domingo, 11 de diciembre de 2011

Metamorfosis a la mexicana

El tono es intimista. El formato es fragmentario. En El animal sobre la piedra, la primera novela de la joven mexicana Daniela Tarazona el lector es el confidente de Irma, la muchacha que tras la muerte de su madre comienza a experimentar una serie de transformaciones psicofísicas que la llevan a alejarse definitivamente de su patria chica, su hogar ciudadano, para refugiarse en una lejana playa junto al mar. Allí, dispondrá de la soledad y la vida silvestre necesaria para poder entregarse por completo al trance generado por una extrañeza que llegó para quedarse.
 La novela genera un efecto por momentos inquietante. De a ratos, da la sensación de ser un diario personal. Pero es más que eso: se muestra como un registro casi científico de las transformaciones, escrito por quien es a la vez experimentador y experimento. Mientras se agudizan los sentidos del personaje y su piel se engruesa cual reptil, transita como destino insorteable una vida salvaje en la que pelea por el alimento con difusos seres vivientes, siempre en una atmósfera enrarecida y somnolienta.
 El animal sobre la piedra tiene tanto de fantástico como de naturalista. El cuerpo reviste en sí la experiencia total del ser en un mundo extraño. Dentro de este marco, la escritura se presenta diseccionada como las partes de la anatomía humana. El texto está partido y los fragmentos se encuentran y desencuentran en el fluir de la obra: “Estoy compuesta por fragmentos, no soy un animal completo y, desde esa carencia, resulto extraña para quienes sí lo son”, escribe Tarazona, pasándole la pelota al lector. 
    
 En la foto de la solapa, la autora sostiene con gesto concentrado un libro de Clarice Lispector. Estudiosa de la obra de la escritora brasileña, Tarazona acusa recibo de su poética sobrenatural con una literatura que se desplaza, que repta.   


Publicado el 11 de diciembre de 2011 en el suplemento de Cultura del diario Perfil

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