Cuando Miguel de Unamuno
escribió en 1914 su novela Niebla,
aquella reflexión metafísica con formato literario en la que autor dialoga con
los personajes, en lo que fue tal vez uno de los primeros quiebres de los
límites entre la obra y su creador, seguramente no imaginaba que un morochón
oriundo de un suburbio del sur profundo del continente americano lo iba a citar
reiteradamente, a veces de modo directo y otras algo diferido, en su programa
radial, el más escuchado de la trasnoche en una de las metrópolis
sudamericanas. Menos aún habrá pensado que una referencia a aquella obra iba a
funcionar como motor de la novela que marca definitivamente la llegada a la
madurez de Alejandro Dolina como escritor. Cartas
marcadas se inscribe de lleno en el sistema conceptual que creó Dolina en
éxitos de ventas como Crónicas del Ángel
Gris o El libro del fantasma,
para clausurar definitivamente todo lo que aquellos libros tenían de
adolescente ingenuidad y dotar a su escritura de un halo persistente de acidez
y cinismo a la manera de Diógenes de Sínope, aquel filósofo griego que
desconfiaba de todo lo que lo rodeaba.
Los
personajes son conocidos por los muchos lectores que alguna vez se cruzaron con
un libro de Dolina: Manuel Mandeb, el poeta Jorge Allen, el ruso Salsman. Pero
el trío de aventureros ya no conforma el grupo de Hombres Sensibles de Flores
que añoraban la belleza, el amor y el arte. Ahora putean, frecuentan los
cabarets de la zona, se embriagan porque sí, esperan el fin del mundo con
resignación y son ásperos comentaristas de las ilusiones ajenas. La locación
también se repite: Flores, la clasemediera y meridional tierra de la ciudad de
Buenos Aires, emparentada con Oliverio Girondo, Roberto Arlt, lugar de
residencia de César Aira, entre otras referencias literarias que pueblan el
barrio. Pero en Cartas marcadas,
aparece cubierto por una densa niebla que preanuncia el apocalipsis, según los
más pesimistas, como marca de un irreversible tiempo nuevo en la patria chica
dolineana.
Es
sorprendente como Dolina se mantiene vigente echando mano, de algún modo, a los
mismos ingredientes de la fórmula: picardía porteña entrelazada con mitología
oriental. Filosofía griega en mixtura con sabiduría callejera. Lenguaje elevado
salpimentado con lunfardo. Pero aquí varias las partes de cada elemento: Lo
alto y lo bajo encuentran en Cartas
marcadas una avenida desierta, ideal para confluir y así confundir sus
fronteras en un carnaval donde las caretas se caen.
Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 29 de julio de 2012
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