En Habla
Clara (Paradiso), la socióloga y novelista María Pía López pone en el
centro de la escena las distintas capacidades que tiene la palabra hablada
para, aún diciendo mucho de sí, omitir aquello que avergüenza, escandaliza o
simplemente se prefiere evitar. La autora, conocida por su labor como ensayista
en temas culturales, dialogó con Perfil
y confesó: “Me resulta más tentadora la experiencia de escribir ficción”.
A través de los diversos intersticios
del habla popular, con todo lo que ésta revela acerca de la cosmovisión de los
que dialogan, pero ubicando en el centro de la escena todo aquello que la
palabra hablada oculta, la socióloga y escritora María Pía López publicó recientemente
su segunda novela, Habla Clara, en la
que es posible asistir a una versión acaso desviada y parcial de la
investigación acerca del crimen, presumiblemente violento, de un silencioso y
enigmático anciano que vivía en un caracterizado barrio residencial de clase
media, junto a la pequeña Clara. En sus primeros movimientos, el texto se perfila
como un policial: hay un crimen, hay versiones taquigráficas de las
declaraciones de personas que viven cerca del lugar del hecho y de quienes
conocían a la víctima, gracias al tecleo incesante de una copista que entre
paréntesis agrega comentarios, preguntas, ironías y teorizaciones que parecen
funcionar como guías de lectura, por momentos, como sátira del mero acto de
hablar, por otro. Sin embargo, la narración rápidamente define que su juego
será no tanto la resolución del homicidio, sino principalmente la reflexión
acerca de cuánto revela y cuánto es capaz de ocultar la lengua en uso: “Pienso
que hablar tiene más de ocultamiento que de revelación –señala la autora-. La
habladuría, la conversación que desconversa, la murmuración, son modos en los
que un grupo social establece sus pactos de silencio. La idea surge de algo que
me pregunté muchas veces sobre el terrorismo de Estado: algo es visible y sin
embargo la conversación social no lo considera. Aquí pensaba la situación del
secuestro como eso que trascurre a la vista de todos y sin embargo nadie
advierte. El crimen fundamental está allí, eso quería pensar. Por eso, la
pregunta no sería tanto la de quién lo mató si no la de cómo se produjo, en el
plano del lenguaje, ese crimen como posible”.
No deja de
resultar llamativa la apuesta de López, arriesgada desde el vamos: construir la
historia de un hecho policial o criminal, pero echando luz sobre sus laterales
y sus actores secundarios, y a la vez presentando a Clara, el personaje con
mucho más cercano al finado, como una voz relajada y un tanto alucinada. “El
libro –dice la autora- surgió de una pregunta: si podía narrarse con una voz
morosa, dispersa, un poco divagante, una situación de mucha violencia. En No tengo tiempo, la novela anterior,
había desplegado una voz muy agitada, arrojada sobre ese intento de detener lo
indetenible, casi jadeante. En Habla
Clara quise pensar la situación inversa: Clara atraviesa una situación
espantosa pero su ritmo es extremadamente sereno, como el de una niña un poco
distraída”.
Se observa en
esta novela la presencia constante del habla popular, con sus constructos
típicos, formas verbales fosilizadas y frases hechas, propias de la oralidad.
Persiste a lo largo del relato un discurso netamente coloquial, despojado de
las formas del estilo literario “culto” o “elevado” buscado desde siempre por
gran parte de la creación literaria. María Pía López muestra en Habla Clara una actitud lúdica respecto
del lenguaje. “Sólo en el personaje de la Copista se roza un registro más
`elevado´, que apela a citas o glosa textos anteriores –señala-. En el caso de
Hilario, al ser una voz escrita y no oral, y partir de la idea de una escritura
trascendental, que es capaz de expresar una ascesis y una mística, tiene una
tonalidad cultista. Pensé las otras voces más semejantes a las que se escuchan
en la calle, en el almacén, en el vestuario del gimnasio, en las que aunque no
haya citas explícitas las hay y muchas, de otras fuentes muy poderosas, como
son las de la masa de frases hechas, la de las cristalizaciones del sentido
común, las que emiten los medios de comunicación. Todos usamos la lengua con
todo eso heredado, muy sedimentado, que nos organiza y encierra y a la vez
jugamos con ella, imaginamos, inventamos, la hacemos risible. En cierto modo,
cuando escribo persigo ese espacio en el que lo lúdico destella sobre los usos
más asentados”.
Heredera de la
tradición de pensamiento y de las formas de interpretar la cultura de David
Viñas, directora del Museo del Libro y la Lengua de la Biblioteca Nacional e
integrante del espacio Carta Abierta, Pía López es una de las voces más
renovadoras que surgieron en los últimos años en el campo intelectual de la
Argentina. No está exenta de la tensión entre la escritura ensayística y el
ejercicio de la literatura: “Durante muchos años, sentía ganas de escribir
ficción, prometía hacerlo y cuando alguien me preguntaba si había escrito la
novela anunciada contestaba: no tengo tiempo. Hasta que decidí escribir
partiendo de ese título. No los veo como planos inconciliables. Esta novela,
que tiene mucho de observación sobre la lengua y los distintos registros
coloquiales, la escribí mientras pensábamos y desarrollábamos el contenido del
Museo del libro y de la lengua de la Biblioteca Nacional. En términos de
escritura sí es claro que me resulta más tentadora la experiencia de escribir
ficción”, confiesa.
Publicado en el Suplemento de Cultura de Perfil el domingo 7 de abril de 2013
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