“Es difícil no creerle a la televisión. Pasa más tiempo educándonos que tú”, le dijo Bart a Homero Simpson, cuando su papá estaba siendo juzgado públicamente por supuesto acoso sexual a una niñera. En verdad, el amante de las donas no había hecho nada malo: seducido por una golosina de gelatina adherida a la retaguardia de la chica, el padre de familia norteamericano más famoso no pudo más que usar sus dedos para despegar el tentempié. Pero en Springfield, la televisión lo mostró ante los ojos del pueblo entero como un pervertido. Es paradójico: uno de los programas más populares de la historia de la televisión, Los Simpsons, producido por una de las cadenas más poderosas de los medios masivos como es Fox, se muestra filosamente crítico de la TV. La relación que las sociedades modernas hemos desarrollado con la televisión es así de contradictoria. Amor y odio, todo al mismo tiempo.
La televisión de aire se muestra cada vez más apegada a la idea del “show”. Así, gran parte de los programas, que años atrás mostraban con claridad los límites de sus formatos, hoy se parecen entre sí. Los magazines se centran en el escándalo mediático infinito, apoyados en la proliferación de panelistas de cartón. Los noticieros adoptaron características del entretenimiento, y cada vez informan menos. La ficción ofrece muy poco de nuevo, y multiplican rasgos de sus predecesoras. Apenas algo escapa a esta lógica: Telefé muestra contenidos por encima de la media, como lo fue por momentos Graduadosen 2012, y hoy lo es Mi amor, mi amor, la coproducción entre Endemol y El Árbol (la productora de Pablo Echarri y Martín Seefeld), con historia y actuaciones de buenas para arriba, como la vuelta de Osqui Guzmán a la pantalla chica. Pero no mucho más.
Entre tanto, Peter Capusotto y sus videos va por su octava temporada, y se perfila como un clásico de la comedia argentina. El programa de Capusotto y Saborido llenó el hueco del humor bizarro y desprejuiciado que dejaron hitos Cha cha cha o Todo x 2 pesos, reconvirtiendo esa tradición en una versión actual y renovada.


Y qué bueno que Telefé compró tantas latas de Los Simpsons. Los sábados y domingos a la tarde no serían lo mismo sin las maratones casi ininterrumpidas de nuestros viejos amigos amarillos, con sus dardos ácidos hacia la caja que los contiene.
Publicado en el suplemento de Espectáculo de Perfil el sábado 23 de febrero de 2013
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