sábado, 23 de octubre de 2021

Pedro Peretti: «Con los monopolios no se puede pactar, hay que ir hacia otro esquema de producción de alimentos»

El ex titular de la Federación Agraria analiza las medidas de control de precios, critica la concentración del mercado alimenticio y sentencia: “El desabastecimiento es un instrumento de los monopolios para desestabilizar a los gobiernos populares”


Luego de varias idas y vueltas, reuniones y declaraciones cruzadas, finalmente el gobierno nacional publicó en el Boletín Oficial la resolución de la Secretaría de Comercio que dispone el congelamiento de los precios de más de 1400 productos hasta el 7 de enero, en el marco de una escalada inflacionaria que golpea duramente a los sectores populares a través de una permanente suba de precios en los productos de consumo masivo. La reacción de las cámaras empresarias fue inmediata y representantes del sector salieron a rechazar la medida al advertir sobre posibles faltantes de productos en las góndolas. “El desabastecimiento es un instrumento de los monopolios para desestabilizar a los gobiernos populares”, dice Pedro Peretti, productor agropecuario de la localidad santafesina de Marcos Paz y ex titular de la Federación Agraria Argentina, a la cual renunció en marzo de 2014 luego de que la entidad, que históricamente nucleó a los pequeños y medianos productores, decidiera integrarse a Convergencia Empresaria, un conglomerado de propietarios del sector privado de orientación netamente neoliberal. En diálogo con El Grito del Sur, Peretti analizó la puja que se desarrolla entre el gobierno del Frente de Todos y el empresariado del sector de la alimentación, que no está dispuesto a ceder márgenes de rentabilidad, mientras más del 40% de la población cayó por debajo de la línea de la pobreza en el primer semestre de este año.

¿Cómo evaluás la medida del congelamiento resuelta por el gobierno nacional?

La decisión va en una dirección correcta. Roberto Feletti (Secretario de Comercio Interior) tuvo una actitud muy oportuna en este contexto. Pero para que sea efectiva, debe tener el acompañamiento de todo el gobierno, del Presidente para abajo. Además, y esto es clave, requiere del compromiso del pueblo en su conjunto, de los sindicatos, de las organizaciones y de los gobernadores e intendentes, para lograr su objetivo.

Sin embargo, algunos representantes del empresariado del sector salieron rápidamente a responder que puede haber desabastecimiento

El desabastecimiento es un instrumento de los monopolios para desestabilizar a los gobiernos populares. Es una disposición política para golpear en la legitimidad social, busca que la gente esté desconforme y finalmente vote de otra manera. Puede también terminar en un golpe de mercado como fue en el Rodrigazo, cuando se atacó el Plan Gelbard, o en el Chile de Allende, donde hubo un enorme desabastecimiento que precedió al golpe que lo derrocó. Siempre, en la región, los grupos concentrados que controlan la cadena de alimentos utilizaron el desabastecimiento como una forma de condicionar a los gobiernos que buscaron poner algún límite a sus ganancias siderales en beneficio de las grandes mayorías.

¿Cuáles son los actores que concretamente resisten la medida?

Fijate el caso de Molinos Río de La Plata. En su directorio tiene a Susana Malcorra, ex canciller de Macri, y tiene posición dominante en más de 15 productos de la canasta. Es una de las principales interesadas en quedarse con Vicentín. A su vez, es una de las principales productoras de aceite del país. El año pasado exportó 692.000 toneladas de aceite. Tiene el 12% del mercado. ¿Cómo se puede desabastecer de aceite al país con semejante volumen productivo? Solamente se explicaría porque hay una decisión política de no ponerlo en la góndola.

¿Cómo es actualmente el mapa de la concentración en la producción y distribución de alimentos en nuestro país?

50 empresas explican el 80% del abastecimiento. Hay algunos rubros en los cuales la concentración es bestial. En la leche, una empresa tiene el 68% del mercado. En el azúcar tres empresas concentran el 86%. En aceite, tres empresas tienen el 91%. En harinas, dos empresas tienen el 82%. En fideos una sola empresa, tiene el 81% del mercado. Y podríamos seguir así hasta el cansancio. Los monopolios dominan el mercado de alimentos en Argentina.


¿Cuánto incide en la formación de precios y en el alza inflacionaria? Hay especialistas que dicen que no es tan importante, sino que los precios suben más por las variables macroeconómicas que por la concentración del mercado…

En los primeros quince días de octubre, hubo enlatados y productos de conserva que aumentaron 25%. ¿Qué condición macroeconómica se alteró? Las tarifas no aumentaron, el dólar sigue un ritmo estable. Lo único que explica estos aumentos son las posiciones dominantes y abusivas. Cuando se reguló mínimamente el problema de la carne, eliminando a las más de 50 operadoras truchas, que contrabandeaban y triangulaban, presionando también sobre los precios, la carne bajó.

¿Cómo se puede comenzar a recorrer otro camino, rumbo a la soberanía alimentaria?

El campo nacional y popular va a tener que discutir y entender, algún día, una cuestión central: la política agropecuaria y el modelo de producción de alimentos. No se puede mirar para otro lado. Una política pública es todo lo que un gobierno hace, pero también lo que no hace. Esta concentración económica tiene que ver con que durante mucho tiempo se miró para otro lado. Con los monopolios no se puede pactar. Hay que ir hacia otro esquema de producción de alimentos. Primero, hay que discutir el uso y tenencia de la tierra. Hay que tener en claro que el problema de la alimentación tiene que ver directamente con la distribución de la riqueza. La alimentación está estrechamente vinculada con el salario y los ingresos de la población. Más salario, mejor alimentación. No es un problema de volumen de producción ni de escala. Incluso, se puede pensar que hace falta menos volumen, pero mejor distribución.

¿Es posible revertir la concentración en pocas manos de la tierra productiva?

La Argentina debe generar nuevos productores agropecuarios. El Estado debe comprar tierras y venderlas con una financiación accesible a quienes quieran producir para abastecer la mesa popular. Para eso debe constituirse un Instituto Nacional de Colonización Agraria, como tiene Uruguay, y como también tuvo nuestro país en algún momento, llamado Consejo Agrario Nacional, que recibía tierras en donación y las distribuía en créditos a largo plazo.

En estos dos años de gobierno del Frente de Todos, no se pudo controlar el frente inflacionario. La población vio sus ingresos corriendo por detrás de los precios y eso tuvo expresión en las urnas. ¿Dónde se falló?

La vicepresidenta marcó claramente que era necesario alinear tarifas, precios y salarios. No se la escuchó. Claramente el problema estuvo ahí. El ministerio de economía hizo una política de control fiscal en vez de un plan económico. Nos llevó a implementar el programa del FMI, ahorrar dos puntos del PBI, pero tampoco firmó el acuerdo con el fondo. En ese proceso, el gobierno perdió seis millones de votos. La política pública no puede estar guiada por la tapa de un diario o por lo que dicen los medios, sino por el bienestar del pueblo.


https://elgritodelsur.com.ar/2021/10/pedro-peretti-con-los-monopolios-no-se-puede-pactar.html

sábado, 25 de septiembre de 2021

Aníbal: el soldado lenguaraz

  Doctor Aníbal Fernández, buen día

 Buen día

Dígame, ¿sigue siendo amigo de Moreno ahora que le quebró un dedo al abogado Soaje Pinto?

 No, Soaje Pinto le pegó al titular de la SIGEN (Sindicatura General de la Nación), que es más bueno que Lassie…

 Cuídese de sus amigos porque le van a terminar rompiendo un brazo

 No, cuídese usted de sus amigos

 Mis amigos son todos buenísimos

 No, si su amigo Magnetto es un tipo bárbaro, quédese tranquila que mi amiguito es Ceferino Namuncurá al lado de ese

 Ah, entonces es amigo de Moreno

 Me caso con Moreno, antes de tomar un café con Magnetto

Bueno… cuídese

¿y Boston?

¿eh?

 Y usted también, piénselo. Cuídese de sus amigos, porque son más peligrosos los suyos que los míos, quédese tranquila.


El diálogo ocurrió al aire de Radio Mitre el 17 de julio de 2010. Quien entrevista al nuevo Ministro de Seguridad es la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú. Tanto el medio como la periodista, cultores del luego autodenominado “periodismo de guerra”. Por entonces, el lenguaraz quilmeño portaba el traje de Jefe de Gabinete de Cristina Fernández de Kirchner. Le calzaba como un guante. Escenas del mismo tenor se sucedían casi todos los días. En medios de comunicación, en la entrada de la casa de gobierno, en la Quinta de Olivos, o sentado en una reposera en la costa bonaerense durante el verano. El estilo de Aníbal fue siempre el mismo: es de los que se agrandan frente a contextos adversos. Cuanto más caldeado el clima, más fuerte juega y más picante torna su labia. Político full time, curtió prácticamente todos niveles de gestión: fue legislador provincial, intendente municipal, diputado, senador, ministro y jefe de gabinete. «Yo no vivo de la política. Vivo para la política», suele repetir.

Entre sus méritos, pican en punta su lengua filosa, su capacidad inagotable de poner la cara frente a los golpes, su cultura general, su picardía. Entre sus puntos oscuros, su rol como funcionario a cargo de la seguridad durante los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, en pleno estallido social el 26 de junio de 2002. Mezcla de hábil espadachín de la real politik y personaje de sainete criollo, hombre de Estado, su cuero curtido por mil batallas carga los laureles y las esquirlas de una vida en la primera línea de fuego. Estigmatizado y perseguido. Pieza clave de la emancipación kirchnerista del duhaldismo. Aníbal Fernández asume recargado en el ministerio más caliente de una gestión nacional que viene de recibir un gélido cachetazo de realidad en las PASO del 12 de septiembre. “Soy un soldado. Donde me llaman, estoy”, dice.

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Aníbal Domingo Fernández nació en Quilmes el 9 de enero de 1957 en el seno de una familia peronista. Cuenta que su padre quería llamarlo Juan Domingo, y que su madre proponía Aníbal Alberto. Finalmente, hubo fumata. Comenzó a militar cuando cumplió los catorce. Se recibió de contador público en la Universidad de Lomas de Zamora. Tenía 26 años cuando en 1983 comenzó el período más largo de Democracia en la Argentina, que se extiende hasta hoy. 38 años de elecciones y alternancia que lo encontraron siempre en la función pública: desde la asunción de Alfonsín, cuando comenzó a ejercer su primer cargo público, como secretario administrativo del bloque peronista en el senado bonaerense, hasta hoy, como reemplazante de una cuestionada Sabina Frederic.  

Vecinos y vecinas de Quilmes determinaron en las urnas que por el período 1991-1995 Aníbal iba a ser intendente de esa localidad del sur del Gran Buenos Aires. Territorio ribereño, rico en mística y disputas entre facciones, hiperpolitizado, con altos índices de pobreza estructural y algunos de los asentamientos más grandes de la provincia, como Villa Itatí y El Triángulo, entre otros. Durante ese período, fue imputado en una causa judicial por falsificación de documento público, y aunque un año más tarde fue sobreseído, de esos días quedó para el anecdotario político la versión nunca del todo confirmada de su escape de la municipalidad en el baúl de un auto: «inventaron esa pelotudez de que yo salí en el baúl de un coche. Pero ¿quién se creen que soy yo? ¿Sabés cuánto era el dinero que se discutía? ¡15 000 dólares! ¡Esconderme en un baúl por 15 000 dólares! Son todos tarados estos tipos», declaró en una entrevista en julio de 2010.

Más tarde, fue ministro provincial en las gobernaciones de Eduardo Duhalde y Carlos Ruckauf. Años de entrenamiento intenso en gestión de lo cotidiano, para lo que vendría: en 2002 el presidente Duhalde lo designa primero como Secretario General de la Presidencia (cargo que ejercía cuando Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron brutalmente asesinados por las fuerzas federales durante una protesta social en Avellaneda) y luego como ministro de Producción. Un año después Néstor Kirchner lo ubica al frente del Ministerio del Interior, lugar que ocupó durante toda la presidencia del pingüino. Entonces, Aníbal fue una bisagra para la transición del duhaldismo al kirchnerismo, ese artefacto político que aún hoy ocupa la centralidad de la vida política nacional. Los organismos de Derechos Humanos coinciden en destacar el impulso que le imprimió desde el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, entre 2007 y 2009, a los juicios a los genocidas de la última dictadura por los crímenes de lesa humanidad. 

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Lector voraz, ricotero confeso, guitarrista amateur, afecto al cultivo de bonsái, el reciente Ministro de Seguridad no sólo es hiperquinético en la política. Polifacético, fue presidente de Quilmes, el club de sus amores, y titular de la Confederación Argentina de Hockey. Además, es un obsesivo de los datos. Almacena números e información precisa de los más variados temas y registros. Desde cuánto mide la muralla china hasta indicadores socioeconómicos de todas las regiones del mundo de los últimos cien años. “Soy un coleccionista de datos inútiles – dice de sí -. Vivo recordando pelotudeces”.

Es lenguaraz. La labia lo asiste. No sería exagerado colocarle en la solapa la medalla del más hábil declarante de la política argentina. Mientras muchos funcionarios, acostumbrados a trabajar bajo altos niveles de presión, ven una cámara o un micrófono y se paralizan, Aníbal saca a relucir el filo de su lengua. Sus apariciones públicas a lo largo de las últimas décadas dejaron un extenso cúmulo de frases icónicas.: «El que quiera discutir con Cristina, yo le aconsejo: chocar con un tren cargado con piedras es más fácil», «Lo esencial es invisible a los troskos», «El cementerio está lleno de imprescindibles», «Soy duhaldista portador sano», «Massa es como el mate cocido, llena pero no engorda», «Sabsay se cree constitucionalista porque toma el tren en Constitución», entre muchas otras. Payador de la política, se han escrito libros enteros sólo con sus declaraciones y frases icónicas.

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Si hay un diagnóstico compartido entre las distintas tribus del peronismo sobre la victoria de Macri en 2015 es que la descarnada interna entre Aníbal Fernández y Julián Domínguez (otro reciente repatriado al gabinete) en la provincia de Buenos Aires fue determinante para la derrota nacional. Una semana antes de aquellas elecciones, Martín Lanatta, condenado por el triple crimen de General Rodríguez vinculado al tráfico de efedrina, involucró a Aníbal en la investigación, al afirmar que él era «La Morsa», un personaje sospechado de estar detrás de los asesinatos. Por entonces el ruido fue atronador y el impacto político, detonante. Los medios de comunicación de mayor audiencia apuntalaron la versión en los días previos a las elecciones, veinticuatro siete. Recién el 12 de septiembre de 2020, Clarín publicó camuflada dentro de una nota la desmentida: «La Morsa» no era Aníbal. Pero se sabe: la corrección posterior nunca repara los daños de la mentira.

En los casi dos años que lleva el gobierno del Frente de Todos, el área de seguridad es tal vez la que más cortocircuitos expuso. Los permanentes cruces públicos entre Sabina Frederic y Sergio Berni no hicieron más que exponer la falta de una visión común en un ámbito por demás delicado: el manejo de unas fuerzas siempre al límite del exceso. La llegada de Aníbal Fernández, según filtraron desde adentro, es bien recibida en los altos mandos. Ya estuvo a cargo antes, desde el Ministerio de Interior, y muy cerca desde Justicia y Derechos Humanos. El abrazo con Berni ratifica la vuelta de página y el comienzo de una etapa de buena sintonía entre los encargados de la seguridad en Nación y en la Provincia de Buenos Aires. Sólo resta saber si su accionar en las calles estará orientado a la reducción de las desigualdades o a su profundización.

Cuando el gobierno del Frente de Todos se mostraba todavía grogi por los resultados electorales, y los ministros referenciados directamente en CFK presentaron su renuncia, el de Aníbal Fernández fue el primer nombre de peso que sonó entre la incertidumbre. Las imágenes lo mostraban en el ingreso de la Rosada. Hacía tiempo que no pisaba ese suelo: desde el final de la última presidencia de Cristina fue más frecuente encontrarlo en un set de televisión que en un ámbito institucional. «Llegó Aníbal a la Rosada», decían los videographs y los mensajes en los celulares. La crisis era grande, el cuadro se complicaba. Antes de volverse terminal, necesitaba la intervención de cirujanos mayores. Al terminar la reunión con Alberto, enfrentó la sed de declaraciones de la guardia periodística. “No me ofrecieron nada. Sólo vine a ayudar”. Pocos días más tarde, su nombre integraría la lista de los nuevos ministros.


https://elgritodelsur.com.ar/2021/09/anibal-el-soldado-lenguaraz.html

jueves, 23 de septiembre de 2021

"El verdadero escenario está en la lucha"

 Paula Arraigada, candidata a legisladora porteña por el Frente de Todos, sería la primera representante del colectivo trans en acceder a una banca en la historia argentina. Una historia de vida marcada por una doble búsqueda: la identidad autopercibida y la vocación política.

domingo, 23 de agosto de 2020

Billie es el nombre del futuro

"Donald Trump está destruyendo el país. No es posible el silencio, nuestras vidas y las de todo el mundo dependen de esto. Por favor, voten contra Trump". Con estas palabras se presentó Billie Eilish, la artista californiana de 18 años que deslumbra juventudes y se convirtió en referente mundial, en la convención demócrata que dio inicio a la campaña para llevar a Joe Biden y Kamala Harris a la Casa Blanca -Aunque muchos hubieran preferido a Bernie Sanders, y la figura de Biden se contornea algo difusa, el objetivo de terminar con esa pesadilla que es el gobierno del magnate de pelo naranja pudo más. Frente de Todos-.  




Conocí a Billie gracias a mi hija, a fines de 2019. Ella y algunas de sus amigas flashearon en colores con esta muchacha de aspecto algo andrógino y cuerpo pequeño escudado en holgadas ropas deportivas como armadura de una guerrera que por lanza empuña una voz potente y profunda, de raigambre soulera. Una referencia, tal vez algo caprichosa, para les +30: puede ser una Amy Winehouse del siglo XXI, nativa digital, con bastante menos fisura y hasta el momento mayor fortaleza para sobrellevar la pesada carga de mandato y prejuicio que recae densa sobre las mujeres -algo de eso fue lo que en buena medida terminó de manera tan temprana con la buena de Amy-.

Pensaba en el momento de quiebre colectivo más fuerte que tuvo la generación de la que formo parte: el 2001. La debacle del gobierno de la Alianza, como momento culminante de una larga serie de políticas y procesos sociales signadas por el deterioro de las condiciones de vida de la población argentina, nos marcó a sangre y fuego. Estado de sitio, represión, saqueos en hipermercados y en comercios de barrio. Una serie de imágenes que difícilmente se borren de nuestro disco rígido político y emocional, entre las que sin dudas estaría el chino de ciudadela en llanto desconsolado mientras en segundo plano pasa alguien con un árbol de navidad al hombro. Mientras la olla a presión argentina ya temblequeaba y todo indicaba que no había vuelta atrás, el 18 de diciembre de 2001 nacía en la soleada California, en el seno de una familia de artistas como las hay a borbotones en la progresista costa oeste, la niña que sería ícono de la siguiente generación, esa que esperemos nunca sepa de de corralitos ni presidentes que huyen en helicópteros a través de cielos sobre una plaza de muertos y heridos. En términos de masividad, Billie Eilish es una estrella pop adolescente. Pero a diferencia con la larga lista de solistas y grupos de probeta, diseñados en los laboratorios del mainstream cultural, Billie no lleva esa pátina saturada de colores flúo que recubre a muchos productos musicales del mercado. Su propuesta artística es original y genuina, su música tiene gran calidad, su mensaje es empoderante. Suena fuerte y delicada, la producción es high level, se ve y se escucha clásica y moderna. La rebeldía en ella no es rotura, acaso sí ruptura en alguna medida, aunque con continuidades.

Si la generación que fue joven en los años ochenta y noventa se caracterizó en buena medida por el sentimiento No future, concepto que sintetizaba la falta de esperanza en el porvenir y un repliegue sobre lo individual como refugio ante un mundo que abandonaba las perspectivas colectivas, Billie canta en su último corte: "Estoy enamorada de mi futuro". Fue precisamente My future la canción que interpretó con su banda, liderada por su hermano y productor musical Finneas, para la Convención Demócrata. Desparramó groove y plantó bandera en la discusión electoral que enfrenta la principal potencia del mundo. Todo en un solo movimiento. También alzó su voz con fuerza cuando Estados Unidos se revolucionó por el asesinato de George Floyd a manos de policías de Mineápolis. Popularidad en la juventud ya no es sinónimo banalidad o indiferencia ante la realidad social y política, como se logró instalar en las últimas décadas del siglo pasado y los primeros dos mil. Como aquella otra Billie, Holliday, que casi un siglo antes alzó su voz para mostrar los sufrimientos de los afrodescendientes maltratados por su color de piel en el sur de Estados Unidos, Eilish representa hoy a una juventud que no se conforma con lo que una sociedad de gente adulta nacida y criada en el siglo XX, cargada de prejuicios, espera de ella. Genera en mi un enorme regocijo que mi hija encuentre allí su voz y su referencia. Algo hicimos bien.



https://elpaisdigital.com.ar/contenido/billie-es-el-nombre-del-futuro/28010

miércoles, 11 de marzo de 2020

Cìrculo rojo en offside


La lucha entre el deseo y la realidad. O lo que queremos que la realidad sea y aquello que, luego, efectivamente ocurre. No es fácil, para nadie, calibrar de forma equilibrada esos dos elementos. Pero parece que para los analistas, opinólogos y operadores del establishment político, con terminales en el –todavía- oficialismo, es más complicado que para nadie: la ex presidenta y vicepresidenta electa Cristina Fernández de Kirchner volvió por estos días a tirarse un paso sorpresivo para el círculo rojo, a contrapelo de las predicciones circulantes, en el armado del esqueleto legislativo. Habitual jugadora impredecible, tendrá especial injerencia, con su presidencia del Senado a partir del 10 de diciembre, y el rol central que está casi confirmado para Máximo Kirchner en Diputados. Descolocados, como cuando a través de un video Cristina anunció que el candidato sería Alberto, el variado espectro del antiperonismo luce grogui, y no queda nada claro cuál va a ser el formato de la oposición al gobierno del Frente de Todos. ¿Habrá un bloque opositor sólido y cohesionado? ¿O, como pareciera, distintos varietales habitarán las bateas, con graduaciones de confrontación y colaboración diferentes en su composición química? Ahora que hay media sanción de la Ley de Góndolas, parece que la tendencia debiera es hacia la diversificación de la oferta.

Repasemos entonces cuál es el esquema del Congreso que se viene. La novedad más reciente es que Cristina diseña de modo pragmático un Senado que le permitirá tener el cuórum atado y  una mayoría peronista propia. Lejos de quienes, para propia comodidad, imaginaban un kirchnerismo autoritario y cerrado sobre sí mismo, se dibuja un esquema de poder balanceado entre los distintos actores del futuro oficialismo, con protagonismo de los representantes de las provincias y las gobernaciones. Así, en la presidencia provisional del Senado, lugar que le sigue a la vicepresidencia en la línea sucesoria, se perfila Claudia Ledesma Abdala, senadora electa por Santiago del Estero. Abdala pertenece al riñón del gobernador santiagueño, Gerardo Zamora. A su vez, para la presidencia del bloque peronista en la cámara altapica en punta José Mayans, de Formosa, quien con este nuevo panorama podría comandar un bloque de 40 o más senadores. Le sobraría para el cuorum. Con Carlos Caserio en el ejecutivo (suena para el ministerio de Transporte -el teléfono de Randazzo esperaba esa llamada pero no va a llegar-), los lugares más importantes del Senado, como la vicepresidencia, secretarías parlamentarias y administrativa, y las presidencias de comisiones clave estarían repartidas entre las distintas variantes del peronismo: el misionero Maurice Closs, el neuquino Marcelo Fuentes, la mendocina Anabel Fernández Sagasti, el pampeano Daniel Lovera, el porteño Jorge Taiana, entre otros nombres, suenan fuerte.

Las definiciones en el Senado impactan en Diputados, donde Sergio Massa será presidente de la Cámara, y Máximo Kirchner titular de un bloque oficialista que desde el vamos cuenta 110 bancas. El número casi seguro aumenta, al sumar bancadas provinciales, ahora más propensas a la unidad, y también diputados sueltos que o bien se irían de Cambiemos (como Pablo Ansaloni, diputado de la UATRE) o bien venían funcionando como monobloques (como José Luis Ramón, de Mendoza). Así, la futura bancada del Frente de Todos puede estar cerca de los 129 que se necesitan para sesionar.

Con este armado parlamentario, el futuro gobierno de Alberto Fernández tendrá prácticamente garantizada la sanción de una nueva versión del presupuesto 2020 y el paquete de leyes con el que pretende capear el temporal que le deja Macri en el frente interno: una crisis económica que no tiene freno y golpea a diario a las grandes mayorías de la población, con remarcaciones constantes y aumentos en todo aquello que pueda aumentar. También será clave el Congreso para enfrentar el frente externo, la otra cara de la pesada herencia de Cambiemos, con vencimientos siderales de una deuda externa tomada casi exclusivamente para nutrir la fuga de divisas y la bicicleta financiera. Al respecto, Massa y Máximo piensan avanzar en el Congreso con una Ley que prohíba y penalice el endeudamiento con consecuencias gravosas para la sociedad. No son buenas noticias para Macri y el equipo económico que firmó con el FMI, que siguen a bordo de ese tranvía llamado deseo.


El futuro político: un caleidoscopio

Las escuelas de todo el país se llenarán en pocos días de electores que bailarán la danza del ritual democrático. Domingos electorales, ya son un clásico nacional: los aplausos a quien vota por primera vez, los vecinos solidarios que donan facturas a las autoridades de mesa, el heroísmo ciudadano encarnado por la gente muy mayor que va a votar aún con dificultades para desplazarse. Reuniones familiares, discusiones, expectativa por los resultados, contrabando de bocas de urna, bunkers, canales de noticias en cuenta regresiva. Cada quien lo vive de acuerdo a su cercanía o distancia con la política, pero a nadie le es extraño buscarse en el padrón, hacer la fila, agarrar la boleta y atenerse a las consecuencias. Folclore. Democracia: la cosa sana. Esta vez, será para elegir al inquilino del lugar de mayor jerarquía del sistema político nacional los próximos cuatro años. Aunque alguna vez un representante de los poderes fácticos —esos que nadie vota— lo haya calificado de "puesto menor", es el presidente con sus políticas la única garantía posible de un arbitraje justo y equitativo de las relaciones sociales.

El futuro inmediato se muestra como un caleidoscopio de infinitas combinaciones y figuras, que se forman y deforman ante el mínimo movimiento de la lente con la que se mira. Las dudas son muchas y de variado orden, pero sobresalen algunas, siempre sobre la hipótesis de una ratificación de los resultados electorales: ¿Podrá Alberto Fernández llevar a buen puerto un gobierno que traiga alivio y recuperación a trabajadores asalariados, clase media, cuentapropistas, pymes y de la economía informal, castigados duramente durante el gobierno de Macri, y navegar a la vez sin naufragar el bravío mar del frente externo, donde el fantasma de la deuda acecha tras la puerta del camarote del Capitán? Y no menos importante: ¿Cómo se administrarán las tensiones dentro del amplio frente social que lo lleva a la presidencia? Por otro lado, ¿Macri se retirará y cederá la conducción de la nueva oposición al tándem Vidal-Larreta? ¿O abrazará el clamor de las plazas del "Sí se puede" y buscará mantenerse en las primeras líneas de la política argentina, proyectando una candidatura legislativa en 2021? Cerca del oficialismo y por estos días gana fuerza la segunda opción, para dolor de cabeza del “ala política” de Cambiemos —Emilio Monzó, Rogelio Frigerio, la UCR de la capital, el mendocino Cornejo, el ahora candidato Lousteau, y demás—, que ya trabaja en el armado del postmacrismo y tiende puentes con Fernández.

De las elecciones primarias a esta parte, se cristalizó lo que se había insinuado al definirse el escenario electoral, allá por mayo —parece una eternidad—, cuando Cristina anunció la fórmula FF: la reorientación hacia la unidad del peronismo, hasta entonces dominado por la fragmentación, y desde allí la plataforma hacia una nueva búsqueda de hegemonía, expresada hoy en el Frente de Todos. En simultáneo a ese movimiento, el actual oficialismo parece haberse recostado en su propia minoría intensa. Esto se vio con mayor claridad en las últimas semanas, con un Alberto moderado, quizás más prudente ante la cercanía creciente con los duros problemas que va a tener que afrontar en un eventual gobierno; y un Macri que consolidó un discurso orientado a la derecha del espectro ideológico, apuntalado por su definición tajante en contra de la legalización del aborto y por su candidato a vicepresidente Miguel Ángel Pichetto, que denuncia inteligencia comunista cubana dentro del Frente de Todos y propone colocar dinamita en los puntos de venta de droga, entre otros highlights.

La potencia electoral de un peronismo unificado parece no tener rival en la Argentina. Esto confirma que todas las esperanzas de los sectores no peronistas residen en la fragmentación de esa fuerza social y política. Doble desafío para Fernández, entonces: mantener la unidad y no alentar rupturas que devuelvan las posibilidades a un armado con eje en las políticas neoliberales. Otro: la figura emergente de Axel Kicillof. Aunque no los aparenta, tiene 48 años, y está maduro políticamente. Con una campaña sorpresiva, todo indica que logrará una victoria histórica sobre quien era el ancho de espadas del macrismo, la gobernadora Vidal, que dijo que “el domingo se vota entre democracia y dictadura”. El economista sobresale con claridad como heredero político de Cristina Fernández, tal vez la líder política más nítida que tiene la Argentina, por la cohesión de la base social que la acompaña, y por sus aciertos tácticos, que la revalorizaron como armadora después de las derrotas de 2013 y 2015 —la del 2017 fue una derrota con sabor a empate—. ¿Quebrará Kicillof la maldición de la provincia de Buenos Aires, que dice que todo aquel que llega por los votos al despacho de La Plata, ya no podrá hacerlo nunca en la Casa Rosada? Figuras que el caleidoscopio irá armando sin prisa, pero sin pausa.


lunes, 31 de julio de 2017

El violento oficio de escribir la violencia

Los periodistas Osvaldo Aguirre y Javier Sinay acaban de publicar una extensa antología comentada de la crónica policial argentina. Desde los inicios hasta nuestros días, las tensiones y conflictos que rodean la tarea de relatar hechos policiales, asesinatos, violaciones, descuartizamientos, desapariciones y vidas carcelarias.

Jacobo Fiorini era un reconocido retratista italiano. Desembarcó en Buenos Aires en 1829. Destacados personajes de la época posaron para él: militares, políticos, escritores y artistas posaron para él en su taller, lo cual lo recompensó con cierto renombre. A raíz de tal fama, la acomodada familia Sacarrán le ofreció un casamiento arreglado con la quinceañera Clorinda. La muchacha, claro, no estaba de acuerdo. Pero a nadie le importó, y el matrimonió se realizó de todas maneras. Así fue como Clorina forjó durante su convivencia con Fiorini un romance secreto con el capataz de la quinta que habitaban. Entre ambos, planearon y ejecutaron el crimen del pintor, a quien enterraron en el fondo del mismo predio. El homicidio fue descubierto, y los asesinos juzgados. Si bien existen antecedentes previos, Osvaldo Aguirre y Javier Sinay, compiladores de ¡Extra! Antología de la crónica policial argentina, coinciden en señalar al crimen de Fiorini como el caso inaugural para la historia del periodismo policial argentino: fue el primer homicidio que mantuvo a prensa y público atentos a las novedades durante días. Desde entonces, el género transitó un sinuoso camino, del que da cuenta la antología recientemente publicada.

Con el crecimiento exponencial de las ciudades en la segunda mitad del siglo XIX, la inmigración masiva y la expansión de los oficios y la vida moderna, rápidamente se gestó un público ávido de entretenimiento: “Desde muy temprano, como lo vemos en la Revista Criminal, de 1873, los cronistas argentinos advirtieron que las historias de delincuentes atraían al público y aumentaban las ventas. –analiza el periodista y escritor Osvaldo Aguirre-. Ese interés es ambiguo e inquietante, porque asocia sentimientos de fascinación y de rechazo: el delincuente puede ser representado como el otro radicalmente diferente, el monstruo ajeno y amenazante para la sociedad, como los ejemplos del Petiso Orejudo y de Robledo Puch”. 



El género, tal como queda reflejado en esta antología (es la primera compilación rigurosa y comentada del género que ve la luz), atravesó diversas etapas, en las que la crónica mostró distintos perfiles ideológicos. Así lo analiza Aguirre: “La ideología del periodismo policial forma parte de la ideología dominante en cada época. La reproduce con dramatismo, la exacerba, como podemos ver hoy en el sentido común alrededor de la inseguridad, en buena medida resultado de la prédica cotidiana de parte del periodismo”.    

Otro aspecto notable es el tratamiento que le dio el periodismo a la violencia hacia la mujer. Hay en la actualidad un consenso generalizado en el empleo de la figura de “femicidio”, luego de su introducción por Ley en el código penal en 2012, pero se trata de algo relativamente nuevo. Como es posible notar en ¡Extra!..., la mayoría de las veces los periodistas escribieron sobre “crímenes pasionales”, motivados por “celos desmedidos” o por “arranques de pasión”: “El periodismo policial se relacionó con la violencia hacia las mujeres con la inconsciencia general del periodismo, con la particularidad de mostrar con mayor nitidez los valores y las costumbres habitualmente solapadas que constituyen el contexto que posibilita el femicidio. La cobertura del descuartizamiento de Alcira Methyger, en 1955, hoy parece una especie de mundo al revés, donde el criminal, Jorge Burgos, termina siendo una especie de víctima, y  la asesinada una instigadora de su muerte y la causa de perdición para un honesto trabajador de clase media”, detalla Aguirre.

Varios interrogantes atraviesan el libro. Tal vez, el principal sea el que se pregunta por el lugar del cronista: ¿Se ubica cerca del policía o cerca del reo? ¿Es posible la equidistancia? Al respecto, Aguirre plantea que “el lugar del cronista se define históricamente según sus relaciones con la policía, la justicia y los delincuentes. Gustavo Germán González, el periodista de Crítica, decía que el cronista policial escribe entre los policías y los delincuentes, se mueve en una zona gris donde es difícil mantenerse como observador externo”. Otras tensiones sobre las que se trabaja son la relación de la crónica policial con la literatura y sus recursos en la construcción de los personajes; las diversas concepciones de la ley, las transgresiones y el castigo, y los distintos modos de violencia institucional, siempre presente en el accionar de las fuerzas policiales.

            El libro está estructurado en seis capítulos, cada uno de los cuales se abre con un texto crítico de los compiladores, que coloca en contexto las crónicas y fundamentan teórica y periodísticamente el recorte aplicado. La antología cuenta con varias perlas, como las crónicas de Gustavo Germán González y de Roberto Arlt para Crítica, el texto sobre el penal de Ushuaia de Juan José de Souza Relly para Caras y Caretas, el de Osvaldo Soriano sobre el caso Robledo Puch; y las plumas de Ricardo Ragendorfer (El túnel de los huesos, El cadáver de Rodrigo), Marta Dillon (Despedidas tumberas) y Rodolfo Palacios (Confesiones de un viejo indecente, Qué pretende usted de mí), como exponentes recientes del género a través de un trabajo narrativo y por momentos literario de los perfiles de los asesinos. 


(Publicado en el suplemento de Cultura del diario Perfil. A continuación, reproducimos la entrevista completa con Osvaldo Aguirre, de la cual surgen los extractos introducidos en la nota)


JFG: ¿Por qué te interesa el género policial en particular? ¿Cómo apareció esa inclinación en tu vida?

OA: Me inicié en el periodismo como cronista policial, en el diario La Capital, de Rosario,  y trabajé diez años en esa sección, hasta 2003. En ese período comencé a interesarme por los temas de historia criminal, sobre los cuales hice varios libros y en los que continúo trabajando. También entonces empecé a conocer y a estudiar el género de la crónica policial. Uno de mis primeros trabajos, en este sentido, fue para Barrio Jalouin (1993), una revista de aparición fugaz que dirigieron Elvio Gandolfo y Christian Kupchik, para la cual coordiné  un número dedicado a crímenes y entrevisté a Enrique Sdrech, Francisco Loiácono -el director de ¡Esto!- y el comisario Jorge Colotto. Recuerdo también en esa época la lectura de Crímenes ejemplares, de Max Aub, un libro que recogía declaraciones de asesinos, extraordinario. Me interesa el género policial como lector, como escritor, como investigador.

¿Es posible detectar lineamientos políticos o ideológicos a lo largo del desarrollo del periodismo policial?

Por supuesto.  En principio habría que distinguir entre actitudes o posicionamientos de algunos periodistas, que pueden desmarcarse del perfil de los medios donde publican sus notas, y el enfoque de los medios gráficos sobre el crimen, que es a su vez cambiante en el curso de la historia y que generalmente presenta ambigüedades y contradicciones, sobre todo en el relato sobre el hecho de alto impacto, que moviliza reacciones sociales y genera corrientes de opinión de signo diverso. La ideología del periodismo policial forma parte de la ideología dominante en cada época. La reproduce con dramatismo, la exacerba, como podemos ver hoy en el sentido común alrededor de la inseguridad, en buena medida resultado de la prédica cotidiana de parte del periodismo. Yendo hacia atrás, las crónicas de José Sixto Alvarez, Fray Mocho, en Caras y Caretas, son complementarias de su trabajo como jefe de Investigaciones de la policía de Buenos Aires: están concebidas con el mismo objeto de conocer el modus operandi y las costumbres de los delincuentes que encontramos en su Galería de ladrones de la capital, una especie de edición de prontuarios que impulsó como policía. También hay posturas reactivas, como la del diario Crítica en la década de 1920, cuando ofrece sus páginas a los anarquistas perseguidos por la policía para que hagan sus descargos. En la antología, a propósito del asalto al pagador del Hospital Rawson, publicamos crónicas de Crítica y La Razón, para mostrar ese choque de posiciones sobre un mismo episodio y sus protagonistas. Otro caso ejemplar de contestación fue la sección policiales del diario Noticias (1973-1974), editada por Rodolfo Walsh, que hacía un seguimiento metódico de las ejecuciones policiales y, según cuentan sus redactores,  estaba pensada sobre la base de que los hechos policiales integran la trama de la política.

¿Cuáles fueron los principales lugares desde los cuales escibió el cronista? ¿Cerca del policía, cerca del reo, observador externo? ¿Se pueden detectar tradiciones o lineamientos generales en ese sentido?

Gustavo Germán González, el periodista de Crítica, decia que el cronista policial escribe entre los policías y los delincuentes, se mueve en una zona gris donde es difícil mantenerse como observador externo.  A lo largo de la historia podemos ver distintas actitudes: Juan José de Soiza y Reilly, en la terrible entrevista al Petiso Orejudo que publicamos en la antología, se ubica del lado de los carceleros; Emilio Petcoff, uno de los mejores escritores del género, decía que él no necesitaba ir a la comisaría, que le bastaba hablar con los protagonistas, los testigos, los vecinos; en una nota como “Los asesinos de taxistas eran amorales”, también en la antología, la revista Así registra involuntariamente la homofobia de mediados de los años 50; Martha Ferro acuñó la expresión “policial tramontina”, para dar cuenta de los crimenes ocurridos en la pobreza extrema. El lugar del cronista se define históricamente según sus relaciones con la policía, la justicia y los delincuentes.  En las primeras crónicas del siglo XX vemos que a veces hay fricciones y enfrentamientos con la policía y la justicia, la información es el término de una negociación, una disputa, pero generalmente se llega a un entendimiento; es avanzado el siglo cuando las relaciones se hacen más tensas, primero porque la búsqueda de la primicia y las exigencias del oficio provocan rupturas en los pactos entre periodistas y funcionarios,  y en ese sentido es un hito “No hay cianuro”, la crónica en que GGG se introduce de incógnito -con el visto bueno de un policía, en realidad- en la autopsia del concejal Carlos Ray,  y en parte porque los delincuentes comienzan a tener mayor espacio, como es el caso del notable descargo de Mate Cosido que publicó la revista Ahora (1940). Desde muy temprano -lo vemos en la Revista Criminal, de 1873- los cronistas argentinos advirtieron que las historias de delincuentes atraían al público y aumentaban las ventas. Ese interés es ambiguo e inquietante, porque asocia sentimientos de fascinación y de rechazo: el delincuente puede ser representado como el otro radicalmente diferente, el monstruo ajeno y amenazante para la sociedad -el Petiso Orejudo, Robledo Puch- pero también como una víctima de la injusticia social, que es empujado al delito por el mal funcionamiento de las instituciones y aun así actúa con altruísmo o con arreglo a ciertos valores -Mate Cosido, Jorge Eduardo Villarino, entre otros.  La figura del cronista, a su vez, suele legitimarse con el aura de la independencia respecto al policía y al juez y lo que recibe de la literatura (el modelo del detective, la retórica del relato policial), como si fuera ajeno a los intereses en juego. En ese marco se distingue precisamente del policía y del juez al presentarse como alguien capaz de escuchar al delincuente, de darle voz, de reconocerle el derecho a contar su propia historia. “El túnel de los huesos”, de Ricardo Ragendorfer, es ejemplar en este sentido.

¿Apareció alguna perla escondida buscando material?

La antología pretende rescatar, junto con las crónicas, determinados momentos en la historia del género: las primeras publicaciones dedicadas específicamente a los casos policiales, como la Revista Criminal o Sherlock Holmes; la experiencia de Delitos y Castigos, una revista de duración efímera pero fundamental en la evolución y en las características actuales del género al introducir el periodismo narrativo; la llamada prensa sensacionalista, la tradición que va de la revista Ahora a ¡Esto!, habitualmente menospreciada en términos periodísticos, al punto de que durante mucho tiempo no se creyó conveniente coleccionarlas en bibliotecas públicas, a diferencia de la “prensa seria”. Incluso el título ¡Extra! Remite a la retórica de esa prensa, a uno de sus rasgos de estilo, el titular breve y apremiante, de último momento, cuya crispación refleja las tensiones del hecho policial. Dentro de las crónicas, destacaría “El periodismo mató a Prieto”, publicada por la revista Careo, que plantea con gran claridad el dilema del cronista entre los delincuentes, los policías, los lectores y la competencia periodística y firma un tal Quinton Blake, que parece un seudónimo de novela policial clase Z; “Despedidas tumberas” , de Marta Dillon, una  de las excelentes crónicas carcelarias que publicó en Pistas, otra revista de gran importancia ; “El plato fuerte del diario”, artículo que nos muestra cómo, ya en 1911, la crónica policial tenía sus especialistas en la prensa nacional. Y destacaría que Extra es la primera antología de la crónica policial que se publica en Argentina.

En alguna nota leí que para vos el género policial es el más cercano a la literatura que hay en el periodismo. ¿Por qué?

Lo decía porque es una cantera de historias en permanente renovación. A mí, de hecho, me sirvió para escribir varios libros. Pero la relación es de ida y vuelta: la literatura se abastece de crímenes y casos excepcionales -empezando por los folletines de Eduardo Gutiérrez, a fines del siglo XIX- y la crónica toma en préstamo formas narrativas, como el enigma. Los grandes cronistas recurren frecuentemente a la ficción como referencia y también para servirse de procedimientos narrativos: Emilio Petcoff, que firmaba sus crónicas con el seudónimo Fermín Rivas, se inventó un personaje, el licenciado Pechblenda, con el cual dialogaba sobre los hechos reales en las crónicas.

Entre los diferentes casos de las crónicas seleccionadas aparece con frecuencia lo que antes se llamaba “crimen pasional” y ahora se denomina con la figura de “femicidio”. ¿Cómo se relacionó el periodismo policial con la violencia hacia las mujeres?

El periodismo policial se relacionó con la violencia hacia las mujeres con la inconsciencia general del periodismo.  Pero con la particularidad de mostrar con mayor nitidez los valores y las costumbres habitualmente solapadas que constituyen el contexto que posibilita el femicidio. La cobertura del descuartizamiento de Alcira Methyger (1955) hoy parece una especie de mundo al revés, donde el criminal -Jorge Burgos- termina siendo una especie de víctima, y  la asesinada una instigadora de su muerte y la causa de perdición para un honesto trabajador de clase media. Si uno va a los diarios de la época descubre que los crímenes y la violencia contra las mujeres -y también la homofobia, con igual o mayor violencia- eran parte de la crónica diaria,  pero la prensa no los consideraba exactamente como asesinatos, se los morigeraba con un arsenal de estereotipos y creencias respecto a las mujeres y a las relaciones de pareja (los celos, las conductas supuestamente impropias, el humor machista sobre las suegras y la familia, etc., que todavía hoy se puede ver, etc.) Hoy no nos quedarían dudas de que el asesinato de Oriel Briant (1984) fue un femicidio, pero en la época no se lo comprendió así porque la violencia contra las mujeres era todavía parte de la cultura, y así como un comisario de La Plata no tomó en serio la denuncia de Briant contra Federico Pippo, su esposo, los periodistas, en general, no profundizaron en lo que hoy nos resulta evidente: los malos tratos que recibía la víctima.

¿Hubo reflejo de excesos policiales y violencia institucional? ¿Se registró la represión de la dictadura?

Los excesos policiales y la violencia institucional recorren la historia criminal argentina y están registrados con mayor o menor desarrollo en diversos textos de la antología. La denuncia de la represión en la dictadura en general cae fuera del género, se publica en otras páginas. El mejor registro de la antología, en ese sentido, está para mí en “El tunel de los huesos”, donde los presos comunes tropiezan con el fantasma de los desaparecidos.

¿Cómo concibió el periodismo policial al castigo, la prisión y la eventual reinserción en la sociedad?

Es difícil generalizar. La visita de Soiza Reilly a la cárcel de Usuhaia y la entrevista de Ragendorfer con los evadidos de Villa Devoto muestran dos posturas completamente opuestas: el periodista alineado con el poder y el que escucha a aquellos que habitualmente no tienen espacio en la prensa y, sin embargo, conocen de primera mano las historias. Las crónicas carcelarias de Marta Dillon, en particular, publicadas con fotografías de Adriana Lestido, fueron un acercamiento inédito al mundo de las mujeres presas; los pedidos para que el Petiso Orejudo no saliera de la cárcel, en otro extremo, un ejemplo de cómo el periodismo policial permea y a la vez formula el sentido común represivo, como podemos ver hoy, mutatis mutandis.