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La
clave de estos poemas está sin dudas en su erotismo, que todo lo cubre. Así,
hasta las separaciones, las traiciones, las ausencias, los finales y el dolor
están atravesados por el reinado de las bocas y sus labios, de los ojos y sus
lágrimas, de las pieles y sus sexos. El nombre y la palabra para designar al
mundo son aquí tanto o más vitales que los cuerpos, y ni muerta esta autora,
que en el poema “Sinfonía” asiste a su propio entierro, se desprende del
nombre. Es que la palabra, acaso, sea lo único que logra sobrevivir incluso
cuando el cuerpo fenece: “Ya no existe el cuerpo / sólo queda el trazo / de una
escritura / que ahora escribe / en el lomo encrespado / del tigre”, se lee en
“Habitación felina”.
Desde
su presentación visual, El protegido del
ciervo transmite algunas de las coordenadas orientadoras de los senderos transitados
por las palabras que componen sus poemas. Tanto la tapa, como las ilustraciones
interiores, todas de autoría de la artista española Marijose Tobal, muestran
cuerpos femeninos desnudos e integrados a la tierra. No es casual: la palabra
“cuerpo” está presente casi en cada página de la obra.
Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 4 de noviembre de 2012
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