domingo, 15 de agosto de 2010

Como bolas de flipper

Dos amigos y una chica despiadadamente atractiva habitan una fría Montevideo de fines de siglo veinte donde se monta un secuestro íntimo y un posible crimen. En Tobogán blanco, la tercera novela del uruguayo Gabriel Peveroni, Pablo, Nico y María (y sus aparentes dobles) se deslizan por la ciudad posmoderna “como bolas de flipper”, que rebotan inertes con un único destino posible: la caída al vacío de la propia existencia.
Fluye en el texto una conciencia acuciante que crece en la medida en que el relato se torna vertiginoso y sus límites se difuminan progresivamente. En tanto retrato de una juventud post caída del muro, la desesperanza nunca es colectiva, y la individualidad todo lo cubre. A la luz del sol reina el agobio de la rutina, mientras que por las noches el refugio son las discotecas y las drogas, como falsa madriguera para que los protagonistas, como personajes arltianos de la posmodernidad, profundicen sus miserias como única vía de escape.
En los últimos años, Peveroni despuntó como uno de los autores más destacados del teatro ríoplatense. Creador de obras como Berlín, El hueco y Groenlandia, estrenada en Nueva York en 2008, el autor construye una novela en la que los largos diálogos reflexivos intercalados con monólogos internos se imponen sobre las descripciones y la acción. El lenguaje lo es todo; hablar es la única forma para que deseos truncos, ideas suicidas y planes que rozan lo criminal logren apaciguarse antes de estallar. Como buen dramaturgo, Peveroni introduce al teatro como posible escape de un entramado con destino presumiblemente trágico.
Por momentos la angustia agobia, y el deseo plasmado en clave de martirio resulta excesivo. Sin embargo, el autor no esquiva el bulto, lo asume y lanza una advertencia desafiante: “toda lectura implica también una forma de morbo”.


Publicado en el suplemento de Cultura del diario Perfil el domingo 15 de agosto de 2010

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