Con
una puesta vanguardista de Incendios, Sergio Renán regresa a la calle Corrientes
para dirigir una obra que, cuarenta años después del estreno de La tregua, la
primera película argentina en ser nominada a los premios Oscar, lleva
nuevamente a Ana María Picchio como protagonista. En una entrevista Renán se explaya sobre los
grandes tópicos que guiaron su labor artística.
Juan Francisco Gentile
A
pesar de haber sido director del Teatro Colón durante casi diez años, a pesar
de haber dirigido la primera película argentina nominada al Oscar, de figurar
en cualquier reseña histórica como uno de los directores de cine, teatro y
ópera más importantes de la historia del país, de haber adaptado para pantallas
grandes y chicas algunos de los principales y más complejos textos de la
literatura argentina, Sergio Renán se muestra humilde, sereno, meditabundo. 40
años después del estreno de La tregua,
aquella legendaria película basada en la novela homónima de Mario Benedetti, con
la parsimonia que habilita la sabiduría, Renán se sienta en un café de la calle
Corrientes para dar rienda suelta a su verba barroca pero transparente, tan
plena de matices discursivos como su obra, en un diálogo acerca de su nuevo proyecto: Incendios, obra teatral de autoría del
líbano-canadiense Wajdi Mouawad, que se estrenará en el teatro Apolo el próximo
5 de junio y contará con las actuaciones de Ana María Picchio, Jorge D´Elía, Esmeralda Mitre, Mariano Torre,
Héctor Da Rosa y Daniel Araoz, entre otros. “La apuesta es muy fuerte. Será una
obra vanguardista, tanto por el tratamiento del texto como por la puesta en
escena, que será una cosa nunca antes vista”, refiere con entusiasmo.
¿Cómo llegó a la idea de dirigir su
versión de Incendios?
Renán: La
propuesta me la formuló Darío Lopérfido, quien amablemente sugirió que era una
obra para mí. El elenco fue elegido íntegramente por mí, obedeciendo a una
perspectiva transgeneracional, dado que hay actores con diferentes edades y
recorridos. Se trata de un texto duro, que casi podría decirse que es una
historia de intrigas, porque hay una madre que muere, y como último deseo deja
a dos de sus hijos dos cartas a ser entregadas a su padre y a un hermano. Ellos
no saben que su padre vive, ni que tienen otro hermano. De esta manera, se
desata un enigma que es al mismo tiempo de los protagonistas y de los
espectadores, en una carrera hacia un final inesperado y deslumbrante.
¿Cómo será la
puesta en escena de la obra?
Hemos trabajado fuertemente desde lo multitecnológico: hay un importante
componente audiovisual y musical, con una música que mandé a escribir
especialmente, que es fabulosa y que estuvo a cargo de Pablo Ortiz. La puesta
en escena, si bien no está marcada por ser grandilocuente ni pretenciosa en un
sentido de espectacularidad, es sin dudas innovadora. Puedo decirte que
probablemente es el proyecto que más esfuerzo me ha costado en mi carrera. Es
un espectáculo llamativamente producido, costoso y sofisticado, para la índole
de la historia que narra, que es sobre la búsqueda de la identidad, pero que
sobre todo abre intrigas que serán trabajadas tanto con recursos clásicos como
novedosos.
El año que viene se
cumplen cuarenta años de La tregua. En
Incendios nuevamente convocó a Ana
María Picchio. ¿Qué sensaciones le despierta volver a dirigirla?
Es muy emocionante. Lo vivo de un modo muy especial, porque La tregua fue indudablemente un suceso
que marcó mi vida, y también la de Ana María. Ella está en un gran momento, su
talento se vio enriquecido con los años.
¿Qué recuerda de
aquel director de La tregua?
Me recuerdo con las inseguridades, los temores y las imprecisiones propias
de un debutante, con lo cual no quiero decir que hayan desaparecido, pero que
eran mucho mayores en aquel entonces, en donde sentí, como en todo trabajo de
dirección, que para contar la historia a mi manera, necesito de muchísimos
intermediarios. Todas esas personas ocupan un espacio que termina siendo
decisorio en el trabajo final, quienes te juzgan, te escuchan con atención, y
es inevitable que tengan un juicio. Pero de cualquier modo, se sigue
tratando de lo mismo: generar en el otro, primero el entendimiento; después, la
pasión acerca de lo que uno quiere transmitir. Siempre sin artilugios,
demagogias ni astucias, sino con la mayor honestidad posible. Mi relación con
la gente con la que trabajo ha sido siempre una fiesta.
¿Cuánto cambió la
tarea del director de aquel entonces a esta parte?
Es muy diferente. Las inseguridades y los temores nunca desaparecen,
pero son menores. En cambio es mucho mayor la presión exterior, y el
sentimiento de una demanda. Antes de estrenar un espectáculo, siento a la gente
que se me aproxima, me habla con emoción. En algunos casos inocentemente
descuentan que lo que les voy a dar es maravilloso, ¡pobrecitos!
¿Qué piensa
respecto de la dicotomía, tan discutida en el ámbito cultural, entre lo masivo
y lo vanguardista? Su obra parece ir en dirección a la ruptura de esa separación.
Lo masivo como búsqueda nunca formó parte de mis prioridades. Desde
luego, me gusta que lo que hago tenga receptores, y si son muchos, me pone muy
contento. Pero nunca es el punto de partida ni mi objetivo. Lo que ocurre es
que hay aspectos míos, como ideas, intereses, personajes, que se proyectan en
mucha gente, que siente que tiene que ver con eso. Esos son los casos de mis
espectáculos más exitosos. Pero también hubo de los otros. En todos los casos
me encantaría que los viesen multitudes, pero no trabajo para eso.
¿Qué piensa de cómo
se llevan adelante las políticas culturales oficiales?
Para los que somos parte de este mundo, siempre nos parece que falta algo.
La difusión de la cultura debe tener presente que distintas expresiones
artísticas tienen potenciales destinatarios, que en algunos casos no pueden ser
masivos. La masividad en sí no es un mérito. Hay grandes hechos artísticos que
son masivos, y hay cantidad de basura que es masiva. También hay hechos
estéticos formidables que sólo tienen la posibilidad de ser recibidos por
pocos. La obligación de los funcionarios es estar atentos a todo, y tratar de
que la cultura llegue a la mayor cantidad de destinatarios posibles, teniendo
en cuenta que un cuarteto de Beethoven no puede tener tantos espectadores como
un recital de rock. Pero fomentar lo bueno es obligación del Estado, para lo
cual hay que disponer de funcionarios atentos, curiosos y abiertos a la diversidad,
estética e ideológica. Desde ese punto de vista, siempre me parece poco lo que
el Estado hace en relación a eso. De todas maneras, desde hace bastante tiempo,
no necesariamente coincidiendo con el estado general del país, la creatividad
argentina es bastante rica.
A lo largo de su
obra se observa una relación muy fuerte con la literatura, como en las
adaptaciones para cine de textos de Benedetti, Bioy Casares, Haroldo Conti,
Juan José Saer, entre otros. ¿Cómo se desarrolló esa ligazón tan estrecha?
Mi interacción con los grandes textos empezó de pequeño, gracias a haber
crecido en una casa con una muy buena biblioteca y de haber tenido una hermana
que se encargó de fomentar lecturas. Sin embargo, no comulgo con el concepto de
"adaptación" de una obra, que señala que aparentemente hay una
disciplina que es subsidiaria de la otra. Yo no hago ni hice nunca adaptaciones
de textos. Lo defino, quizás imperfectamente, como lo que me creó la lectura de
un texto. Lo que supone un universo de contacto tanto con una historia como con
una manera de narrar. Sólo tiene que ver conmigo, no soy yo. En cambio en las
películas sí soy yo, y eso supone agregados, cortes, historias que son
simultáneas y que no tienen que ver con el texto original. El concepto de
adaptación es intrínsecamente subalterno, en el cual la literatura y los textos
pasan a ser un espacio sagrado al que uno se adapta. Una película es otra cosa,
está claro que no es lo mismo partir de una idea que a uno se le ocurre que de
una novela, donde hay un universo ya creado por otro, pero de ahí en más pasa a
ser el espacio en el que entro a volar e imaginar.
¿Cómo se lleva con la recepción y la crítica?
No la leo. Soy bastante lábil frente a eso. Ciertas críticas me lastiman
más de lo que razonablemente me deberían lastimar. Pero al darme cuenta de que
no es razonable el nivel de daño que me procuran, he prescindido de ellas,
porque hay una cierta proyección inferior, pero existente, con la palabra
escrita. Durante muchos años, la lectura de las críticas fue un ejercicio muy
placentero para el ego, hasta que empezó a haber conflictos. Entonces, la
necesidad de aprobación de la crítica no es idéntica en todos los casos. Hay
opiniones que me importan más que otras. En cualquier caso, el rechazo me duele,
aunque no admire particularmente a quien lo profiere.
¿Cuál es su mirada sobre el momento actual del teatro argentino?
Lo veo rico desde hace varios años. Hay dos generaciones muy
interesantes de dramaturgos, directores y actores -algunos de los cuales están
en el elenco de Incendios- de los cuales el nivel de lo que
ofrecen me parece muy correcto, y muy creativo. Hay dos apariciones que llegan
desde el off, que son Javier Daulte y
Daniel Veronesse, que hacen un trabajo muy sólido y en algunos casos extraordinarios.
Pero hay una generación previa, la de Szuchmacher, que han hecho espectáculos
magníficos. Luego, Rafael Spregelburd, Julián Kartún y Ricardo Bartís mantienen
una identidad entre su estética y su ideología artística, que es muy armoniosa.
Trabajan en sus espacios, son enormemente talentosos, yo los admiro, pero no
han hecho ese tránsito de Daulte y Veronesse, lo cual no es cuestionable en sí
mismo, pero se mantienen en un teatro cuyo espacio armónico y coherente es el
de salas pequeñas. De cualquier modo, el espectador argentino está en
condiciones de encontrarse con nuevas ideas y maneras de narrar, con los
trabajos de estas generaciones.
Durante casi diez
años fue director del Teatro Colón. Luego, en 2011 y 2012 volvió para dirigir
espectáculos allí, ¿cómo lo encontró?
Fueron dos muy buenas experiencias. Encontré al Colón progresivamente
mejor, un espacio en varios aspectos consolidado, con menos tensiones. Debo
agradecer una disposición excelente del teatro hacia mis trabajos. Fueron
propuestas complejas, también con lenguajes artísticos diversos puestos en
juego. La receptividad del Colón, y el respeto, fueron magníficos, y los
agradezco profundamente.
¿En qué etapa de su
carrera artística se encuentra actualmente?
No puedo decir que sea el mismo de La
tregua, pero hay una relación apasionada con el cine, el teatro y la ópera,
que sé que no va a desaparecer. Nunca me puedo imaginar en el rol de mero
espectador. La importancia que le adjudique a los resultados puede ser un poco
menor, aún con la presión del público. Desde luego deseo que lo que hago guste,
pero no me importa tanto como hace veinte años, en que me desesperaba el
resultado y la mirada exterior. Ahora, ambas cosas me importan un poco
menos.
Ana María Picchio: “Este encuentro, como decía Avellaneda en La tregua, no es casualidad”
Corría 1974 cuando el estreno de La
tregua, la versión cinematográfica de la clásica novela del uruguayo Mario
Benedetti, sacudió a la cultura argentina y del mundo con una narración aguda
de los dramas, ilusiones y vaivenes de la vida cotidiana de dos oficinistas
como los que se contaban por millones en el país. El film dirigido por Sergio
Renán fue nominado a los Premios Oscar en la categoría de Mejor película
extranjera, y perdió en la terna nada menos que con Amarcord, una de las obras monumentales de Federico Fellini. En ese
entonces, Renán eligió a Ana María Picchio y Héctor Alterio para protagonizar
aquella conmovedora historia de amor, de encuentros y desencuentros. Hoy, casi cuarenta
años más tarde, Renán vuelve a dirigir a Picchio en Incendios. Emocionada por este nuevo proyecto, Picchio se encuentra
feliz por la propuesta. En medio de una pausa en los intensos ensayos previos
al estreno, atiende a PERFIL y
señala: “Es maravilloso volver a trabajar juntos, porque ninguno de los dos
pensamos que volveríamos a encontrarnos, por lo menos en esta tierra. Además,
la obra es una maravilla, la puesta es diferente a cualquier cosa que se haya
visto. Es un sueño de Sergio, hecho realidad”. Respecto de la tarea de Renán
como director, y las diferencias entre su estilo de dirección luego de cuarenta
años, Picchio no duda en afirmar: “Es la misma persona, con la misma paciencia
y sabiduría. Eso sí: difícil convencerlo de algún cambio, porque la tiene muy
clara, y eso me gusta. Es un hombre que tiene un sueño y va a por ello.
Entonces, como actriz una confía plenamente en él, lo cual hace todo más fácil
y descansado. Durante los ensayos me dí cuenta de que las cosas no pasan porque
sí, sino que tienen un motivo. Nadie mejor que Sergio para que yo termine de
madurar como actriz. Como decía el personaje de Avellaneda en La tregua, este encuentro no es
casualidad”.
Publicado en el suplemento de Espectáculos de Perfil el domingo 2 de junio de 2013, sin firma en apoyo de las medidas votadas por la asamblea de trabajadores de Perfil por las Paritarias de Prensa.
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