“Estoy escribiendo una nueva... no sé, novela o como se llame”,
dice Luis Sagasti. Y no por mero desparpajo: en 1999 y 2006 publicó El canon de Leipzig y Los mares de la luna, respectivamente, y
el año pasado sacudió más de una cabeza con Bellas
Artes, un libro definitivamente raro
en términos rubendarianos, por su filiación decididamente narrativa, pero
puesta en clave vanguardista, con la fusión de elementos y la batalla a la
linealidad como motor. Ahora, el escritor de Bahía Blanca trabaja otra vez en
una novela (como se llame) y no duda al señalar el objeto de la literatura: “Se
escribe para alimentar el fuego: alumbrar, dar cobijo, para que hacer que el
mundo arda”.
Se puede leer Bellas Artes como una provocación ante todo lo que la literatura
conserva de anquilosada: sus métodos prefabricados, sus recetas para el éxito, sus
compartimentos y géneros delimitados. En un movimiento fresco y arriesgado,
Sagasti logró un texto que a la vez es muchos textos, centrados en el poder del
acto artístico como modo para, por lo menos, aproximarse a la punta del ovillo
de lana del mundo: “En mí, las ideas nunca se presentan con
claridad de mediodía –dice el autor-, sino como una intuición muy fuerte a la
que siento que debo darle una forma. Escribir es una manera de hacerlo. En un
libro como Bellas Artes, lo que
realmente quiero expresar se encuentra dicho a partir de ciertos ritmos, del
trabajo con la plasticidad del lenguaje, de cómo queda resonando una idea sobre
otra idea, como si se formara un acorde. Las historias con que intento abordar
esas intuiciones no son azarosas, pero no me interesan las historias en sí sino
los vínculos con los que forman un todo mayor. No me preocupa saber cuál es el
género en que encaja el trabajo”, asegura, al tiempo que devela algunas pistas
sobre el sucesor de Bellas Artes: “Tengo
ahora una serie de ideas que son casi opuestas al libro anterior. Habría, y de
hecho diría que existe, una trama un poco diluida que se deja entrever en medio
de pequeñas historias. Podría agregar que hay una suerte de misterio a resolver”.
Resulta
más que interesante lo que tiene para decir Sagasti cuando se le realiza una de
las preguntas clásicas que hacemos los (a veces previsibles) periodistas
culturales, acerca de los rituales de escritura: “Si uno realiza un ritual para
ponerse a escribir es porque pretende entrar en una suerte de realidad paralela
que exige determinada preparación sensorial. He leído que muchos lo hacen. Es
difícil entenderlo para mí. Mis ideas y la forma de expresarlas son parte de mi
ADN. No puedo ingresar a mi interioridad pidiendo permiso a unas velas. No
estoy separado de mí cuando escribo, siempre soy yo, o soy más yo que nunca”,
explica.
Según define Sagasti, que nació en Bahía Blanca
en 1963, se encuentra ubicado “en una suerte de generación intermedia”. Eso lo
coloca en posición de especial atención respecto las nuevas camadas de
escritores: “No hay que dejar de lado
las voces que vienen. En la piel de alguien de treinta el sol pega de otro
modo. Me interesan los que escriben sin bronceador. La multiplicación de
editoriales llamadas independientes es un síntoma de que nuestra cultura
necesita decir, buscar riesgos, dar cuenta de ciertos nervios”, señala el autor
del ensayo Perdidos en el espacio,
que no se ahorra las recomendaciones: “Los dos últimos textos de Mario Ortiz: Crítica de la imaginación pura y Al pie de la letra me parecen
decididamente asombrosos. Luego, y sabiendo que dejo de lado a unos cuantos,
podría decir que me gustan mucho Matías Capelli, Cabezón Cámara, la prosa de
Sonia Cristoff, Jorge Consiglio, la sinestesia de Kohan y los perfiles oblicuos
que traza Juan Forn”.
Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 23 de septiembre de 2012
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