domingo, 3 de junio de 2012

Con ser feliz no alcanza


El poder de la buena poesía reside en su capacidad de crear nuevas asociaciones de sentido, en la articulación de ritmo y sonido, en el ensanchamiento de los límites de lo posible. Dotada de una sensibilidad rebelde, puede desnudar los objetos para ponerlos frente al lector como si los pensara por primera vez.
En el prólogo de De padres e hijos en el ciclo del tiempo, Alejandro Rozichner sugiere que las piezas de texto fueron escritas como una actividad secundaria, sin gran elaboración. Su objetivo: “escribir en versos lo que surgiera”. También confiesa que su voluntad era escribir otro libro y no el que el lector tiene frente a sus ojos. Extraño comienzo.
Afirmados sobre las reflexiones acerca de la vida y la muerte, propiciadas por el crecimiento de sus tres hijos y por el reciente fallecimiento de sus padres (entre ellos, León Rozichner, uno de los filósofos más arriesgados y comprometidos que vio la Argentina), los versos aquí reunidos están compuestos por una serie de anotaciones volátiles, ideas disociadas y con llanos referentes inmediatos. Por ejemplo: “Alalalalong/ y una copa de tinto en la barra/ pueden/ ser cosas que cambien/ un poco/ la situación/ alalalalong/ la situaciong” (textual). O por caso: “Me duele/ el puto/ tobillo/ no hay nadie/ en el consultorio”.

Pero no todo es alalalalong y salas de espera. Hay intención de dar cuenta de una filosofía de vida renovada, centrada en lo cotidiano. Una simpleza que se refleja en la escasa ornamentación de los textos. Se declara feliz, Rozitchner. Lo cual, claro, es celebrable. Después de todo, la poesía suele estar más veces en el lugar del lamento que en el del festejo. Es curioso, sin embargo, como está definido de antemano que la alegría cotidiana de alguien con cierta fama televisiva, sin más esfuerzo, debería ser objeto del interés de los lectores. 

Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 3 de junio de 2012 

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