lunes, 18 de mayo de 2015

Arriesgar la vida para sentirse vivo

El periodista y editor de la revista Anfibia Federico Bianchini acaba de publicar Desafiar al cuerpo. Del dolor a la gloria, una recopilación de sus crónicas centradas en los casos de deportistas que se someten a esfuerzos físicos y mentales extremos movidos por una extraña pulsión vital. 


Un hombre que nada 88 kilómetros. Otro que desbarrancó durante una carrera de aventura y quedó inmovilizado entre rocas a punto de caer a un precipicio. Otro que vivenció como rescatista la peor tragedia del andinismo nacional, cuando en septiembre de 2002, en el Cerro Ventana, cerca de Bariloche, nueve estudiantes de educación física murieron por una avalancha. Otros dos que dejaron a un lado sus anhelos de record mundial para socorrer a otro alpinista en pleno Himalaya. Otro que corrió casi ocho horas sin parar través de un salvaje terreno patagónico. Una nadadora de aguas abiertas que cruzó el canal de Beagle, el Canal de la Mancha y unió las islas Soledad y Gran Malvina, sin trajes de neopreno ni asistencia respiratoria. Otro hombre con nueve stents, varios infartos y operaciones cardíacas, que no puede dejar de hacer deporte extremo. Estas son algunas de las historias sobre las que escribe el periodista Federico Bianchini en Desafiar al cuerpo. Del dolor a la gloria, un compendio de crónicas de largo aliento relatadas desde la primera persona de los protagonistas, que pone en jaque la mirada tradicional que el periodismo aplica sobre el deporte.

A través del ejercicio del periodismo narrativo, Bianchini indaga en los aspectos más frágiles y humanos de la práctica del deporte de alta exigencia, y se pregunta qué pasa cuando se llevan al límite las capacidades del cuerpo y se coquetea con la muerte. En diálogo con Agencia Paco Urondo, el autor cuenta cómo concibió estos textos y su mirada acerca de los extraños casos en los que hace foco.

Agencia Paco Urondo: ¿Cómo surgió la idea de escribir sobre la experiencia de diversos sujetos en relación con el deporte extremo?  ¿Qué es lo que te atrae de esa temática?

Federico Bianchini: La idea del libro surgió después de una charla con Nicolás Cassese, amigo y editor de la revista Brando. Comentábamos dos cosas: que los deportes extremos no suelen cubrirse y que las coberturas de deportes suelen ser demasiado breves, centradas en los resultados, en el desenvolvimiento de algún jugador, en la opinión de un técnico, pero no en todo lo que hay detrás: el entrenamiento físico y mental de personas que dedican su vida a tratar de mover su cuerpo de una manera determinada. La primera fue la carrera de aguas abiertas más larga del planeta: 88 kilómetros entre Hernandarias y Paraná. Y siguieron otras: un tetratlón, una carrera de noventa kilómetros, un rescate en el Everest. Me interesaba tratar de entender qué siente una persona que corre durante seis horas sin parar o nada durante ocho horas y media sin detenerse. ¿Por qué lo hace? ¿Qué lo lleva a exponerse mental y físicamente a ese desgaste? Porque en general lo que obtiene el que gana no pasa por algo material, porque los premios suelen ofrecer muy poca plata, ni por el reconocimiento de otros, porque el círculo en el que se mueven en muy reducido: en este tipo de deportes, uno compite contra sí mismo y la retribución viene por ese lado, es muy interior.

APU: Después de haber seguido a tantos deportistas, ¿por qué creés que muchas personas insisten en ponerse a prueba hasta llegar a niveles límite de exigencia física, incluso coqueteando con la muerte?

FB: Creo que hay tantas respuestas a esa pregunta como deportistas practican deportes. Que cada uno lo hace con una motivación diferente y por causas que en algunos casos se acercan y en otros hasta se podría decir que se oponen. Muchos de los entrevistados me contaban que al hacerlo que hacen siente que el “estar vivo” se pone en acto. Que es en ese momento, nadando en el río, corriendo en el bosque o subiendo una montaña, cuando sienten que esas dos palabras pasan de ser un concepto abstracto y repetido a transformarse en una sensación, física y placentera.

APU: ¿Qué tienen en común entre sí los protagonistas de estas crónicas?

FB: Es curioso que muchas veces me hacen esa pregunta, que es justamente lo contrario a lo que yo traté de encontrar. Yo intenté buscar qué diferenciaba a estos personajes. En principio del resto de los mortales, lo cual queda a la vista ya que ninguno de nosotros suele correr 90 kilómetros sin detenerse, y luego de otras personas que hicieran algo similar. Hay un libro del cronista peruano Julio Villanueva Chang que tiene un título insuperable: “De cerca, nadie es normal”. Yo traté de acercarme a estas personas para entenderlas y buscar, en sus respuestas, sus expresiones, la manera en la que se movían en el terreno, las motivaciones que los llevaban a eso. Es cierto que hay ciertos ejes que recorren las crónicas: el desafío a la muerte, la puesta a prueba del cuerpo en cada situación, la búsqueda de ciertos límites. Y que cada uno de ellos tiene una impresionante capacidad de sobreponerse al dolor físico y anímico, de no detenerse frente a las dificultades que se les fueron planteando, ya sea en una carrera de varios kilómetros o en la vida. Pero me parece que lo interesante no suele ser lo que homogeneiza a un grupo de personas sino los detalles que las hacen distintas.

APU: ¿Por qué elegiste contarlas de esa manera, a través de ese giro narrativo que es poner al protagonista de la historia hablando en primera persona, alejándote de uno de los recursos más usados en el periodismo narrativo, como es la mirada del cronista?

FB: Se me ocurrió que la primera persona era el registro retórico más efectivo para poder transmitir las sensaciones, el dolor de estas personas. La primera persona del cronista no tenía sentido. En la historia épica de un hombre que nada en un río durante casi ocho horas y media, con dolores en el cuerpo, vomitando y haciendo pis y caca sin detenerse y que al llegar a la meta, vomita y se desmaya por una baja de presión. El periodista que iba junto al fotógrafo en un botecito no es significante. El problema técnico que trae aparejada la primera persona es que hay cosas que uno no puede contar. Uno no piensa “estoy escribiendo estas respuestas para una entrevista” sino que lee las preguntas y piensa en qué respondería. A medida que lo hace, va tipeando. Hay muchos datos que quedan afuera. Por eso, en algunos casos, usé la tercera persona para poder complementar las sensaciones y los pensamientos de los personajes con más información.

APU: ¿Te dejó enseñanzas trabajar en estas crónicas? Me refiero al plano personales antes que al profesional.

FB: Por un lado, la pasé muy bien: ya que cada crónica implicaba un viaje. Generalmente, este tipo de carreras suele hacerse en lugares increíbles: en un lapso de tres años fui a San Martín de los Andes, Esquel, Villa La Angostura, El Bolsón, Bariloche, Hernandarias, Paraná. Luego, conocí muy buenas personas con quien sigo en contacto: María Inés Mato, Damián Blaum, Daniel Feraud, el Clavo Aguirre, con ellos y con los demás sigo en contacto ya sea por mail o por haberme encontrado alguna vez a tomar un café.

APU: ¿Y profesionalmente?  ¿Qué le puede aportar a un periodista arriesgarse a trabajar con géneros más narrativos?


FB: Me parece que el periodismo narrativo es un buen campo para jugar con las palabras, los puntos de vista, las cacofonías, aliteraciones y metáforas.  No sé si “arriesgarse” es la palabra. Yo lo tomé más como un juego: ¿De qué manera podría contar esta historia para que el lector sienta lo que sentía este corredor o este narrador en ese momento? Se me ocurrió que la primera persona podría llegar a funcionar: si lo logré o no, es algo que le parecerá al lector.  


lunes, 11 de mayo de 2015

Caso Antillanca: la hora del pueblo



Se estrenó Un paisaje de espanto, el documental codirigido entre Daniel Riera y Mauro Gómez que desentraña los brutales casos de violencia policial hacia jóvenes pobres sucedidos en Trelew, Chubut, con el asesinado de Julián Antillanca, joven de 20 años matado a golpes en 2010, como caso paradigmático. El 2012, los policías señalados como responsables fueron absueltos. Pero la Corte Suprema ordenó un nuevo juicio para este año.


“Hallaron muerto a un joven de coma alcohólico”. El titular fue publicado por un periódico local de Trelew apenas horas después de que vecinos se encontraran en plena calle con el cadáver de Julián Antillanca, un joven de 20 años de edad que había salido a bailar con sus amigos la noche anterior. Era el 5 de septiembre de 2010, y el desarrollo de aquella nota, publicada sin firma, se dejaba en claro que la versión de muerte por consumo excesivo de alcohol era la ofrecida por la policía local como toda explicación ante lo que parecía una tremenda paliza: múltiples traumatismos en la cara, cabeza y cuerpo de Julián hicieron pensar a su familia y sus amigos que lo habían matado a golpes. Una testigo clave aportó el testimonio que cerraba la escena: Antillanca había sido brutalmente golpeado por cuatro agentes de la policía local en un descampado, y luego arrojado desde un patrullero junto al paredón donde lo hallaron sin vida. Los cuatro policías de Trelew señalados por la testigo como los autores del hecho fueron absueltos durante un juicio en marzo de 2012. Sin embargo, la Corte Suprema de Justicia de la Nación dictaminó que deberá realizarse un nuevo juicio por el caso Antillanca por haber sobrados elementos que señalan a los agentes como los responsables materiales por la muerte de Antillanca. El juicio se espera para este año.
“La voz de la policía es la que prevalece habitualmente, la que más se escucha siempre en los medios. Era hora de que hablen sus víctimas”, dice el periodista y escritor Daniel Riera, guionista y uno de los directores de Un paisaje de espanto, el documental recientemente estrenado que reconstruye el caso de Antillanca y deja expuesta la responsabilidad de la policía local en su muerte, así como también la complicidad judicial y política para encubrir a los asesinos. El largometraje muestra además, desde la óptica de los sectores populares de la ciudad chubutense de Trelew, cómo la policía local instauró una suerte de estado del miedo en los barrios pobres a través de una serie de golpizas, asesinatos y desapariciones arbitrarias. Entre el material que revela Un paisaje… aparecen imágenes de poderosa carga simbólica y narrativa, como el estado del cuerpo de Antillanca horas después de morir asesinado –imágenes sorprendentemente tomadas por César Antillanca, padre de la víctima, que buscaba material para sustentar su oposición a la hipótesis del coma alcohólico- y las declaraciones de los acusados en el juicio que terminó absolviéndolos.

Agencia Paco Urondo: ¿Por qué pensaste en contar la historia a través de un documental, siendo vos un periodista de gráfica?

Daniel Riera: No tengo idea. Quizá porque me pareció muy pero muy importante y una película es algo, por así decirlo, “imponente”: tiene más llegada y es más duradera que una nota en un medio.  Lo decidí en la misma noche, en la misma cena en la que me interioricé sobre el caso. Y felizmente encontré con el tiempo a Mauro Gómez, un amigo cineasta con el cual formamos la dupla que codirigió esta película.

APU: ¿Cómo fue el proceso de filmación? Durante ese tiempo, ¿Qué pudiste ver de cómo se da la relación entre el pueblo y las fuerzas de seguridad?

DR: El rodaje fue muy intenso y muy frenético, en cuatro días a full desde la mañana a la noche. En Trelew, como en todas partes, hay una parte de la clase media que pide más policías, mientras que hay  pobres que  están aterrados y tienen miedo de ser las próximas víctimas. Por supuesto que esto no es tan “químicamente puro”, que seguramente hay una parte sensible de la clase media preocupada por estos casos y seguramente también hay pobres que piden mano dura.

APU: ¿Buscaron fuentes más allá de las familiares –policiales, políticas, judiciales-?

DR: Policiales, no. Los policías hablan en los juicios y dicen que no estuvieron allí la noche del asesinato de Julián. ¿Para qué íbamos a entrevistarlos? Judiciales, más o menos. Los jueces hablan por sus fallos, así que en ese sentido estaba también todo dicho. Sí quisimos hablar con la fiscal Moreno, que nos dijo que estaba muy ocupada, también con el doctor Corach, que nos filtró, y sí hablamos con el perito forense Herminio González, que aparece en la película. Lo ocurrido está a la vista y además las escenas del  juicio son muy contundentes. Por otra parte, también es cierto que la voz de la policía es la que prevalece habitualmente, la que más se escucha siempre en los medios. Es hora de que hablen sus víctimas.

APU: ¿Por qué, inicialmente, los medios locales hablaron de un caso de coma alcohólico y taparon algo que claramente fue había sido una tremenda golpiza?

Compraron la versión del comisario Sandoval sin chequear demasiado. Pero César Antillanca tuvo el coraje enorme de sacarle fotos al rostro desfigurado de su hijo y desbarató así la coartada.

APU: ¿Cuál es la responsabilidad que le cabe, desde tu óptica, al poder político provincial?

DR: El Estado tapa estos casos. No exonera policías, no impulsa Justicia. Los pocos policías condenados que aparecen mencionados en la película, los tres que confesaron haber participado de la violación al chico Almonacid (N del R: se trata del caso de Maximiliano Almonacid, quien fuera golpeado y violado por policías de la comisaría segunda de Trelew en enero de 2012) fueron condenados a penas de prisión en suspenso y siguen prestando servicio en la policía.

APU: La comisaría de Trelew donde ocurrieron varios de los hechos es señalada por los vecinos como la “comisaría de la muerte”. ¿Considerás que se trata de un caso aislado, particular, de los policías de ese lugar? ¿O los asesinatos son producto de algo más profundo y arraigado en las fuerzas de seguridad provinciales?

DR: No es la única provincia en donde ocurren este tipo de casos, pero digamos que el estado de impunidad facilita que ocurran nuevos casos constantemente. Nada casualmente, a la semana de la absolución de los acusados de matar a Julián, violaron al chico Maxi Almonacid.  Al mismo tiempo, la instrucción de sólo seis meses, al cabo de los cuales un policía sale con un arma en la mano, es una especie de bomba de tiempo. Y seguramente hay un desequilibrio psíquico: los policías suelen provenir de la misma extracción social a la que reprimen, pero con el arma en la mano sienten que tienen un pequeño poder. No deja de asombrarme que estos no sean casos de “gatillo fácil”, en el sentido de que no se usan armas de fuego: a estos jóvenes se los mata con las manos, a golpes como a Julián, a puñaladas como a Bruno Rodríguez Monsalvez, ahorcados como a Ángelo Vargas. Es como si hubiese además una suerte de placer morboso en el acto de provocar la muerte.

APU: ¿Tenés esperanzas de que se haga justicia en el juicio que debe abrirse este año?

DR: No lo sé, francamente. En el tribunal nuevo hay dos jueces que absolvieron a los policías que violaron a Maxi Almonacid. Más que plantearlo en términos de esperanza o desesperanza, te diría que creo que  la movilización popular, la gente en la calle haciéndole notar a los jueces que los está observando, la prensa cubriendo el caso, podrían ayudar a que esta vez sí haya Justicia.

APU. ¿Cómo evalúan la recepción que está teniendo Un paisaje de espanto?


DR: Muy bien. La gente, en general, está muy conmovida y muy movilizada. Las críticas han sido muy buenas y además en Trelew la Comisión contra la impunidad y por la Justicia decidió tomar el documental como una herramienta de denuncia y de militancia. En Buenos Aires sirvió para visibilizar el caso: que hayamos podido estar 15 minutos en Canal 7 junto a Mauro  Gómez –el otro director de la película- y César Antillanca, el padre de Julián, es un hecho importante en sí mismo, ya que nunca se había hablado de estos casos en la tevé abierta.    


Publicado en Agencia Paco Urondo