¿Cuántas mujeres
habrán deseado, alguna vez en su vida, espiar por un rato esa reunión a la que
todas las semanas, llueva, nieve o truene, asiste su pareja con sus amigos, de
la cual regresa a las tres o cuatro de la mañana? Con Nuestras mujeres, la obra teatral recientemente estrenada, dirigida
por Javier Daulte y protagonizada por Arturo Puig, Guillermo Francella y Jorge
Marrale, el espectador puede experimentar esa sensación prohibida y seductora
de meter las narices en la intimidad ajena.
En
esta obra, de autoría del maestro del guión Eric Assous, Max, Toni y Pedro se
juntan, como todas las semanas, a cenar, tomar vino, jugar a las cartas, y
charlar largamente de las preocupaciones comunes de tres hombres que pasaron
los cincuenta: la pareja, las obsesiones, las frustraciones, los miedos, las
alegrías, victorias y derrotas; el vínculo con los hijos, el paso del tiempo, y
la cercanía de la vejez. Todas estas temáticas, un tanto peliagudas, son
operadas con los instrumentos de la comedia: líneas divertidas, ritmo
sostenido, gags, acidez, ironía y hasta humor negro son los elementos que
marcan el pulso. En ese aspecto, Francella es el abanderado. Es sorprendente
comprobar a través de los años su talento para hacer reír con las palabras, la
entonación y el lenguaje corporal. Aquí, el mismo autor que recientemente dio
vida a un frio y calculador Arquímides Puccio en El clan, bajo la dirección de Pablo Trapero, compone un personaje woodyallenezco: obsesivo, solitario,
mañoso, irónico, sumamente neurótico y urbano, no deja con las ganas a aquel
que busca una dosis de sus humoradas clásicas.
Arturo
Puig, por su parte, hace un gran despliegue físico: su personaje atraviesa toda
la obra alterado, y logra transmitir el nerviosismo que se propone. Su aparición
en escena cambia el transcurso de la obra, que se inicia con los personajes de
Marrale y Francella en el escenario.
Marrale también logra lo suyo, al personificar a un dubitativo hombre de
laxos principios, que pendula entre las posturas éticas representadas por los
otros dos personajes, haciendo de nexo para que el trío funcione aceitado.
La
puesta y el ritmo tienen mucho de televisivo. Por momentos, sentimos que
estamos ante una sitcom clásica como Friends
o Seinfeld, con su escenografía de
interiores, la temática moderna y la incomodidad como viento que mueve el cauce
narrativo. Incluso, las escenas tienen cortes musicales donde el público
aplaude espontáneamente, momentos en los cuales es imposible no pensar en ese
género televisivo de cuño estadounidense.
Publicado en el suplemento de Espectáculos del diario PERFIL
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