El periodista y editor de la revista Anfibia Federico Bianchini acaba
de publicar Desafiar al cuerpo. Del dolor a la gloria, una recopilación de sus crónicas centradas en los casos de
deportistas que se someten a esfuerzos físicos y mentales extremos movidos por una
extraña pulsión vital.
Un hombre que nada 88 kilómetros.
Otro que desbarrancó durante una carrera de aventura y quedó inmovilizado entre
rocas a punto de caer a un precipicio. Otro que vivenció como rescatista la
peor tragedia del andinismo nacional, cuando en septiembre de 2002, en el Cerro
Ventana, cerca de Bariloche, nueve estudiantes de educación física murieron por
una avalancha. Otros dos que dejaron a un lado sus anhelos de record mundial
para socorrer a otro alpinista en pleno Himalaya. Otro que corrió casi ocho
horas sin parar través de un salvaje terreno patagónico. Una nadadora de aguas
abiertas que cruzó el canal de Beagle, el Canal de la Mancha y unió las islas
Soledad y Gran Malvina, sin trajes de neopreno ni asistencia respiratoria. Otro
hombre con nueve stents, varios infartos y operaciones cardíacas, que no puede
dejar de hacer deporte extremo. Estas son algunas de las historias sobre las
que escribe el periodista Federico Bianchini en Desafiar al cuerpo. Del dolor a la gloria, un compendio de crónicas
de largo aliento relatadas desde la primera persona de los protagonistas, que
pone en jaque la mirada tradicional que el periodismo aplica sobre el deporte.
A través del
ejercicio del periodismo narrativo, Bianchini indaga en los aspectos más
frágiles y humanos de la práctica del deporte de alta exigencia, y se pregunta
qué pasa cuando se llevan al límite las capacidades del cuerpo y se coquetea
con la muerte. En diálogo con Agencia Paco Urondo, el autor cuenta cómo
concibió estos textos y su mirada acerca de los extraños casos en los que hace
foco.
Agencia Paco Urondo: ¿Cómo surgió la idea de escribir sobre la
experiencia de diversos sujetos en relación con el deporte extremo? ¿Qué es lo que te atrae de esa temática?
Federico Bianchini: La idea del libro surgió después de una charla
con Nicolás Cassese, amigo y editor de la revista Brando. Comentábamos dos
cosas: que los deportes extremos no suelen cubrirse y que las coberturas de
deportes suelen ser demasiado breves, centradas en los resultados, en el
desenvolvimiento de algún jugador, en la opinión de un técnico, pero no en todo
lo que hay detrás: el entrenamiento físico y mental de personas que dedican su
vida a tratar de mover su cuerpo de una manera determinada. La primera fue la carrera
de aguas abiertas más larga del planeta: 88 kilómetros entre Hernandarias y
Paraná. Y siguieron otras: un tetratlón, una carrera de noventa kilómetros, un
rescate en el Everest. Me interesaba tratar de entender qué siente una persona
que corre durante seis horas sin parar o nada durante ocho horas y media sin
detenerse. ¿Por qué lo hace? ¿Qué lo lleva a exponerse mental y físicamente a
ese desgaste? Porque en general lo que obtiene el que gana no pasa por algo
material, porque los premios suelen ofrecer muy poca plata, ni por el
reconocimiento de otros, porque el círculo en el que se mueven en muy reducido:
en este tipo de deportes, uno compite contra sí mismo y la retribución viene
por ese lado, es muy interior.
APU: Después de haber seguido a tantos deportistas, ¿por qué creés que
muchas personas insisten en ponerse a prueba hasta llegar a niveles límite de
exigencia física, incluso coqueteando con la muerte?
FB: Creo que hay tantas respuestas a esa pregunta como deportistas
practican deportes. Que cada uno lo hace con una motivación diferente y por
causas que en algunos casos se acercan y en otros hasta se podría decir que se
oponen. Muchos de los entrevistados me contaban que al hacerlo que hacen siente
que el “estar vivo” se pone en acto. Que es en ese momento, nadando en el río,
corriendo en el bosque o subiendo una montaña, cuando sienten que esas dos
palabras pasan de ser un concepto abstracto y repetido a transformarse en una sensación,
física y placentera.
APU: ¿Qué tienen en común
entre sí los protagonistas de estas crónicas?
FB: Es curioso que muchas veces me hacen esa pregunta, que es
justamente lo contrario a lo que yo traté de encontrar. Yo intenté buscar qué diferenciaba
a estos personajes. En principio del resto de los mortales, lo cual queda a la
vista ya que ninguno de nosotros suele correr 90 kilómetros sin detenerse, y
luego de otras personas que hicieran algo similar. Hay un libro del cronista
peruano Julio Villanueva Chang que tiene un título insuperable: “De cerca,
nadie es normal”. Yo traté de acercarme a estas personas para entenderlas y
buscar, en sus respuestas, sus expresiones, la manera en la que se movían en el
terreno, las motivaciones que los llevaban a eso. Es cierto que hay ciertos
ejes que recorren las crónicas: el desafío a la muerte, la puesta a prueba del
cuerpo en cada situación, la búsqueda de ciertos límites. Y que cada uno de
ellos tiene una impresionante capacidad de sobreponerse al dolor físico y
anímico, de no detenerse frente a las dificultades que se les fueron
planteando, ya sea en una carrera de varios kilómetros o en la vida. Pero me
parece que lo interesante no suele ser lo que homogeneiza a un grupo de
personas sino los detalles que las hacen distintas.
APU: ¿Por qué elegiste contarlas de esa manera, a través de ese giro
narrativo que es poner al protagonista de la historia hablando en primera
persona, alejándote de uno de los recursos más usados en el periodismo
narrativo, como es la mirada del cronista?
FB: Se me ocurrió que la primera persona era el registro retórico
más efectivo para poder transmitir las sensaciones, el dolor de estas personas.
La primera persona del cronista no tenía sentido. En la historia épica de un
hombre que nada en un río durante casi ocho horas y media, con dolores en el
cuerpo, vomitando y haciendo pis y caca sin detenerse y que al llegar a la
meta, vomita y se desmaya por una baja de presión. El periodista que iba junto
al fotógrafo en un botecito no es significante. El problema técnico que trae
aparejada la primera persona es que hay cosas que uno no puede contar. Uno no
piensa “estoy escribiendo estas respuestas para una entrevista” sino que lee
las preguntas y piensa en qué respondería. A medida que lo hace, va tipeando.
Hay muchos datos que quedan afuera. Por eso, en algunos casos, usé la tercera
persona para poder complementar las sensaciones y los pensamientos de los
personajes con más información.
APU: ¿Te dejó enseñanzas trabajar en estas crónicas? Me refiero al
plano personales antes que al profesional.
FB: Por un lado, la pasé muy bien: ya que cada crónica implicaba un
viaje. Generalmente, este tipo de carreras suele hacerse en lugares increíbles:
en un lapso de tres años fui a San Martín de los Andes, Esquel, Villa La
Angostura, El Bolsón, Bariloche, Hernandarias, Paraná. Luego, conocí muy buenas
personas con quien sigo en contacto: María Inés Mato, Damián Blaum, Daniel
Feraud, el Clavo Aguirre, con ellos y con los demás sigo en contacto ya sea por
mail o por haberme encontrado alguna vez a tomar un café.
APU: ¿Y profesionalmente? ¿Qué
le puede aportar a un periodista arriesgarse a trabajar con géneros más
narrativos?
FB: Me parece que el periodismo narrativo es un buen campo para
jugar con las palabras, los puntos de vista, las cacofonías, aliteraciones y
metáforas. No sé si “arriesgarse” es la
palabra. Yo lo tomé más como un juego: ¿De qué manera podría contar esta
historia para que el lector sienta lo que sentía este corredor o este narrador
en ese momento? Se me ocurrió que la primera persona podría llegar a funcionar:
si lo logré o no, es algo que le parecerá al lector.
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