Japoneses, ingleses, italianos,
colombianos y turistas de las más diversas nacionalidades se agolpan en el
caluroso febrero porteño a la salida del aeropuerto de Ezeiza. Hablan con los
valijeros y los taxistas, intentando averiguar cómo llegar hasta el estadio
único de la ciudad de La Plata. El motivo: tocan los Rolling Stones en Argentina.
Viajaron miles de kilómetros para asistir a un espectáculo único. La
efervescencia del público local a la hora de vivir un recital de la legendaria
banda británica, que se fundó hace más de medio siglo con el blues como piedra basal,
no es comparable con la de ningún público del mundo. El amor incondicional de
la audiencia argentina ante el rock and roll y sus referentes mundiales y
locales es materia de análisis internacional. Factores sociales y culturales de
diversa índole y procedencia se entrecruzan en la historia de la música popular
argentina. Sus referentes y sus seguidores, la dotaron de un desarrollo de
vanguardia entre los países hispanohablantes. Sin embargo, un componente está
en el inicio de toda la película: el blues. Ese estilo musical surgido entre
los negros esclavizados en el sur de los Estados Unidos tuvo central incidencia
en tiempos de los pioneros del rock en español. Es que, así como para los
Stones los bluses de Muddy Watters y Johnny Reed fueron el disparador de la
gigantesca bola de nieve que se armó después, también para los fundadores del
rock criollo el blues funcionó como un despertar, una llave que abrió la puerta
hacia otra dimensión. Bien al sur,
historias del blues en la Argentina, de Gabriel Gratzer y Martín Sassone viene
a aportar un trabajo que estaba faltando en la biblioteca sobre la música
argentina, acerca del el recorrido del blues como género a lo largo de los años
en nuestro país, así como también del rol clave que jugó en el desarrollo
musical local.
Acaso la del
blues y su influencia sea una historia aún desconocida para el gran público de
rock, tapada por el ruido que generaron los géneros más famosos, vendedores de
discos, instalados por la industria. El libro de Gratzer y Sassone se ubica en
ese espacio libre, con un estilo que mixtura narración y enciclopedismo, relato
llevadero con información pura y dura. Así, este trabajo se encarga de joyas
para el melómano como la relación entre el blues tradicional y los cultures del
jazz argentino, como Blackie y Oscar Alemán; la división entre los bluseros
puristas y los heterodoxos (histórica división de todo movimiento); los rastros
locales de subgéneros como el spiritual
o el blues rural y, claro, la masividad a la que llegó el género en los 80 y 90
con Memphis la Blusera y La Mississippi, época en la que el espectador
argentino se agolpó en el Luna Park para vivar a BB King. Además, pone en su
justo lugar a verdaderos monstruos de la música argentina, como el caso de
Walter Malosetti y su tarea de difusión incansable, incluso en dictadura,
cuando la música de negros era considerada subversiva.
La hipótesis
es clara y permite pensar en múltiples direcciones: el blues en la Argentina no
fue un mero reflejo de los referentes angloparlantes del género, sino que tuvo
un desarrollo específico, con particularidades propias, lo cual habilita a
hablar de un “blues argentino”. A diferencia de otros países, donde el género
no se desplegó más allá de la mera imitación, en el río de la plata se
entremezcló con el auge de la música beat de las décadas de 1950 y 1960, dos
grandes vertientes musicales que se unificaron en el surgimiento del tan
mentado rock nacional. Desde Manal y Pappo´s blues, pasando por Almendra y
Pescado rabioso, Pajarito Zaguri y Botafogo, el blues estuvo presente en discos
centrales del rock argentino. “No pibe”, “Avellaneda blues”, “Blues de Santa
Fe”, “Blues de cris”, “Como el viento voy a ver”. Y la lista sigue. Porque,
claro, anoche hubo fiesta en el club de blues local.
Publicado en el suplemento de Cultura del diario Perfil
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