El título de De la Patagonia a México, el nuevo libro de Hebe Uhart, da la idea
de recorrido ininterrumpido, de movimiento constante, de viaje místico y sostenido.
Si a esto se suma al arte que ilustra la edición, con la imagen salvaje,
desértica y rutera de la portada, no queda menos que esperar algo cercano a un
guión de road movie. Una parte no
menor de esa expectativa se cumple, en tanto la autora entra con curiosos ojos
de escritora-niña a diversos poblados e indaga en sus costumbres, sus rarezas,
sus historias y sus personajes. Falta el hilo conductor entre las locaciones,
de las cuales quien narra se va sin más y no se sabe con precisión cómo llega. Al
comienzo de cada relato, la autora ya se encuentra allí, dejando de lado por
completo el trayecto que separa una locación de la siguiente. No es el libro de
un viaje, sino un conjunto de textos emparentados por su condición de haber sido
escritos durante el transcurso de una estadía transitoria. En un punto, se
convierte en un diario de anotaciones en tierras lejanas. Dicho esto, De la Patagonia a México es un libro
sumamente disfrutable. Uhart indaga curiosa, serena e incansable en cada
terruño que visita. Busca ir hacia las expresiones culturales de moda y también
sobre las tradicionales, no le teme a los cruces, va directo al hueso, allí
donde se conserva y se innova simultáneo.
Más cómoda en
el pago chico que en la metrópoli, donde se encuentra un tanto ahogada por la
urbe, la autora logra plasmar en estos textos el pulso de la caminata, el ritmo
de la conversación en la vereda, un acontecer espontáneo de las situaciones que
se refleja efectivamente en la narración, con un tenor fresco, algo
despreocupado pero sin perderse de nada. Los carteles en las calles, las
costumbres y el habla de los habitantes, los eventos culturales locales y las
formas que eligen los medios locales para traducir la realidad del pueblo son
para Uhart valiosa materia prima de su literatura.
En Bariloche,
logra transmitir el contraste social violento entre los barrios acomodados, la
ciudad para el turismo, y la vida real de los habitantes de a pie, que
mantienen cada una de las luces de colores que maravillan a los visitantes de
la Patagonia. En pueblos de llanura pampeana, como Azul, Los Toldos y Villegas,
capta un clima siestero y amable (aunque a veces distante con el extraño), en
el que la voz de los pioneros adquiere especial importancia en el armado de una
historia entre oral y escrita, que la autora busca revelar aunque sin ir a
fondo, porque tal vez un café con mesitas en la vereda la inciten a sentarse a
fumar y escuchar las conversaciones de la gente. En Corrientes y en Tucumán
sigue la misma fórmula, pero en espacios más urbanos, lo cual explota en todo
su esplendor primero en Asunción y definitivamente en México DF, donde la
magnitud de todo lo circundante la apabulla y la lleva a añorar la vida
pueblerina.
Los textos de De la Patagonia a México adoptan por
momentos tenor periodístico. La voz del otro, la información, el dato duro y la
contextualización de los personajes pintorescos o relevantes aparecen
sosteniendo los pasajes subjetivos donde se plasman los sentimientos y puntos
de vista de la narradora. El estilo informativo se complementa, además, con el
uso de recursos propios de la literatura de ficción: la sugestión, la metáfora,
la colocación de luces y sobras en distintos espacios de la escena, los pasajes
del tipo punta de iceberg, dejando
aspectos librados a la imaginación del lector, conforman textos genéricamente
híbridos, y es allí donde reside su mayor atractivo. Uhart logra que esos
distintos recursos fluyan con naturalidad y ninguno entre forzado. El reclamo
indígena, el conflicto por la tierra, y por los recursos naturales, está
siempre presente en los textos, como para que no nos olvidemos que la vida es
pelea y la historia avanza tracción a sangre.
Publicado en el suplemento de Cultura del diario Perfil el 11 de octubre de 2015
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