domingo, 8 de enero de 2012

Basada en hechos reales

Es posible imaginar el set de filmación y la película. La partida desde una Europa pobre, jaqueada por las pestes y las guerras. Viajes en buques atestados de inmigrantes a través del océano atlántico. La ambientación en un hacinado conventillo porteño de principios de siglo XX, los murmullos en cocoliche sobre el patio con la ropa que cuelga y las mujeres que friegan con pañuelos en la cabeza. De algún modo, la historia que Griselda Gambaro narra en El mar que nos trajo es también la de buena parte de las familias argentinas. A través del drama familiar como disparador se tienden los lazos que permiten reflejar el drama colectivo que significó la inmigración masiva en los comienzos de la sociedad moderna en las ciudades del Río de la Plata.
 Si en un momento determinado no quedara claro que esta historia “apenas inventada” es la de la propia familia de la autora, relatada por su madre y transmitida de generación en generación, el argumento perdería consistencia a manos de personajes por momentos estereotipados, perdidos entre amores y desamores, enfermedades y traiciones que tienen algo de cliché. Sin embargo, Gambaro da pruebas de su dominio de los tiempos narrativos al presentar los acontecimientos de modo distante, casi a la manera de una crónica periodística histórica, generando de esta manera un efecto de veracidad objetiva, para luego irrumpir con la inclusión de la marca de autor en un momento fundamental de la novela.  
 El mar que nos trajo da testimonio de las condiciones socioeconómicas de los trabajadores extranjeros en la convulsionada Buenos Aires de principios del siglo XX.  El trabajo, la explotación y los sindicatos son marcas realistas que enmarcan a la historia e impulsan su argumento. De todos modos, la autora no se limita a lo testimonial. Hay una intención de construir enredos entre protagonistas cargados de resentimientos y esperanzas que entran en juego en escenarios repartidos entre la Italia originaria, una metrópoli porteña de contornos difusos y una tercera locación que es el océano como puente tendido entre el viejo y el nuevo mundo.   
 Tan sólo dos momentos específicos, en los que es posible detectar el yo de Gambaro, le imprimen a la obra su verdadero significado y la dotan de valor distintivo: el primero es el título y su impronta de inclusión colectiva, en tanto que el rastreo de la segunda y más poderosa señal queda como tarea para el hogar de cada lector.

 Publicado el 8 de enero de 2012 en el suplemento de Cultura del diario Perfil




 



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