martes, 10 de julio de 2012

Transculturación narrativa en el Caribe


Un sólido camión recibe en su luneta una lluvia de aves salvajes. Plantas, algas y serpientes lo envuelven en la imagen pop que, evocando el choque entre civilización y naturaleza, ilustra la portada de Una tempestad, la versión caribeña escrita por Aimé Césaire en los albores de los agitados 70, hoy disponible en una edición especialmente adaptada para el lector argentino.
La simbología que se desprende de la estructura narrativa de La tempestad, la última escrita íntegramente por Shakespeare, fue retomada en distintas ocasiones durante el siglo XX por diversos intelectuales latinoamericanos para intervenir en el debate sobre la conformación de las naciones, la colonización y la esclavitud, y los procesos independentistas. Debates que, con sus distintos devenires, son rastreables hasta la actualidad. Allí están, entre los más citados, desde el Triunfo de Calibán, de Rubén Darío (1898) y Ariel, de José Enrique Rodó (1900), hasta Islands, del jamaiquino Edward Kamau Brathwaite (1969), y el polémico Calibán, del cubano Roberto Fernández Retamar, intelectual orgánico de la revolución comandada por Castro y Guevara. Sin embargo, menos mencionada por los apuntes críticos pero de una densidad quizás única en cuanto a la complejidad de la operación realizada, en 1969 el escritor martiniqueño Aimé Césaire escribiría Una tempestad, a modo de apropiación del drama shakespeareano en clave anticolonial latinoamericana, que hoy aparece en una edición bilingüe que es mérito del 8vo Loco, con traducción de Ana Ojeda y estudio preliminar de Rocco Carbone y Leonardo Eiff. La obra de Césaire es central para comprender una de las dimensiones fundamentales del debate político y cultural del continente americano en su etapa moderna: no fue sino hasta su intervención, en las puertas de la década de los 70, que la simbología compuesta por las figuras de Próspero, Ariel y Calibán dejó de ser tomada como una parábola de una necesaria civilización de los componentes bárbaros y nativos, para dotarla de un sentido redentor y anticolonial.
Aimé Césaire nació en Basse-Pointe, Martinica, en 1913. Repartió su vida entre la escritura, el ejercicio intelectual y la política: fue dramaturgo, poeta, diputado y alcalde de la ciudad de Fort de France, miembro del Partido Comunista francés hasta 1956, año en que fundó el Partido Progresista martiniqueño. Fundó y dirigió las revistas L’etudiant noir y Tropiques, desde las que intervino fuertemente en la refriega de ideas de su tiempo.
Césaire, junto con el senegalés Léopold Senghor, fue el principal motor para el surgimiento y el desarrollo del concepto de “negritud”, retomado y estudiado por la gran mayoría de los especialistas en estudios culturales latinoamericanos.

La edición de El 8vo loco merece algunas consideraciones aparte. La traducción, a cargo de la escritora y editora Ana Ojeda, se lleva sin lugar a dudas una distinción al riesgo: el original, escrito en francés, aparece aquí traducido al castellano rioplatense. Así, los personajes, de original raigambre sajona, sueltan epítetos como “¡pucha!”, o “éste no tiene jeta de ahogado”, entre muchos otros. El extenso estudio crítico que antecede a la obra lleva las firmas de Rocco Carbone y Leonardo Eiff, e inscribe la obra en el plano de la intervención política más que rescatar su valor artístico, a la vez que discute y propone lineamientos en el plano de la vasta ensayística histórica que existe en la materia de la cuestión colonial en el continente. “El Calibán de la négritude, el Calibán de una de las más articuladas reacciones contra la opresión del sistema colonial francés, el Calibán de Césaire, se enfrenta a un próspero que representa al sujeto occidental en toda su complejidad. Próspero ya no encarna solamente el conocimiento ilustrado, sino todo un orden político económico”, sentencian con marcado oficio crítico Carbone y Eiff. Sin embargo, Césaire no fue un combatiente ciego contra la asimilación cultural occidental. Como anticipo de ideas que más tarde serían centrales en la historia cultural latinoamericana, como la de “transculturación”, trabajada por el teórico uruguayo Angel Rama, Césaire planteaba la necesidad de una suerte de integración cultural (por un lado, en provecho de los aportes culturales cosmopolitas que podía facilitar la relación con Europa, y por otro como reacción ante el avance de los Estados Unidos sobre el Caribe), siempre con un fuerte hincapié en la identidad social del poblador caribeño.
“No me enseñaste nada de nada. Salvo, por supuesto, a chapurrear tu lengua para comprender tus órdenes. Cortar madera, lavar los platos, pescar, lavar legumbres, porque sos demasiado haragán para hacerlo. En cuanto a tu ciencia, ¿alguna vez me la enseñaste? ¡Bien que te la guardaste! Tu ciencia te la guardaste egoístamente para vos solo, encerrada en esos libros gordos que están ahí”, reprocha Calibán a Próspero en Una tempestad. Aquí, el reclamo rebelde del esclavizado ante el esclavizador es claro: no se clama por el territorio. Se clama por el saber.

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