martes, 12 de febrero de 2013

Será que la canción llegó hasta el sol


Por Juan Francisco Gentile. El 8 de febrero de 2012 moría Luis Alberto Spinetta, figura central de la música popular argentina, autor de un inagotable cancionero que caló profundamente en la cultura rioplatense. Una injusticia que sólo encuentra alivio al volver a sumergirse en el mar de canciones que creó incansablemente.


Hoy se cumple el primer aniversario del que fue probablemente el día más triste no solamente para el rock, sino para el conjunto de la música popular de nuestro país: a los 62 años se apagaban los latidos y con ellos la voz y el cuerpo de Luis Alberto Spinetta, el artista más ecléctico, el más arriesgado, sensible pero crudo, profundo y descarnado, rabioso pez que desde septiembre de 1968, con la salida del simple Tema de Pototo, no dejó de agitar las aguas de la música rioplatense.
Autor de un inagotable cancionero que supo calar hondo en la cotidianidad de los argentinos, Spinetta y su música constituyen como una red de múltiples aristas un complejo sistema de sentidos abiertos, siempre ubicado a la vanguardia, contenedor de infinitas maneras de interpretar y traducir un mundo descompuesto a través de una mirada esperanzadora.
Desde la melancolía beatle, tanguera y alucinada de Almendra, pasando por el rock and roll y la canción filosa de Pescado Rabioso, a la lisergia de Invisible. Del jazz-rock sofisticado de Spinetta Jade a la potencia de aquel trío inagotable que fue Los socios del desierto, pasando por perlas solistas como Spinettalandia y sus amigosKamikaze y Pelusón of milk. De la explotación de la canción más allá de los límites de lo imaginable en Silver Sorgo y Para los árboles, al sonido casi futurista de Pan y el retorno a la simpleza en Un mañana. Su obra, inabarcable y siempre vigente, lo ubica entre lo más destacado de la cultura surgida en estas pampas. Quienes tuvieron la suerte de ser de la partida seguramente no podrán borrar de sus retinas la mágica noche del 4 de diciembre de 2009 en la cancha de Vélez, en la que durante más de cinco horas ininterrumpidas de música y bajo una inmensa luna naranja, se despidió, calmo y transparente, de su público heterogéneo etaria y socialmente.
A un año de la tarde en la que incontables almas se refugiaron a oír fragmentos de la obra spinetteana para rendirle homenaje, es imposible no pensar en el grado de injusticia que el destino cometió con la cultura popular argentina. En tiempos en que más de un artista otrora genial aparece mediáticamente en franca decadencia física, mental y creativa, sin una música factible de conmover la más mínima fibra sensible (los ejemplos están a la vista), la ida del Flaco sucedió en un momento con toda la apariencia de camino aún no finalizado. El 8 de febrero de 2012 sacudió los corazones cuando Spinetta atravesaba una madurez compositiva que sin dudas aún tenía mucho por ofrecer. Su ausencia es un estigma latente que sólo es permeable al olvido a fuerza de sumergirse una y mil veces en una obra que se agiganta cada día.    

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