domingo, 23 de agosto de 2020

Billie es el nombre del futuro

"Donald Trump está destruyendo el país. No es posible el silencio, nuestras vidas y las de todo el mundo dependen de esto. Por favor, voten contra Trump". Con estas palabras se presentó Billie Eilish, la artista californiana de 18 años que deslumbra juventudes y se convirtió en referente mundial, en la convención demócrata que dio inicio a la campaña para llevar a Joe Biden y Kamala Harris a la Casa Blanca -Aunque muchos hubieran preferido a Bernie Sanders, y la figura de Biden se contornea algo difusa, el objetivo de terminar con esa pesadilla que es el gobierno del magnate de pelo naranja pudo más. Frente de Todos-.  




Conocí a Billie gracias a mi hija, a fines de 2019. Ella y algunas de sus amigas flashearon en colores con esta muchacha de aspecto algo andrógino y cuerpo pequeño escudado en holgadas ropas deportivas como armadura de una guerrera que por lanza empuña una voz potente y profunda, de raigambre soulera. Una referencia, tal vez algo caprichosa, para les +30: puede ser una Amy Winehouse del siglo XXI, nativa digital, con bastante menos fisura y hasta el momento mayor fortaleza para sobrellevar la pesada carga de mandato y prejuicio que recae densa sobre las mujeres -algo de eso fue lo que en buena medida terminó de manera tan temprana con la buena de Amy-.

Pensaba en el momento de quiebre colectivo más fuerte que tuvo la generación de la que formo parte: el 2001. La debacle del gobierno de la Alianza, como momento culminante de una larga serie de políticas y procesos sociales signadas por el deterioro de las condiciones de vida de la población argentina, nos marcó a sangre y fuego. Estado de sitio, represión, saqueos en hipermercados y en comercios de barrio. Una serie de imágenes que difícilmente se borren de nuestro disco rígido político y emocional, entre las que sin dudas estaría el chino de ciudadela en llanto desconsolado mientras en segundo plano pasa alguien con un árbol de navidad al hombro. Mientras la olla a presión argentina ya temblequeaba y todo indicaba que no había vuelta atrás, el 18 de diciembre de 2001 nacía en la soleada California, en el seno de una familia de artistas como las hay a borbotones en la progresista costa oeste, la niña que sería ícono de la siguiente generación, esa que esperemos nunca sepa de de corralitos ni presidentes que huyen en helicópteros a través de cielos sobre una plaza de muertos y heridos. En términos de masividad, Billie Eilish es una estrella pop adolescente. Pero a diferencia con la larga lista de solistas y grupos de probeta, diseñados en los laboratorios del mainstream cultural, Billie no lleva esa pátina saturada de colores flúo que recubre a muchos productos musicales del mercado. Su propuesta artística es original y genuina, su música tiene gran calidad, su mensaje es empoderante. Suena fuerte y delicada, la producción es high level, se ve y se escucha clásica y moderna. La rebeldía en ella no es rotura, acaso sí ruptura en alguna medida, aunque con continuidades.

Si la generación que fue joven en los años ochenta y noventa se caracterizó en buena medida por el sentimiento No future, concepto que sintetizaba la falta de esperanza en el porvenir y un repliegue sobre lo individual como refugio ante un mundo que abandonaba las perspectivas colectivas, Billie canta en su último corte: "Estoy enamorada de mi futuro". Fue precisamente My future la canción que interpretó con su banda, liderada por su hermano y productor musical Finneas, para la Convención Demócrata. Desparramó groove y plantó bandera en la discusión electoral que enfrenta la principal potencia del mundo. Todo en un solo movimiento. También alzó su voz con fuerza cuando Estados Unidos se revolucionó por el asesinato de George Floyd a manos de policías de Mineápolis. Popularidad en la juventud ya no es sinónimo banalidad o indiferencia ante la realidad social y política, como se logró instalar en las últimas décadas del siglo pasado y los primeros dos mil. Como aquella otra Billie, Holliday, que casi un siglo antes alzó su voz para mostrar los sufrimientos de los afrodescendientes maltratados por su color de piel en el sur de Estados Unidos, Eilish representa hoy a una juventud que no se conforma con lo que una sociedad de gente adulta nacida y criada en el siglo XX, cargada de prejuicios, espera de ella. Genera en mi un enorme regocijo que mi hija encuentre allí su voz y su referencia. Algo hicimos bien.



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