lunes, 5 de noviembre de 2012

Un amor salvaje


El protegido del ciervo, el nuevo libro de poemas de Graciela Aráoz (presidenta de la Sociedad de Escritores de la Argentina y directora del Festival Internacional de Poesía, además de poeta) es un poemario de amor. Pero no se trata de un amor dócil ni liviano, ni entregado al devenir rosa de un romanticismo optimista. Todo lo contrario: los textos que Aráoz agrupa en este título abordan la temática amorosa desde una perspectiva fuertemente erótica, cargada de grandes palabras, que forman un tendedero húmedo de imágenes salvajes, donde el sexo y los cuerpos se vuelven uno con la naturaleza e incluso ingresan temerariamente esa zona intimidante que reviste la muerte, para luego desbordarla a borbotones.
La clave de estos poemas está sin dudas en su erotismo, que todo lo cubre. Así, hasta las separaciones, las traiciones, las ausencias, los finales y el dolor están atravesados por el reinado de las bocas y sus labios, de los ojos y sus lágrimas, de las pieles y sus sexos. El nombre y la palabra para designar al mundo son aquí tanto o más vitales que los cuerpos, y ni muerta esta autora, que en el poema “Sinfonía” asiste a su propio entierro, se desprende del nombre. Es que la palabra, acaso, sea lo único que logra sobrevivir incluso cuando el cuerpo fenece: “Ya no existe el cuerpo / sólo queda el trazo / de una escritura / que ahora escribe / en el lomo encrespado / del tigre”, se lee en “Habitación felina”.
Desde su presentación visual, El protegido del ciervo transmite algunas de las coordenadas orientadoras de los senderos transitados por las palabras que componen sus poemas. Tanto la tapa, como las ilustraciones interiores, todas de autoría de la artista española Marijose Tobal, muestran cuerpos femeninos desnudos e integrados a la tierra. No es casual: la palabra “cuerpo” está presente casi en cada página de la obra.   

Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 4 de noviembre de 2012

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