sábado, 25 de septiembre de 2021

Aníbal: el soldado lenguaraz

  Doctor Aníbal Fernández, buen día

 Buen día

Dígame, ¿sigue siendo amigo de Moreno ahora que le quebró un dedo al abogado Soaje Pinto?

 No, Soaje Pinto le pegó al titular de la SIGEN (Sindicatura General de la Nación), que es más bueno que Lassie…

 Cuídese de sus amigos porque le van a terminar rompiendo un brazo

 No, cuídese usted de sus amigos

 Mis amigos son todos buenísimos

 No, si su amigo Magnetto es un tipo bárbaro, quédese tranquila que mi amiguito es Ceferino Namuncurá al lado de ese

 Ah, entonces es amigo de Moreno

 Me caso con Moreno, antes de tomar un café con Magnetto

Bueno… cuídese

¿y Boston?

¿eh?

 Y usted también, piénselo. Cuídese de sus amigos, porque son más peligrosos los suyos que los míos, quédese tranquila.


El diálogo ocurrió al aire de Radio Mitre el 17 de julio de 2010. Quien entrevista al nuevo Ministro de Seguridad es la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú. Tanto el medio como la periodista, cultores del luego autodenominado “periodismo de guerra”. Por entonces, el lenguaraz quilmeño portaba el traje de Jefe de Gabinete de Cristina Fernández de Kirchner. Le calzaba como un guante. Escenas del mismo tenor se sucedían casi todos los días. En medios de comunicación, en la entrada de la casa de gobierno, en la Quinta de Olivos, o sentado en una reposera en la costa bonaerense durante el verano. El estilo de Aníbal fue siempre el mismo: es de los que se agrandan frente a contextos adversos. Cuanto más caldeado el clima, más fuerte juega y más picante torna su labia. Político full time, curtió prácticamente todos niveles de gestión: fue legislador provincial, intendente municipal, diputado, senador, ministro y jefe de gabinete. «Yo no vivo de la política. Vivo para la política», suele repetir.

Entre sus méritos, pican en punta su lengua filosa, su capacidad inagotable de poner la cara frente a los golpes, su cultura general, su picardía. Entre sus puntos oscuros, su rol como funcionario a cargo de la seguridad durante los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, en pleno estallido social el 26 de junio de 2002. Mezcla de hábil espadachín de la real politik y personaje de sainete criollo, hombre de Estado, su cuero curtido por mil batallas carga los laureles y las esquirlas de una vida en la primera línea de fuego. Estigmatizado y perseguido. Pieza clave de la emancipación kirchnerista del duhaldismo. Aníbal Fernández asume recargado en el ministerio más caliente de una gestión nacional que viene de recibir un gélido cachetazo de realidad en las PASO del 12 de septiembre. “Soy un soldado. Donde me llaman, estoy”, dice.

*

Aníbal Domingo Fernández nació en Quilmes el 9 de enero de 1957 en el seno de una familia peronista. Cuenta que su padre quería llamarlo Juan Domingo, y que su madre proponía Aníbal Alberto. Finalmente, hubo fumata. Comenzó a militar cuando cumplió los catorce. Se recibió de contador público en la Universidad de Lomas de Zamora. Tenía 26 años cuando en 1983 comenzó el período más largo de Democracia en la Argentina, que se extiende hasta hoy. 38 años de elecciones y alternancia que lo encontraron siempre en la función pública: desde la asunción de Alfonsín, cuando comenzó a ejercer su primer cargo público, como secretario administrativo del bloque peronista en el senado bonaerense, hasta hoy, como reemplazante de una cuestionada Sabina Frederic.  

Vecinos y vecinas de Quilmes determinaron en las urnas que por el período 1991-1995 Aníbal iba a ser intendente de esa localidad del sur del Gran Buenos Aires. Territorio ribereño, rico en mística y disputas entre facciones, hiperpolitizado, con altos índices de pobreza estructural y algunos de los asentamientos más grandes de la provincia, como Villa Itatí y El Triángulo, entre otros. Durante ese período, fue imputado en una causa judicial por falsificación de documento público, y aunque un año más tarde fue sobreseído, de esos días quedó para el anecdotario político la versión nunca del todo confirmada de su escape de la municipalidad en el baúl de un auto: «inventaron esa pelotudez de que yo salí en el baúl de un coche. Pero ¿quién se creen que soy yo? ¿Sabés cuánto era el dinero que se discutía? ¡15 000 dólares! ¡Esconderme en un baúl por 15 000 dólares! Son todos tarados estos tipos», declaró en una entrevista en julio de 2010.

Más tarde, fue ministro provincial en las gobernaciones de Eduardo Duhalde y Carlos Ruckauf. Años de entrenamiento intenso en gestión de lo cotidiano, para lo que vendría: en 2002 el presidente Duhalde lo designa primero como Secretario General de la Presidencia (cargo que ejercía cuando Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron brutalmente asesinados por las fuerzas federales durante una protesta social en Avellaneda) y luego como ministro de Producción. Un año después Néstor Kirchner lo ubica al frente del Ministerio del Interior, lugar que ocupó durante toda la presidencia del pingüino. Entonces, Aníbal fue una bisagra para la transición del duhaldismo al kirchnerismo, ese artefacto político que aún hoy ocupa la centralidad de la vida política nacional. Los organismos de Derechos Humanos coinciden en destacar el impulso que le imprimió desde el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, entre 2007 y 2009, a los juicios a los genocidas de la última dictadura por los crímenes de lesa humanidad. 

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Lector voraz, ricotero confeso, guitarrista amateur, afecto al cultivo de bonsái, el reciente Ministro de Seguridad no sólo es hiperquinético en la política. Polifacético, fue presidente de Quilmes, el club de sus amores, y titular de la Confederación Argentina de Hockey. Además, es un obsesivo de los datos. Almacena números e información precisa de los más variados temas y registros. Desde cuánto mide la muralla china hasta indicadores socioeconómicos de todas las regiones del mundo de los últimos cien años. “Soy un coleccionista de datos inútiles – dice de sí -. Vivo recordando pelotudeces”.

Es lenguaraz. La labia lo asiste. No sería exagerado colocarle en la solapa la medalla del más hábil declarante de la política argentina. Mientras muchos funcionarios, acostumbrados a trabajar bajo altos niveles de presión, ven una cámara o un micrófono y se paralizan, Aníbal saca a relucir el filo de su lengua. Sus apariciones públicas a lo largo de las últimas décadas dejaron un extenso cúmulo de frases icónicas.: «El que quiera discutir con Cristina, yo le aconsejo: chocar con un tren cargado con piedras es más fácil», «Lo esencial es invisible a los troskos», «El cementerio está lleno de imprescindibles», «Soy duhaldista portador sano», «Massa es como el mate cocido, llena pero no engorda», «Sabsay se cree constitucionalista porque toma el tren en Constitución», entre muchas otras. Payador de la política, se han escrito libros enteros sólo con sus declaraciones y frases icónicas.

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Si hay un diagnóstico compartido entre las distintas tribus del peronismo sobre la victoria de Macri en 2015 es que la descarnada interna entre Aníbal Fernández y Julián Domínguez (otro reciente repatriado al gabinete) en la provincia de Buenos Aires fue determinante para la derrota nacional. Una semana antes de aquellas elecciones, Martín Lanatta, condenado por el triple crimen de General Rodríguez vinculado al tráfico de efedrina, involucró a Aníbal en la investigación, al afirmar que él era «La Morsa», un personaje sospechado de estar detrás de los asesinatos. Por entonces el ruido fue atronador y el impacto político, detonante. Los medios de comunicación de mayor audiencia apuntalaron la versión en los días previos a las elecciones, veinticuatro siete. Recién el 12 de septiembre de 2020, Clarín publicó camuflada dentro de una nota la desmentida: «La Morsa» no era Aníbal. Pero se sabe: la corrección posterior nunca repara los daños de la mentira.

En los casi dos años que lleva el gobierno del Frente de Todos, el área de seguridad es tal vez la que más cortocircuitos expuso. Los permanentes cruces públicos entre Sabina Frederic y Sergio Berni no hicieron más que exponer la falta de una visión común en un ámbito por demás delicado: el manejo de unas fuerzas siempre al límite del exceso. La llegada de Aníbal Fernández, según filtraron desde adentro, es bien recibida en los altos mandos. Ya estuvo a cargo antes, desde el Ministerio de Interior, y muy cerca desde Justicia y Derechos Humanos. El abrazo con Berni ratifica la vuelta de página y el comienzo de una etapa de buena sintonía entre los encargados de la seguridad en Nación y en la Provincia de Buenos Aires. Sólo resta saber si su accionar en las calles estará orientado a la reducción de las desigualdades o a su profundización.

Cuando el gobierno del Frente de Todos se mostraba todavía grogi por los resultados electorales, y los ministros referenciados directamente en CFK presentaron su renuncia, el de Aníbal Fernández fue el primer nombre de peso que sonó entre la incertidumbre. Las imágenes lo mostraban en el ingreso de la Rosada. Hacía tiempo que no pisaba ese suelo: desde el final de la última presidencia de Cristina fue más frecuente encontrarlo en un set de televisión que en un ámbito institucional. «Llegó Aníbal a la Rosada», decían los videographs y los mensajes en los celulares. La crisis era grande, el cuadro se complicaba. Antes de volverse terminal, necesitaba la intervención de cirujanos mayores. Al terminar la reunión con Alberto, enfrentó la sed de declaraciones de la guardia periodística. “No me ofrecieron nada. Sólo vine a ayudar”. Pocos días más tarde, su nombre integraría la lista de los nuevos ministros.


https://elgritodelsur.com.ar/2021/09/anibal-el-soldado-lenguaraz.html

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