hacerlo que hacen siente que el “estar vivo” se pone en acto. Que es en ese momento, nadando en el río, corriendo en el bosque o subiendo una montaña, cuando sienten que esas dos palabras pasan de ser un concepto abstracto y repetido a transformarse en una sensación, física y placentera.

APU: ¿Qué tienen en común entre sí los protagonistas de estas crónicas?

FB: Es curioso que muchas veces me hacen esa pregunta, que es justamente lo contrario a lo que yo traté de encontrar. Yo intenté buscar qué diferenciaba a estos personajes. En principio del resto de los mortales, lo cual queda a la vista ya que ninguno de nosotros suele correr 90 kilómetros sin detenerse, y luego de otras personas que hicieran algo similar. Hay un libro del cronista peruano Julio Villanueva Chang que tiene un título insuperable: “De cerca, nadie es normal”. Yo traté de acercarme a estas personas para entenderlas y buscar, en sus respuestas, sus expresiones, la manera en la que se movían en el terreno, las motivaciones que los llevaban a eso. Es cierto que hay ciertos ejes que recorren las crónicas: el desafío a la muerte, la puesta a prueba del cuerpo en cada situación, la búsqueda de ciertos límites. Y que cada uno de ellos tiene una impresionante capacidad de sobreponerse al dolor físico y anímico, de no detenerse frente a las dificultades que se les fueron planteando, ya sea en una carrera de varios kilómetros o en la vida. Pero me parece que lo interesante no suele ser lo que homogeneiza a un grupo de personas sino los detalles que las hacen distintas.

APU: ¿Por qué elegiste contarlas de esa manera, a través de ese giro narrativo que es poner al protagonista de la historia hablando en primera persona, alejándote de uno de los recursos más usados en el periodismo narrativo, como es la mirada del cronista?

FB: Se me ocurrió que la primera persona era el registro retórico más efectivo para poder transmitir las sensaciones, el dolor de estas personas. La primera persona del cronista no tenía sentido. En la historia épica de un hombre que nada en un río durante casi ocho horas y media, con dolores en el cuerpo, vomitando y haciendo pis y caca sin detenerse y que al llegar a la meta, vomita y se desmaya por una baja de presión. El periodista que iba junto al fotógrafo en un botecito no es significante. El problema técnico que trae aparejada la primera persona es que hay cosas que uno no puede contar. Uno no piensa “estoy escribiendo estas respuestas para una entrevista” sino que lee las preguntas y piensa en qué respondería. A medida que lo hace, va tipeando. Hay muchos datos que quedan afuera. Por eso, en algunos casos, usé la tercera persona para poder complementar las sensaciones y los pensamientos de los personajes con más información.

APU: ¿Te dejó enseñanzas trabajar en estas crónicas? Me refiero al plano personales antes que al profesional.

FB: Por un lado, la pasé muy bien: ya que cada crónica implicaba un viaje. Generalmente, este tipo de carreras suele hacerse en lugares increíbles: en un lapso de tres años fui a San Martín de los Andes, Esquel, Villa La Angostura, El Bolsón, Bariloche, Hernandarias, Paraná. Luego, conocí muy buenas personas con quien sigo en contacto: María Inés Mato, Damián Blaum, Daniel Feraud, el Clavo Aguirre, con ellos y con los demás sigo en contacto ya sea por mail o por haberme encontrado alguna vez a tomar un café.

APU: ¿Y profesionalmente?  ¿Qué le puede aportar a un periodista arriesgarse a trabajar con géneros más narrativos?


FB: Me parece que el periodismo narrativo es un buen campo para jugar con las palabras, los puntos de vista, las cacofonías, aliteraciones y metáforas.  No sé si “arriesgarse” es la palabra. Yo lo tomé más como un juego: ¿De qué manera podría contar esta historia para que el lector sienta lo que sentía este corredor o este narrador en ese momento? Se me ocurrió que la primera persona podría llegar a funcionar: si lo logré o no, es algo que le parecerá al lector.  


lunes, 11 de mayo de 2015

Caso Antillanca: la hora del pueblo



Se estrenó Un paisaje de espanto, el documental codirigido entre Daniel Riera y Mauro Gómez que desentraña los brutales casos de violencia policial hacia jóvenes pobres sucedidos en Trelew, Chubut, con el asesinado de Julián Antillanca, joven de 20 años matado a golpes en 2010, como caso paradigmático. El 2012, los policías señalados como responsables fueron absueltos. Pero la Corte Suprema ordenó un nuevo juicio para este año.


“Hallaron muerto a un joven de coma alcohólico”. El titular fue publicado por un periódico local de Trelew apenas horas después de que vecinos se encontraran en plena calle con el cadáver de Julián Antillanca, un joven de 20 años de edad que había salido a bailar con sus amigos la noche anterior. Era el 5 de septiembre de 2010, y el desarrollo de aquella nota, publicada sin firma, se dejaba en claro que la versión de muerte por consumo excesivo de alcohol era la ofrecida por la policía local como toda explicación ante lo que parecía una tremenda paliza: múltiples traumatismos en la cara, cabeza y cuerpo de Julián hicieron pensar a su familia y sus amigos que lo habían matado a golpes. Una testigo clave aportó el testimonio que cerraba la escena: Antillanca había sido brutalmente golpeado por cuatro agentes de la policía local en un descampado, y luego arrojado desde un patrullero junto al paredón donde lo hallaron sin vida. Los cuatro policías de Trelew señalados por la testigo como los autores del hecho fueron absueltos durante un juicio en marzo de 2012. Sin embargo, la Corte Suprema de Justicia de la Nación dictaminó que deberá realizarse un nuevo juicio por el caso Antillanca por haber sobrados elementos que señalan a los agentes como los responsables materiales por la muerte de Antillanca. El juicio se espera para este año.
“La voz de la policía es la que prevalece habitualmente, la que más se escucha siempre en los medios. Era hora de que hablen sus víctimas”, dice el periodista y escritor Daniel Riera, guionista y uno de los directores de Un paisaje de espanto, el documental recientemente estrenado que reconstruye el caso de Antillanca y deja expuesta la responsabilidad de la policía local en su muerte, así como también la complicidad judicial y política para encubrir a los asesinos. El largometraje muestra además, desde la óptica de los sectores populares de la ciudad chubutense de Trelew, cómo la policía local instauró una suerte de estado del miedo en los barrios pobres a través de una serie de golpizas, asesinatos y desapariciones arbitrarias. Entre el material que revela Un paisaje… aparecen imágenes de poderosa carga simbólica y narrativa, como el estado del cuerpo de Antillanca horas después de morir asesinado –imágenes sorprendentemente tomadas por César Antillanca, padre de la víctima, que buscaba material para sustentar su oposición a la hipótesis del coma alcohólico- y las declaraciones de los acusados en el juicio que terminó absolviéndolos.

Agencia Paco Urondo: ¿Por qué pensaste en contar la historia a través de un documental, siendo vos un periodista de gráfica?

Daniel Riera: No tengo idea. Quizá porque me pareció muy pero muy importante y una película es algo, por así decirlo, “imponente”: tiene más llegada y es más duradera que una nota en un medio.  Lo decidí en la misma noche, en la misma cena en la que me interioricé sobre el caso. Y felizmente encontré con el tiempo a Mauro Gómez, un amigo cineasta con el cual formamos la dupla que codirigió esta película.

APU: ¿Cómo fue el proceso de filmación? Durante ese tiempo, ¿Qué pudiste ver de cómo se da la relación entre el pueblo y las fuerzas de seguridad?

DR: El rodaje fue muy intenso y muy frenético, en cuatro días a full desde la mañana a la noche. En Trelew, como en todas partes, hay una parte de la clase media que pide más policías, mientras que hay  pobres que  están aterrados y tienen miedo de ser las próximas víctimas. Por supuesto que esto no es tan “químicamente puro”, que seguramente hay una parte sensible de la clase media preocupada por estos casos y seguramente también hay pobres que piden mano dura.

APU: ¿Buscaron fuentes más allá de las familiares –policiales, políticas, judiciales-?

DR: Policiales, no. Los policías hablan en los juicios y dicen que no estuvieron allí la noche del asesinato de Julián. ¿Para qué íbamos a entrevistarlos? Judiciales, más o menos. Los jueces hablan por sus fallos, así que en ese sentido estaba también todo dicho. Sí quisimos hablar con la fiscal Moreno, que nos dijo que estaba muy ocupada, también con el doctor Corach, que nos filtró, y sí hablamos con el perito forense Herminio González, que aparece en la película. Lo ocurrido está a la vista y además las escenas del  juicio son muy contundentes. Por otra parte, también es cierto que la voz de la policía es la que prevalece habitualmente, la que más se escucha siempre en los medios. Es hora de que hablen sus víctimas.

APU: ¿Por qué, inicialmente, los medios locales hablaron de un caso de coma alcohólico y taparon algo que claramente fue había sido una tremenda golpiza?

Compraron la versión del comisario Sandoval sin chequear demasiado. Pero César Antillanca tuvo el coraje enorme de sacarle fotos al rostro desfigurado de su hijo y desbarató así la coartada.

APU: ¿Cuál es la responsabilidad que le cabe, desde tu óptica, al poder político provincial?

DR: El Estado tapa estos casos. No exonera policías, no impulsa Justicia. Los pocos policías condenados que aparecen mencionados en la película, los tres que confesaron haber participado de la violación al chico Almonacid (N del R: se trata del caso de Maximiliano Almonacid, quien fuera golpeado y violado por policías de la comisaría segunda de Trelew en enero de 2012) fueron condenados a penas de prisión en suspenso y siguen prestando servicio en la policía.

APU: La comisaría de Trelew donde ocurrieron varios de los hechos es señalada por los vecinos como la “comisaría de la muerte”. ¿Considerás que se trata de un caso aislado, particular, de los policías de ese lugar? ¿O los asesinatos son producto de algo más profundo y arraigado en las fuerzas de seguridad provinciales?

DR: No es la única provincia en donde ocurren este tipo de casos, pero digamos que el estado de impunidad facilita que ocurran nuevos casos constantemente. Nada casualmente, a la semana de la absolución de los acusados de matar a Julián, violaron al chico Maxi Almonacid.  Al mismo tiempo, la instrucción de sólo seis meses, al cabo de los cuales un policía sale con un arma en la mano, es una especie de bomba de tiempo. Y seguramente hay un desequilibrio psíquico: los policías suelen provenir de la misma extracción social a la que reprimen, pero con el arma en la mano sienten que tienen un pequeño poder. No deja de asombrarme que estos no sean casos de “gatillo fácil”, en el sentido de que no se usan armas de fuego: a estos jóvenes se los mata con las manos, a golpes como a Julián, a puñaladas como a Bruno Rodríguez Monsalvez, ahorcados como a Ángelo Vargas. Es como si hubiese además una suerte de placer morboso en el acto de provocar la muerte.

APU: ¿Tenés esperanzas de que se haga justicia en el juicio que debe abrirse este año?

DR: No lo sé, francamente. En el tribunal nuevo hay dos jueces que absolvieron a los policías que violaron a Maxi Almonacid. Más que plantearlo en términos de esperanza o desesperanza, te diría que creo que  la movilización popular, la gente en la calle haciéndole notar a los jueces que los está observando, la prensa cubriendo el caso, podrían ayudar a que esta vez sí haya Justicia.

APU. ¿Cómo evalúan la recepción que está teniendo Un paisaje de espanto?


DR: Muy bien. La gente, en general, está muy conmovida y muy movilizada. Las críticas han sido muy buenas y además en Trelew la Comisión contra la impunidad y por la Justicia decidió tomar el documental como una herramienta de denuncia y de militancia. En Buenos Aires sirvió para visibilizar el caso: que hayamos podido estar 15 minutos en Canal 7 junto a Mauro  Gómez –el otro director de la película- y César Antillanca, el padre de Julián, es un hecho importante en sí mismo, ya que nunca se había hablado de estos casos en la tevé abierta.    


Publicado en Agencia Paco Urondo

lunes, 22 de diciembre de 2014

Macedonio recargado

Se reedita de toda la obra del autor de Museo de la novela de la Eterna. Vanguardista precoz, el primero de los desprejuiciados con talento, atentó contra las convenciones al ejercer una literatura que maravilló al joven Borges y anticipó la deformidad genérica de la Rayuela cortazariana. Macedonio Fernández es un clásico que, paradójicamente, es escasamente leído.


Los cánones existen para ponerlos en cuestión. Uno de los ejercicios interesantes que moran en el seno de la reflexión en torno a la cultura -y a la literatura, en particular- es merodearlos. Al transitar los contornos de aquello que la academia, la crítica y la prensa cultural erigieron en su podio, en muchos casos con dotes de santidades del arte, aparecen datos decisivos que tal vez nos depositen algunos pasos más cerca de la comprensión de fenómenos centrales del desarrollo cultural de una sociedad. En esos bordes, prologando o epilogando vidas literarias que ocupan el centro de la escena, se puede dar con claves profundas, propias del campo cultural e intelectual de esta parte del mundo. Así como en el dorso de la obra de Borges está Bioy, figura sobre la cual se habló y escribió mucho recientemente, dado el centenario de su nacimiento, y en cuya literatura se adivina un escritor formidable pero ensombrecido en gran parte de su vida, en otra orilla de Borges, a su vez antecediendo formalmente a Cortazar, se ubica el nombre de Macedonio Fernandez. Vanguardista precoz, el primero de los desprejuiciados con talento, que atentó contra las convenciones al ejercer su literatura, que maravilló al joven Borges, la que anticipó la deformidad genérica de la Rayuela cortazariana. La editorial Corregidor, a esta altura un clásico entre las casas editoras locales, republica toda la obra macedoniana, con la salida a la calle de nuevas tiradas de Museo de la novela de la eterna, Papeles de recienvenido y continuación de la nada y Cuadernos de todo y nada; y la inminente publicación de Teorías, Relato, cuentos, poemas y misceláneas, y No toda es vigilia la de los ojos abiertos.  


“Todos le debemos algo”, titulaba el poeta y ensayista Horacio Salas una de sus notas sobre la obra de Macedonio. Ocurre que Macedonio es uno de esos autores muchísimas veces evocado como influencia jerarquizante,  muchas otras referido como cita de autoridad, algunas leído, muy pocas interpretado. Sin embargo, es cierto: mucho de lo que pasó después de Macedonio en la literatura argentina, incluyendo libros y autores de reconocimiento mundial, aparece en estado germinal en sus textos.

Paradojas del destino: todas las reseñas biográficas coinciden en señalar que a Macedonio le interesaba poco y nada publicar sus escritos. Hoy estamos celebrando la reedición de toda su obra, gran parte de la cual se conoce gracias al rescate y la labor editora de su hijo Adolfo de Obieta. Tal es el caso, por ejemplo, del que es tal vez el texto central del corpus macedoniano, como es el caso del Museo de la novela de la eterna. Otra pradoja: puede leerse en más de una entrada enciclopédica que su escritura es de difícil acceso, oscura, que peca acaso de exceso de erudición y enrarecimiento del lenguaje, que se pierde en un limbo metafísico. Pero entre sus líneas se filtran indicios que habilitan intuir un deseo por una literatura que hable, que susurre al oído del lector, subvirtiendo todo estamento empotrado en la pared universal por la institución literaria. El humor ácido, la respiración cuasi mística que envuelve todas sus líneas, el ensanchamiento de los límites de las formas literarias clásicas, la puesta en cuestión de los diversos géneros y sus principios básicos –basta con recordar los 56 prólogos de Museo de la novela de la eterna-, son algunos de los elementos que dan cuenta de un escritor adelantado a su tiempo.   


Es posible hablar de la existencia de un universo macedoniano, en tanto en sus textos filtra una cosmovisión definida, que reflexiona con impronta crítica sobre la paradoja de la vida en este mundo, la tarea del escritor, los intelectuales, la escritura, los personajes, los géneros literarios, la calle y la argentinidad. También es central la teoría de la novela que desarrolla en Museo de la novela… Tal como señala Ricardo Piglia (en una conferencia sobre Macedonio que tuvo lugar en Mar del Plata en 1997, editada, también por corregidor, en Conversaciones imposibles con Macedonio Fernández), “Macedonio definió las condiciones para una poética de la novela en la Argentina y estableció las bases para una historia del género. Inventa una historia nueva, funda el origen: escribe la primera novela buena y anula la tradición anterior. Con este acto, que borra todo contexto, se integra en la más típica de las tradiciones argentinas”. En este sentido es que aparece otra de las características más sobresalientes de la obra macedoniana: en diálogo polémico con la tradición novelística del siglo XIX, Macedonio erige un lector eminentemente activo e incluso productor de sentido, en un gesto netamente vanguardista y desafiante respecto del altar sacrosanto que ocupaba la figura del narrador. En el universo macedoniano, el escritor se muestra por momentos desnudo, desprejuiciado, a veces inseguro y dubitativo, y puede pedirle al lector que lo ayude a construir la obra. Es que, en la poética de Macedonio Fernández, arte y vida, novela y experiencia, se fusionan en un mismo movimiento intelectual y creativo, inscribiéndose así en otra de las grandes diatribas alojadas en el seno de la historia de la literatura. 


Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domngo 21 de diciembre

martes, 18 de noviembre de 2014

“El amor puede jaquear la idea de nación”

Bernardo Carvalho es uno de los principales exponentes de la narrativa contemporánea de Brasil. Dueño de una prosa áspera, este autor oriundo Río de Janeiro acaba de publicar Hijo de mala madre, una novela que se desarrolla en torno al conflicto bélico en Chechenia. Allí, vuelve a reflexionar sobre la paradoja de los lazos familiares y sobre el amor de madre, que logra poner en cuestión la idea misma de nación.

Casi medio millón de muertes. La mayoría de los estudios coinciden en ubicar alrededor de esa cifra la cantidad de vidas que se llevaron los dos picos de conflicto entre Chechenia y Rusia. La destrucción de poblaciones enteras y la profundización de enfrentamientos étnicos fueron y continúan siendo consecuencias de uno de los principales focos de conflicto bélico que tuvieron lugar en el marco de la ex URSS. Ese es el contexto en el que el brasileño Bernardo Carvalho sitúa la acción de Hijo de mala madre, su nueva novela. Entre bombas y campos de refugiados, escombros de edificios destruidos y la omnipresencia de la muerte, uno de los principales exponentes de la narrativa brasileña contemporánea desarrolla una historia en la que los lazos familiares, la memoria y el amor se encuentran y desencuentran, poniendo en cuestión la noción de Patria: Tanto aquella delimitada por la institucionalidad y las fronteras geográficas, como la patria chica, ese espacio configurado en la mente del individuo, donde su familia, su infancia y su barrio configuran una idea similar a la de nación, pero privada. Bernardo Carvalho cultiva una prosa seca, precisa y sin estridencias, que remite a la famosa teoría de Hemingway según la cual la escritura debe ser como un iceberg, que deja ver apenas el extremo superior de algo mucho más denso, oculto por debajo del manto de la palabra. Los divinos perdedores, la paradoja de la supervivencia autodestructiva del hombre y el pesimismo como modo de resistencia aparecen en la narrativa de Carvalho como ideas fuerza. Sin embargo, no estamos frente a textos tristes o melancólicos, propios de un posmodernismo sin anhelos, sino que queda habilitada la esperanza en un mundo más amable a través de la figura materna.

 El origen de la novela tiene algo de casual: “Un productor de cine de San Pablo, Rodrigo Teixeira, propuso a algunos escritores brasileños pasar un mes en cualquier capital del mundo para escribir una historia de amor, con tendría la ciudad como telón de fondo –explica el autor-. El proyecto se llamó Amores expressos. Él me pidió que fuera a San Petersburgo. Mientras leía sobre Rusia, los personajes principales comenzaron a imponerse con cierta urgencia, como las dos caras de una misma moneda que pone al nacionalismo en cuestión, en tanto los personajes sufren un destino trágico por la misma razón nacionalista que confrontaba a uno con otro. Luego leí sobre el Comité de Madres de soldados. Entonces, el personaje de la madre completó el triángulo. Luego, se fue desarrollando en varias madres, como un caleidoscopio. Y la historia de amor ganó otra dimensión, más compleja y polisémica”.

Los lazos familiares puestos en cuestión ya habían aparecido en textos anteriores de Carvalho. Si se puede decir que los escritores tienen obsesiones y vuelven de modo recurrente a algunos tópicos, la relación entre padres, madres, hijos y hermanos ocupa ese espacio en la obra del carioca: “Siempre he tratado de negar los lazos familiares, tanto en la vida personal como en los libros. Pero, para bien o para mal, la familia es el primer puente que nos conecta con el mundo y que define gran parte de lo que somos o seremos. La familia es inevitable. Incluso en ausencia, sigue siendo inquietante. Lo que me pareció interesante en este libro fue revertir la lógica de los roles familiares y pensar en el amor de la madre, este amor en principio absoluto e incondicional, de forma algo contradictoria, como un elemento que no es lo contrario de la guerra. Es este amor que también aparece en los clanes y naciones, que hace sentir que la vida del propio hijo vale más que la del hijo del vecino. Lo más sorprendente desde el punto de vista político en el Comité de Madres de Soldados es que, a partir de la lucha por sus propios hijos, tienden a comprometerse en la lucha por los hijos de otros. No es casual que Putin les considera una amenaza: No puede haber guerra si las personas creen que la vida de otros vale lo mismo que la propia. Eso pone en peligro la idea de nación”, analiza Carvalho, que fue corresponsal en París y Nueva York del emblemático Folha do Sao Paulo y que tradujo al portugués parte de la obra del santafesino Juan José Saer.


Carvalho es dueño de una obra extensa, con unas doce novelas publicadas, como Teatro y Nueve noches, ambas de reciente edición en Argentina. En todas ellas, su narrador hablaba desde la subjetividad de la primera persona. “Como la intención del productor era transformar la novela en una película, sentí el impulso de narrar en tercera persona, algo que nunca había hecho antes en una novela. Siempre me había parecido una convención demasiado artificial, como si una compleja ambigüedad de la novela quedara oculta. El narrador en primera persona habilita un juego de espejos entre autor, narrador y personaje que siempre me ha interesado. Pero pronto me di cuenta de que el narrador podía adoptar la mirada del espectador de cine, lo que me dio una libertad sin precedentes”, señala este escritor nacido en Río de Janeiro en 1960. Cuando se le pregunta por su mirada de la actualidad cultural del Brasil, Carvalho ofrece un panorama extremadamente crítico, a pesar de la parcial recuperación económica, social y cultural que representaron los gobiernos del PT: “Sigue siendo un país de analfabetos. La alta burguesía brasileña debe ser uno de los más ignorantes en el hemisferio occidental”, arroja.

Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 16 de noviembre de 2014.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Un viaje extrañado

La literatura ofrece una poderosa posibilidad: lograr que el lector perciba aquello mundano como si fuera la primera vez. Los formalistas rusos, un clásico de los estudios literarios, señalaron este procedimiento como “extrañamiento”, inherente a la función poética del lenguaje. Buenos Aires – Tijuana. Un viaje es, entonces, un libro “extrañado”. Acompañamos al escritor, periodista y ventrílocuo Daniel Riera a través del viaje en el que, por encargo de una revista colombiana, atravesó los casi 10.000 kilómetros que separan ambos puntos. Rutas del interior profundo del continente, sus parajes, sus desiertos y los viajeros que en incontables cantidades persiguen a diario objetivos diversos, son percibidos como escenarios y personajes extraordinarios luego de su paso por el tamiz de la palabra. Acompañado por un fotógrafo y munido de equipaje liviano, Riera encaró una travesía por momentos tortuosa, donde las pequeñas victorias son el maná, a bordo de buses, barcos y canoas de tonos barroco-latino intensos.



Riera hace foco sobre las historias de pasajeros “comunes”, que en los sucesivos traslados de un punto a otro del recorrido ocupan los asientos generalmente incómodos y se mueven motivados por motivos disimiles, aleatorios y terrenales. Acompañar a estos viajeros nos coloca en una transitoria y placentera sensación de limbo físico y legal, en la medida en que se sortean diferentes obstáculos, encarnados por las requisas policiales y la burocracia regente en los pasos de frontera.


Se torna necesario señalar algo un tano antipático: en los últimos años, la crónica ha sido algo bastardeada, en la medida en que cualquier texto relativamente largo, que incluyera la primera persona del singular y tratara sobre locos, mutilados, pobreza, delincuentes o guetos plenos de color local, fue presentado como obra maestra del periodismo de largo aliento. Hacer buena crónica, original y diferente, al menos en algún aspecto, a lo que ya fue escrito, es tarea complicada. Y Riera lo logra, imponiendo su oficio y un ojo entrenado, que le permite encontrar lo extraordinario en lo pasajero y lo sorprendente en lo mundano.

Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 12 de octubre de 2014