miércoles, 2 de marzo de 2016

El club de blues local

Japoneses, ingleses, italianos, colombianos y turistas de las más diversas nacionalidades se agolpan en el caluroso febrero porteño a la salida del aeropuerto de Ezeiza. Hablan con los valijeros y los taxistas, intentando averiguar cómo llegar hasta el estadio único de la ciudad de La Plata. El motivo: tocan los Rolling Stones en Argentina. Viajaron miles de kilómetros para asistir a un espectáculo único. La efervescencia del público local a la hora de vivir un recital de la legendaria banda británica, que se fundó hace más de medio siglo con el blues como piedra basal, no es comparable con la de ningún público del mundo. El amor incondicional de la audiencia argentina ante el rock and roll y sus referentes mundiales y locales es materia de análisis internacional. Factores sociales y culturales de diversa índole y procedencia se entrecruzan en la historia de la música popular argentina. Sus referentes y sus seguidores, la dotaron de un desarrollo de vanguardia entre los países hispanohablantes. Sin embargo, un componente está en el inicio de toda la película: el blues. Ese estilo musical surgido entre los negros esclavizados en el sur de los Estados Unidos tuvo central incidencia en tiempos de los pioneros del rock en español. Es que, así como para los Stones los bluses de Muddy Watters y Johnny Reed fueron el disparador de la gigantesca bola de nieve que se armó después, también para los fundadores del rock criollo el blues funcionó como un despertar, una llave que abrió la puerta hacia otra dimensión. Bien al sur, historias del blues en la Argentina, de Gabriel Gratzer y Martín Sassone viene a aportar un trabajo que estaba faltando en la biblioteca sobre la música argentina, acerca del el recorrido del blues como género a lo largo de los años en nuestro país, así como también del rol clave que jugó en el desarrollo musical local.

Acaso la del blues y su influencia sea una historia aún desconocida para el gran público de rock, tapada por el ruido que generaron los géneros más famosos, vendedores de discos, instalados por la industria. El libro de Gratzer y Sassone se ubica en ese espacio libre, con un estilo que mixtura narración y enciclopedismo, relato llevadero con información pura y dura. Así, este trabajo se encarga de joyas para el melómano como la relación entre el blues tradicional y los cultures del jazz argentino, como Blackie y Oscar Alemán; la división entre los bluseros puristas y los heterodoxos (histórica división de todo movimiento); los rastros locales de subgéneros como el spiritual o el blues rural y, claro, la masividad a la que llegó el género en los 80 y 90 con Memphis la Blusera y La Mississippi, época en la que el espectador argentino se agolpó en el Luna Park para vivar a BB King. Además, pone en su justo lugar a verdaderos monstruos de la música argentina, como el caso de Walter Malosetti y su tarea de difusión incansable, incluso en dictadura, cuando la música de negros era considerada subversiva.

La hipótesis es clara y permite pensar en múltiples direcciones: el blues en la Argentina no fue un mero reflejo de los referentes angloparlantes del género, sino que tuvo un desarrollo específico, con particularidades propias, lo cual habilita a hablar de un “blues argentino”. A diferencia de otros países, donde el género no se desplegó más allá de la mera imitación, en el río de la plata se entremezcló con el auge de la música beat de las décadas de 1950 y 1960, dos grandes vertientes musicales que se unificaron en el surgimiento del tan mentado rock nacional. Desde Manal y Pappo´s blues, pasando por Almendra y Pescado rabioso, Pajarito Zaguri y Botafogo, el blues estuvo presente en discos centrales del rock argentino. “No pibe”, “Avellaneda blues”, “Blues de Santa Fe”, “Blues de cris”, “Como el viento voy a ver”. Y la lista sigue. Porque, claro, anoche hubo fiesta en el club de blues local.


Publicado en el suplemento de Cultura del diario Perfil

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