Paula Arraigada, candidata a legisladora porteña por el Frente de Todos, sería la primera representante del colectivo trans en acceder a una banca en la historia argentina. Una historia de vida marcada por una doble búsqueda: la identidad autopercibida y la vocación política.
Por: Juan Francisco Gentile
No lo pueden creer. La Plaza de Mayo revienta. Es otoño de 2008 y el sol pega fuerte en las cabezas de las decenas de miles de personas que, apretadas entre sí, esperan que aparezca ella. El país está sacudido por el conflicto político entre el gobierno y las patronales agropecuarias, que cortan rutas, retienen las cosechas y ponen en jaque por primera vez, con el apoyo explícito de los medios de comunicación masiva, al kirchnerismo en el poder. Están extasiadas. La escena que habían visto tantas veces por televisión, como si fuera una película, está ahora frente a sus ojos. Entre las columnas de sindicatos, partidos políticos, organizaciones sociales y barriales, respirando el humo de las parrillas y las fragancias heterodoxas del pueblo movilizado, van Paula y Melisa. Buscan los recovecos para avanzar, quieren llegar lo más cerca posible de la Casa Rosada. Nunca antes habían estado en una movilización política. Sin embargo, aquel día sienten irrefrenable al deseo. Quieren ver a Cristina. Sus cuerpos están atravesados por una adrenalina que no logran procesar del todo. Trabajosamente, llegan al frente de la concentración. Cuando ya no pueden avanzar más porque están las vallas, se detienen y miran a su alrededor. “Las dos travas solas”, como recuerda hoy Paula, forman ahora parte de la intensa columna del gremio de Camioneros.
- Acordate de esto, porque no te lo contó nadie. Esto lo viviste. -Le dice Melisa. En ese momento preciso, su vida cambiaba para siempre. Otra vez.
“Fue absolutamente disruptivo. Una vez que entré a la plaza, nunca más me pude ir”, dice Paula Arraigada, referenta del peronismo de la ciudad de Buenos Aires y del colectivo trans. Está sentada en uno de los sillones del living estilo años cincuenta que armó junto a sus compañeres en el local de La Nelly Omar, en el barrio de Parque Chacabuco. “Antes de eso, no había sentido la vocación política. Fue uno de los días más maravillosos de mi vida. Veía en la televisión esas marchas multitudinarias, a la gente cantando, con banderas, siendo felices. Me emocionaba y me atraía. Deseaba vivirlo, pero no lo sabía. No había entendido ese deseo. Recién cuando lo viví, lo entendí: nunca me iba a ir de la militancia política”. Por entonces, si bien el colectivo trans llevaba ya muchos años de lucha por el reconocimiento de sus derechos, aún no existían la ley de Identidad de Género ni el Matrimonio Igualitario. El estigma era muy fuerte. “No era común que las personas trans estuvieran entre las personas cis. Pero nos sentimos integradas en ese colectivo. Había mucha mística. Era imposible no pasarla bien”, recuerda y se le quiebra la voz.
No entender el deseo. Paula dice que le gustaría ser como otras personas, cuyos procesos de transformación son rápidos. Pero a ella le toma tiempo. Como le tomó casi cuarenta años encontrarse de frente con su vocación política. Pero antes atravesó otro largo proceso, el del encuentro con su verdadera identidad.
Evita y Cristina son dos nombres omnipresentes en su conversación. Faros que iluminan su camino. “Ojalá algún día Cristina sienta una pizca del amor que yo siento por ella”, dice sin apuro, con cadencia lenta pero firme. Como cuando quiso ser actriz, como en la infancia se pintaba los ojos y las uñas, como en la adolescencia cuando sufría por el maltrato de compañeros y profesores, pero aún así sostenía con visibilidad su deseo, Paula tiene en claro donde está parada: “Nosotros estamos siempre al borde del sentimiento, porque aspiramos a representar a un pueblo que tiene mucha pasión. Perón lo tenía claro. Evita lo tenía claro. También Cristina. Y muchas de las peronistas que estamos en esta, tenemos esa conciencia. Pero la política no es solamente un escenario donde mostrarse: debe transformarse en acciones concretas que mejoren la calidad de vida del pueblo. El verdadero escenario está en la lucha. El cupo laboral trans es un gran ejemplo. Fue una lucha en soledad total. Lo logramos a fuerza de insistir, luchar, militar. La oratoria puede ser muy buena, pero si no hay políticas concretas, no sirve”. Paula fue una de las principales impulsoras del cupo laboral travesti trans, sancionado recientemente por el Congreso.
“Yo no sabía qué era. Mis padres tampoco”. Sobre su infancia en Gobernador Echague –un pequeño poblado en el centro de Entre Ríos, habitado por apenas 261 personas de manera estable, según el censo nacional de 2010– sus recuerdos son luminosos. Podía ser diferente al resto sin sentirse rechazada. “Mi mamá era muy severa –cuenta–, pero con la prolijidad. Insistía con el peinado y el guardapolvo impecable. Era una mujer joven. Como habían clausurado el ramal de la estación donde vivíamos, y mi viejo era ferroviario, se tuvo que ir a otro pueblo. Mis hermanas eran grandes. O sea, estábamos solas mi mamá y yo. Me iba todo el día a jugar y a la escuela, no volvía hasta la cena. Yo tenía ocho, nueve años. Y ahora pienso en esa soledad de una mujer joven. Esas cosas hacen que comprenda algunas conductas posteriores de mi mamá. Muchas de sus respuestas, de sus incomprensiones. Pero pasó la vida para poder entenderlas”.
Cuando terminó la escuela primaria, trasladaron nuevamente a su padre y debieron mudarse a una ciudad cercana. En su nuevo colegio lo pasó feo. No sólo era foránea, razón suficiente para ser blanco de bulleo permanente. Sobre todo, era distinta. Recuerda los años de la secundaria como momentos de mucho sufrimiento. Se quedaba dormida después de llorar durante horas en su cama. La habían tratado mal durante todo el día. A pesar de eso, su forma de ser era cada vez más visible: “Me pintaba las uñas y los ojos. Me vestía como mi mamá quería, pero había algo que estaba más allá de la ropa. La voz, el cuerpo, la forma de mover las caderas. Y los chicos que estaban en mi escuela secundaria eran muy malos”.
Eva Paula Arraigada llegó a Buenos Aires en 1988. Su objetivo, su anhelo, su sueño máximo era estudiar actuación y convertirse en actriz. Desde su arribo a la gran ciudad hasta el descubrimiento de su vocación política, en esa plaza de 2008, pasaron exactamente veinte años. Fueron los años oscuros. Los años de su transición definitiva hacia la identidad que hoy lleva con orgullo.
-¿Qué pasó en esas dos décadas?
-Los primeros años fueron difíciles. Otros, algunos pocos, lindos. Y después fueron terribles. Perdí todo lo que había construido. La gente me fue abandonando. Eran épocas en las que ser trans era algo prohibido, estaba mal visto. Siempre asociado a la mala vida. El colectivo trans estaba marcado por todo lo negativo. En ese momento no viví lo tremendo de las situaciones. Hoy lo recuerdo con mucho dolor y sufrimiento.
-Pero antes me dijiste que también hubo años lindos…
-Sí. Vine a Buenos Aires con 18 años, a estudiar teatro. Estaba descubriendo quién era. Para mí el teatro, era el teatro clásico. No conocí la movida under de los ochenta. Estaba con compañeras que querían hacer Sheakespeare, Tenesse Williams, Molière. Estudiaba en la Escuela Municipal, y trabajaba en el Teatro del Pueblo. Esos años fueron los mejores. Vivía en un hotel, pero muy bien. Vivía de mi trabajo, estaba constantemente respirando teatro, terminábamos comiendo todos los días en Chiquilín. Fue una muy buena etapa, fui muy feliz. Trabajé en un lugar donde estaban directores como Tito Cossa, Kartún, Osvaldo Dragún, Hilda Ledesma. Tomaban mate en el mismo lugar que yo. Estaba a la par de todos esos directores que tanto había leído.
-Después vino tu transición definitiva, ¿cómo fue?
-Una compañera, la Negra Di Caprio, me dijo: “Qué lindo cabello que tenés, ¿por qué no te lo dejás largo?”. Yo le decía que no me iba a quedar bien. En el mismo tiempo leí un libro de Erich Fromm que se llamaba El miedo a la libertad. Decía que parte de los miedos se reflejan en el pelo. Entonces me dejé el cabello largo, y volví a recordar eso que siempre estuvo ahí, mi deseo de ser. Admiro a las personas que se dan cuenta rápido de las cosas, mis procesos siempre fueron lentos. Cuando supe que desde ese lugar era más feliz, sobrevino un tiempo difícil. Todo lo que era maravilloso se murió. No tenía casa donde vivir. No tenía trabajo. Las personas se alejaron. Luego entendí que no se podía hacer esa transición sin perderlo todo.
Paula mira hacia atrás y repasa sus decisiones. No tiene vergüenza al reconocer que hoy se arrepiente de algunas. Según estudios de la Organización Mundial de la Salud, la expectativa de vida de las personas transgénero en nuestro país apenas supera los 40 años. Entre la violencia transfóbica que aún persiste en la sociedad, la violencia institucional, y el mal uso de la silicona industrial, los problemas para acceder a atención médica y a trabajos dignos y con derechos, la calidad de vida del colectivo está marcada por el deterioro. En ese sentido, Paula se reconoce como una “trava longeva”: tiene 52 años y su estado de salud es bueno. “Hice todo lo que pude, lo que estuvo en mi cuerpo, para poder aceptar las cosas. No con resignación, sino entendiendo que las cosas eran de la manera que podían ser. Hubo decisiones que podría no haber tomado. La inyección de siliconas, por ejemplo. Fue muy tremenda y hoy pago las consecuencias. No puedo estar mucho tiempo parada, porque me duele mucho la espalda. Me hubiera gustado evitarlo, estar feliz de otra manera”.
Paula es candidata a legisladora porteña en la lista del Frente de Todos. Si bien no es la primera vez que integra una boleta peronista, en caso de acceder a una banca sería la primera legisladora trans de la Argentina.
-¿Está preparada la sociedad? ¿Está preparada la política?
-Creo que la gente sí. No está el prejuicio de que por ser trans no podés ocupar un lugar. Cuando hicimos la campaña #TransEnLasBancas nos encontramos con muchos más apoyos que rechazos. En cambio, a la política todavía le falta un empujón. Siempre está un poco por detrás de la sociedad. Evita dijo que donde hay una necesidad, nace un derecho. Primero aparece la necesidad. Así sucede en todas partes. Es lo que debemos construir para lograr un país más inclusivo, y sobre todo para mejorar la vida democrática. No existe una Democracia plena si no están incluidas políticamente todas las identidades. No solamente la nuestra, tampoco hay candidatas ciegas, sordas, ni afro, ni migrantes, ni diputadas que no tengan cuerpo hegemónico y que lo militen. Eso se debe resolver con la política.
-¿Cuál es el modelo de ciudad que propone el Frente de Todos?
-Venimos proponiendo la ciudad que queremos. La que tenemos hoy no hace feliz a la gente. Hay muchas personas en Buenos Aires que no tienen posibilidad de acceder a una vivienda. Los sectores medios y bajos pagan alquileres carísimos para vivir en lugares pequeños, en muchos casos hacinados. En muchos barrios no existen lugares para el encuentro y la socialización. Creemos necesario un plan de vivienda popular en la ciudad. Por otro lado, no se puede explicar que en el 2021 haya gente sin agua potable. Es una injustica que debemos remediar. No venimos a quitar derechos a nadie, sino a ampliarlos. Todo lo que se recaudó en impuestos en CABA, no redundó en políticas para la gente. El Estado está ausente, nosotros creemos que Buenos Aires se merece un Estado presente, que logre equiparar derechos y revertir las enormes desigualdades, que es muy visible en la ciudad.
-Al peronismo le cuesta llegar a los sectores medios.
-Tenemos que avanzar en políticas para la clase media también, que la tienen muy difícil en la ciudad. Para acceder a la vivienda, al esparcimiento, al trabajo, a un transporte en condiciones dignas. En 2023 se van a cumplir 50 años del retorno de Perón a la Argentina. Va a ser un buen homenaje, el retorno de una Buenos Aires inclusiva, justa, para todos y todas.
Paula camina a paso lento por la calle Saraza hacia su Volkswagen Senda blanco, entre calles empedradas e irregulares, construcciones antiguas venidas abajo, pensiones medio destartaladas, todo perfumado con un el aroma de las frituras que comienzan a inundar el mediodía de un miércoles cualquiera. Pasa junto a dos señores panzones que conversan en la vereda. Se quedan mirándola. Cuando se aleja unos metros, uno le dice al otro: “Cómo han cambiado los tiempos, ¿no?”. El tono del comentario no es despectivo. Tal vez no sepan que, si el Frente de Todos hace una buena elección, a partir de diciembre habrá una trans sentada en una banca de la legislatura.
https://www.elpaisdigital.com.ar/contenido/el-verdadero-escenario-est-en-la-lucha/32571
No lo pueden creer. La Plaza de Mayo revienta. Es otoño de 2008 y el sol pega fuerte en las cabezas de las decenas de miles de personas que, apretadas entre sí, esperan que aparezca ella. El país está sacudido por el conflicto político entre el gobierno y las patronales agropecuarias, que cortan rutas, retienen las cosechas y ponen en jaque por primera vez, con el apoyo explícito de los medios de comunicación masiva, al kirchnerismo en el poder. Están extasiadas. La escena que habían visto tantas veces por televisión, como si fuera una película, está ahora frente a sus ojos. Entre las columnas de sindicatos, partidos políticos, organizaciones sociales y barriales, respirando el humo de las parrillas y las fragancias heterodoxas del pueblo movilizado, van Paula y Melisa. Buscan los recovecos para avanzar, quieren llegar lo más cerca posible de la Casa Rosada. Nunca antes habían estado en una movilización política. Sin embargo, aquel día sienten irrefrenable al deseo. Quieren ver a Cristina. Sus cuerpos están atravesados por una adrenalina que no logran procesar del todo. Trabajosamente, llegan al frente de la concentración. Cuando ya no pueden avanzar más porque están las vallas, se detienen y miran a su alrededor. “Las dos travas solas”, como recuerda hoy Paula, forman ahora parte de la intensa columna del gremio de Camioneros.
- Acordate de esto, porque no te lo contó nadie. Esto lo viviste. -Le dice Melisa. En ese momento preciso, su vida cambiaba para siempre. Otra vez.
“Fue absolutamente disruptivo. Una vez que entré a la plaza, nunca más me pude ir”, dice Paula Arraigada, referenta del peronismo de la ciudad de Buenos Aires y del colectivo trans. Está sentada en uno de los sillones del living estilo años cincuenta que armó junto a sus compañeres en el local de La Nelly Omar, en el barrio de Parque Chacabuco. “Antes de eso, no había sentido la vocación política. Fue uno de los días más maravillosos de mi vida. Veía en la televisión esas marchas multitudinarias, a la gente cantando, con banderas, siendo felices. Me emocionaba y me atraía. Deseaba vivirlo, pero no lo sabía. No había entendido ese deseo. Recién cuando lo viví, lo entendí: nunca me iba a ir de la militancia política”. Por entonces, si bien el colectivo trans llevaba ya muchos años de lucha por el reconocimiento de sus derechos, aún no existían la ley de Identidad de Género ni el Matrimonio Igualitario. El estigma era muy fuerte. “No era común que las personas trans estuvieran entre las personas cis. Pero nos sentimos integradas en ese colectivo. Había mucha mística. Era imposible no pasarla bien”, recuerda y se le quiebra la voz.
No entender el deseo. Paula dice que le gustaría ser como otras personas, cuyos procesos de transformación son rápidos. Pero a ella le toma tiempo. Como le tomó casi cuarenta años encontrarse de frente con su vocación política. Pero antes atravesó otro largo proceso, el del encuentro con su verdadera identidad.
Evita y Cristina son dos nombres omnipresentes en su conversación. Faros que iluminan su camino. “Ojalá algún día Cristina sienta una pizca del amor que yo siento por ella”, dice sin apuro, con cadencia lenta pero firme. Como cuando quiso ser actriz, como en la infancia se pintaba los ojos y las uñas, como en la adolescencia cuando sufría por el maltrato de compañeros y profesores, pero aún así sostenía con visibilidad su deseo, Paula tiene en claro donde está parada: “Nosotros estamos siempre al borde del sentimiento, porque aspiramos a representar a un pueblo que tiene mucha pasión. Perón lo tenía claro. Evita lo tenía claro. También Cristina. Y muchas de las peronistas que estamos en esta, tenemos esa conciencia. Pero la política no es solamente un escenario donde mostrarse: debe transformarse en acciones concretas que mejoren la calidad de vida del pueblo. El verdadero escenario está en la lucha. El cupo laboral trans es un gran ejemplo. Fue una lucha en soledad total. Lo logramos a fuerza de insistir, luchar, militar. La oratoria puede ser muy buena, pero si no hay políticas concretas, no sirve”. Paula fue una de las principales impulsoras del cupo laboral travesti trans, sancionado recientemente por el Congreso.
“Yo no sabía qué era. Mis padres tampoco”. Sobre su infancia en Gobernador Echague –un pequeño poblado en el centro de Entre Ríos, habitado por apenas 261 personas de manera estable, según el censo nacional de 2010– sus recuerdos son luminosos. Podía ser diferente al resto sin sentirse rechazada. “Mi mamá era muy severa –cuenta–, pero con la prolijidad. Insistía con el peinado y el guardapolvo impecable. Era una mujer joven. Como habían clausurado el ramal de la estación donde vivíamos, y mi viejo era ferroviario, se tuvo que ir a otro pueblo. Mis hermanas eran grandes. O sea, estábamos solas mi mamá y yo. Me iba todo el día a jugar y a la escuela, no volvía hasta la cena. Yo tenía ocho, nueve años. Y ahora pienso en esa soledad de una mujer joven. Esas cosas hacen que comprenda algunas conductas posteriores de mi mamá. Muchas de sus respuestas, de sus incomprensiones. Pero pasó la vida para poder entenderlas”.
Cuando terminó la escuela primaria, trasladaron nuevamente a su padre y debieron mudarse a una ciudad cercana. En su nuevo colegio lo pasó feo. No sólo era foránea, razón suficiente para ser blanco de bulleo permanente. Sobre todo, era distinta. Recuerda los años de la secundaria como momentos de mucho sufrimiento. Se quedaba dormida después de llorar durante horas en su cama. La habían tratado mal durante todo el día. A pesar de eso, su forma de ser era cada vez más visible: “Me pintaba las uñas y los ojos. Me vestía como mi mamá quería, pero había algo que estaba más allá de la ropa. La voz, el cuerpo, la forma de mover las caderas. Y los chicos que estaban en mi escuela secundaria eran muy malos”.
Eva Paula Arraigada llegó a Buenos Aires en 1988. Su objetivo, su anhelo, su sueño máximo era estudiar actuación y convertirse en actriz. Desde su arribo a la gran ciudad hasta el descubrimiento de su vocación política, en esa plaza de 2008, pasaron exactamente veinte años. Fueron los años oscuros. Los años de su transición definitiva hacia la identidad que hoy lleva con orgullo.
-¿Qué pasó en esas dos décadas?
-Los primeros años fueron difíciles. Otros, algunos pocos, lindos. Y después fueron terribles. Perdí todo lo que había construido. La gente me fue abandonando. Eran épocas en las que ser trans era algo prohibido, estaba mal visto. Siempre asociado a la mala vida. El colectivo trans estaba marcado por todo lo negativo. En ese momento no viví lo tremendo de las situaciones. Hoy lo recuerdo con mucho dolor y sufrimiento.
-Pero antes me dijiste que también hubo años lindos…
-Sí. Vine a Buenos Aires con 18 años, a estudiar teatro. Estaba descubriendo quién era. Para mí el teatro, era el teatro clásico. No conocí la movida under de los ochenta. Estaba con compañeras que querían hacer Sheakespeare, Tenesse Williams, Molière. Estudiaba en la Escuela Municipal, y trabajaba en el Teatro del Pueblo. Esos años fueron los mejores. Vivía en un hotel, pero muy bien. Vivía de mi trabajo, estaba constantemente respirando teatro, terminábamos comiendo todos los días en Chiquilín. Fue una muy buena etapa, fui muy feliz. Trabajé en un lugar donde estaban directores como Tito Cossa, Kartún, Osvaldo Dragún, Hilda Ledesma. Tomaban mate en el mismo lugar que yo. Estaba a la par de todos esos directores que tanto había leído.
-Después vino tu transición definitiva, ¿cómo fue?
-Una compañera, la Negra Di Caprio, me dijo: “Qué lindo cabello que tenés, ¿por qué no te lo dejás largo?”. Yo le decía que no me iba a quedar bien. En el mismo tiempo leí un libro de Erich Fromm que se llamaba El miedo a la libertad. Decía que parte de los miedos se reflejan en el pelo. Entonces me dejé el cabello largo, y volví a recordar eso que siempre estuvo ahí, mi deseo de ser. Admiro a las personas que se dan cuenta rápido de las cosas, mis procesos siempre fueron lentos. Cuando supe que desde ese lugar era más feliz, sobrevino un tiempo difícil. Todo lo que era maravilloso se murió. No tenía casa donde vivir. No tenía trabajo. Las personas se alejaron. Luego entendí que no se podía hacer esa transición sin perderlo todo.
Paula mira hacia atrás y repasa sus decisiones. No tiene vergüenza al reconocer que hoy se arrepiente de algunas. Según estudios de la Organización Mundial de la Salud, la expectativa de vida de las personas transgénero en nuestro país apenas supera los 40 años. Entre la violencia transfóbica que aún persiste en la sociedad, la violencia institucional, y el mal uso de la silicona industrial, los problemas para acceder a atención médica y a trabajos dignos y con derechos, la calidad de vida del colectivo está marcada por el deterioro. En ese sentido, Paula se reconoce como una “trava longeva”: tiene 52 años y su estado de salud es bueno. “Hice todo lo que pude, lo que estuvo en mi cuerpo, para poder aceptar las cosas. No con resignación, sino entendiendo que las cosas eran de la manera que podían ser. Hubo decisiones que podría no haber tomado. La inyección de siliconas, por ejemplo. Fue muy tremenda y hoy pago las consecuencias. No puedo estar mucho tiempo parada, porque me duele mucho la espalda. Me hubiera gustado evitarlo, estar feliz de otra manera”.
Paula es candidata a legisladora porteña en la lista del Frente de Todos. Si bien no es la primera vez que integra una boleta peronista, en caso de acceder a una banca sería la primera legisladora trans de la Argentina.
-¿Está preparada la sociedad? ¿Está preparada la política?
-Creo que la gente sí. No está el prejuicio de que por ser trans no podés ocupar un lugar. Cuando hicimos la campaña #TransEnLasBancas nos encontramos con muchos más apoyos que rechazos. En cambio, a la política todavía le falta un empujón. Siempre está un poco por detrás de la sociedad. Evita dijo que donde hay una necesidad, nace un derecho. Primero aparece la necesidad. Así sucede en todas partes. Es lo que debemos construir para lograr un país más inclusivo, y sobre todo para mejorar la vida democrática. No existe una Democracia plena si no están incluidas políticamente todas las identidades. No solamente la nuestra, tampoco hay candidatas ciegas, sordas, ni afro, ni migrantes, ni diputadas que no tengan cuerpo hegemónico y que lo militen. Eso se debe resolver con la política.
-¿Cuál es el modelo de ciudad que propone el Frente de Todos?
-Venimos proponiendo la ciudad que queremos. La que tenemos hoy no hace feliz a la gente. Hay muchas personas en Buenos Aires que no tienen posibilidad de acceder a una vivienda. Los sectores medios y bajos pagan alquileres carísimos para vivir en lugares pequeños, en muchos casos hacinados. En muchos barrios no existen lugares para el encuentro y la socialización. Creemos necesario un plan de vivienda popular en la ciudad. Por otro lado, no se puede explicar que en el 2021 haya gente sin agua potable. Es una injustica que debemos remediar. No venimos a quitar derechos a nadie, sino a ampliarlos. Todo lo que se recaudó en impuestos en CABA, no redundó en políticas para la gente. El Estado está ausente, nosotros creemos que Buenos Aires se merece un Estado presente, que logre equiparar derechos y revertir las enormes desigualdades, que es muy visible en la ciudad.
-Al peronismo le cuesta llegar a los sectores medios.
-Tenemos que avanzar en políticas para la clase media también, que la tienen muy difícil en la ciudad. Para acceder a la vivienda, al esparcimiento, al trabajo, a un transporte en condiciones dignas. En 2023 se van a cumplir 50 años del retorno de Perón a la Argentina. Va a ser un buen homenaje, el retorno de una Buenos Aires inclusiva, justa, para todos y todas.
Paula camina a paso lento por la calle Saraza hacia su Volkswagen Senda blanco, entre calles empedradas e irregulares, construcciones antiguas venidas abajo, pensiones medio destartaladas, todo perfumado con un el aroma de las frituras que comienzan a inundar el mediodía de un miércoles cualquiera. Pasa junto a dos señores panzones que conversan en la vereda. Se quedan mirándola. Cuando se aleja unos metros, uno le dice al otro: “Cómo han cambiado los tiempos, ¿no?”. El tono del comentario no es despectivo. Tal vez no sepan que, si el Frente de Todos hace una buena elección, a partir de diciembre habrá una trans sentada en una banca de la legislatura.
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