miércoles, 11 de marzo de 2020

El futuro político: un caleidoscopio

Las escuelas de todo el país se llenarán en pocos días de electores que bailarán la danza del ritual democrático. Domingos electorales, ya son un clásico nacional: los aplausos a quien vota por primera vez, los vecinos solidarios que donan facturas a las autoridades de mesa, el heroísmo ciudadano encarnado por la gente muy mayor que va a votar aún con dificultades para desplazarse. Reuniones familiares, discusiones, expectativa por los resultados, contrabando de bocas de urna, bunkers, canales de noticias en cuenta regresiva. Cada quien lo vive de acuerdo a su cercanía o distancia con la política, pero a nadie le es extraño buscarse en el padrón, hacer la fila, agarrar la boleta y atenerse a las consecuencias. Folclore. Democracia: la cosa sana. Esta vez, será para elegir al inquilino del lugar de mayor jerarquía del sistema político nacional los próximos cuatro años. Aunque alguna vez un representante de los poderes fácticos —esos que nadie vota— lo haya calificado de "puesto menor", es el presidente con sus políticas la única garantía posible de un arbitraje justo y equitativo de las relaciones sociales.

El futuro inmediato se muestra como un caleidoscopio de infinitas combinaciones y figuras, que se forman y deforman ante el mínimo movimiento de la lente con la que se mira. Las dudas son muchas y de variado orden, pero sobresalen algunas, siempre sobre la hipótesis de una ratificación de los resultados electorales: ¿Podrá Alberto Fernández llevar a buen puerto un gobierno que traiga alivio y recuperación a trabajadores asalariados, clase media, cuentapropistas, pymes y de la economía informal, castigados duramente durante el gobierno de Macri, y navegar a la vez sin naufragar el bravío mar del frente externo, donde el fantasma de la deuda acecha tras la puerta del camarote del Capitán? Y no menos importante: ¿Cómo se administrarán las tensiones dentro del amplio frente social que lo lleva a la presidencia? Por otro lado, ¿Macri se retirará y cederá la conducción de la nueva oposición al tándem Vidal-Larreta? ¿O abrazará el clamor de las plazas del "Sí se puede" y buscará mantenerse en las primeras líneas de la política argentina, proyectando una candidatura legislativa en 2021? Cerca del oficialismo y por estos días gana fuerza la segunda opción, para dolor de cabeza del “ala política” de Cambiemos —Emilio Monzó, Rogelio Frigerio, la UCR de la capital, el mendocino Cornejo, el ahora candidato Lousteau, y demás—, que ya trabaja en el armado del postmacrismo y tiende puentes con Fernández.

De las elecciones primarias a esta parte, se cristalizó lo que se había insinuado al definirse el escenario electoral, allá por mayo —parece una eternidad—, cuando Cristina anunció la fórmula FF: la reorientación hacia la unidad del peronismo, hasta entonces dominado por la fragmentación, y desde allí la plataforma hacia una nueva búsqueda de hegemonía, expresada hoy en el Frente de Todos. En simultáneo a ese movimiento, el actual oficialismo parece haberse recostado en su propia minoría intensa. Esto se vio con mayor claridad en las últimas semanas, con un Alberto moderado, quizás más prudente ante la cercanía creciente con los duros problemas que va a tener que afrontar en un eventual gobierno; y un Macri que consolidó un discurso orientado a la derecha del espectro ideológico, apuntalado por su definición tajante en contra de la legalización del aborto y por su candidato a vicepresidente Miguel Ángel Pichetto, que denuncia inteligencia comunista cubana dentro del Frente de Todos y propone colocar dinamita en los puntos de venta de droga, entre otros highlights.

La potencia electoral de un peronismo unificado parece no tener rival en la Argentina. Esto confirma que todas las esperanzas de los sectores no peronistas residen en la fragmentación de esa fuerza social y política. Doble desafío para Fernández, entonces: mantener la unidad y no alentar rupturas que devuelvan las posibilidades a un armado con eje en las políticas neoliberales. Otro: la figura emergente de Axel Kicillof. Aunque no los aparenta, tiene 48 años, y está maduro políticamente. Con una campaña sorpresiva, todo indica que logrará una victoria histórica sobre quien era el ancho de espadas del macrismo, la gobernadora Vidal, que dijo que “el domingo se vota entre democracia y dictadura”. El economista sobresale con claridad como heredero político de Cristina Fernández, tal vez la líder política más nítida que tiene la Argentina, por la cohesión de la base social que la acompaña, y por sus aciertos tácticos, que la revalorizaron como armadora después de las derrotas de 2013 y 2015 —la del 2017 fue una derrota con sabor a empate—. ¿Quebrará Kicillof la maldición de la provincia de Buenos Aires, que dice que todo aquel que llega por los votos al despacho de La Plata, ya no podrá hacerlo nunca en la Casa Rosada? Figuras que el caleidoscopio irá armando sin prisa, pero sin pausa.


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