domingo, 24 de febrero de 2013

Letras liberales



Desde 1999, la revista Letras Libres se edita mensualmente en México, y desde 2001 tiene su edición hermana del otro lado del Atlántico, en tierras españolas. Pensar la realidad. Diez años de ensayo político en Letras Libres reúne 28 ensayos fechados en distintos momentos de su existencia, cuyos autores son generalmente historiadores, economistas, filósofos, periodistas e intelectuales en general, entre los que se destacan Fernando Savater, Mario Vargas Llosa, Félix de Azúa, Carlos Franz, Amartya Zen y Félix Ovejero, entre otros. Los textos, de marcada raigambre analítica, desmenuzan problemáticas de los últimos veinte años principalmente de España, pero también de América Latina y el mundo.


Erigidos sobre principios como “la lucha contra la intolerancia, el liberalismo, el cosmopolitismo, la defensa de las sociedades plurales organizadas en democracia, la cultura como marco privilegiado para la discusión inteligente y también, por qué no, las buenas maneras”, los ensayos aquí reunidos no escatiman en extensión, polémicas, notas al pie y referencias a datos duros propios de la historiografía, de las ciencias políticas y de la investigación económica, cosa poco corriente en la prensa escrita en nuestros días, donde se suele privilegiar la imagen, el título de impacto y los elementos gráficos, en desmedro de los textos, cada vez más cortos y volátiles. 



Desde la relación cultural entre México y España a los dilemas de Cataluña, de la problemática de las identidades políticas a la crisis económica mundial, de las disquisiciones acerca de los nacionalismos a críticas rabiosas al gobierno de Cuba. El abanico temático es amplio, signado por una línea de análisis “bienpensante” y políticamente correcta que recorre la mayoría de los textos seleccionados por Letras Libres para celebrar su persistencia en el seno del pensamiento liberal. 


Publicado en el suplemento de Cultura del diario Perfil el domingo 24 de febrero de 2012

sábado, 23 de febrero de 2013

Divina Tv Fuhrer




“Es difícil no creerle a la televisión. Pasa más tiempo educándonos que tú”, le dijo Bart a Homero  Simpson, cuando su papá estaba siendo juzgado públicamente por supuesto acoso sexual a una niñera. En verdad, el amante de las donas no había hecho nada malo: seducido por una golosina de gelatina adherida a la retaguardia de la chica, el padre de familia norteamericano más famoso no pudo más que usar sus dedos para despegar el tentempié. Pero en Springfield, la televisión lo mostró ante los ojos del pueblo entero como un pervertido. Es paradójico: uno de los programas más populares de la historia de la televisión, Los Simpsons, producido por una de las cadenas más poderosas de los medios masivos como es Fox, se muestra filosamente crítico de la TV. La relación que las sociedades modernas hemos desarrollado con la televisión es así de contradictoria. Amor y odio, todo al mismo tiempo.



La televisión de aire se muestra cada vez más apegada a la idea del “show”. Así, gran parte de los programas, que años atrás mostraban con claridad los límites de sus formatos, hoy se parecen entre sí. Los magazines se centran en el escándalo mediático infinito, apoyados en la proliferación de panelistas de cartón. Los noticieros adoptaron características del entretenimiento, y cada vez informan menos. La ficción ofrece muy poco de nuevo, y multiplican rasgos de sus predecesoras. Apenas algo escapa a esta lógica: Telefé muestra contenidos por encima de la media, como lo fue por momentos Graduadosen 2012, y hoy lo es Mi amor, mi amor, la coproducción entre Endemol y El Árbol (la productora de Pablo Echarri y Martín Seefeld), con historia y actuaciones de buenas para arriba, como la vuelta de Osqui Guzmán a la pantalla chica. Pero no mucho más.

Entre tanto, Peter Capusotto y sus videos va por su octava temporada, y se perfila como un clásico de la comedia argentina. El programa de Capusotto y Saborido llenó el hueco del humor bizarro y desprejuiciado que dejaron hitos Cha cha cha o Todo x 2 pesos, reconvirtiendo esa tradición en una versión actual y renovada.

La madrugada es un buen momento para ser televidente: pasado el prime time, los canales de aire repiten programas de la tarde que huelen a noticia de ayer, o proyectan esa cosa irreal que son los formatos de llamados telefónicos. Entonces, canales de películas como TCM, I-Sat o MGM pueden sorprendernos con cine de alta calidad, siempre subtitulado. Sony nos espera con esa genialidad que se llama Seinfield, y si no están disponibles Jerry, George y compañía, aparece Warner con la siempre efectiva Friends. Las series de HBO son otro lujo que nos dio la TV de los últimos años, con Los Soprano yBreaking Bad a la cabeza.

Para quienes tienen hijos, las propuestas de la pantalla infantil son un mal necesario. En ese contexto, la irrupción de Paka Paka, canal estatal destinado a los más chicos, es una bocanada de aire fresco. Programas como Zamba, Diario de viaje o Los mundos de Uli (de la productora de Juan José Campanella), logran un objetivo que parecía imposible: educar y divertir a la vez, poniendo el acento en cuestiones vinculadas a la historia de país o a la vida cotidiana más que a la fantasía inalcanzable tan propia de clásicos como Disney.



Y qué bueno que Telefé compró tantas latas de Los Simpsons. Los sábados y domingos a la tarde no serían lo mismo sin las maratones casi ininterrumpidas de nuestros viejos amigos amarillos, con sus dardos ácidos hacia la caja que los contiene.


Publicado en el suplemento de Espectáculo de Perfil el sábado 23 de febrero de 2013

lunes, 18 de febrero de 2013

Una puna habitual


Tándem para un animal pink es el título del poemario cuyo autor es Nicolás Pinkus, parte del catálogo de la incipiente editorial Zindo & Gafuri. Sin textos en las solapas ni en la contratapa, sin prólogos, epílogos ni estudios preliminares, y con sólo dos epígrafes a modo de preludio (citas a Ezra Pound y a Saint-John Perse), Pinkus desafía al lector a tomar el único camino disponible para saber de qué la van sus textos: adentrarse en sus vaivenes. Y vaya si los hay. Amor y desamor, fiesta y firmas de defunción, intelectualismos y banalidades, húmeda ciudad y puna seca. Todo convive y se mezcla en una coctelera hecha de esa materia tan propia del discurso literario posmoderno, que habilita llamativas vecindades en el barrio de la poesía  entre reflexiones sobre la obra de Heidegger y el éxtasis que produce el hallazgo de “un kiosko que vende m&m de chocolate blanco”.     
La omnipresencia del amor como vara ordenadora del resto de las cosas se presenta desde el vamos en Lumbre. El amor es un dios supremo, un buda recauchutado, huidizo de la falsa dicotomía entre lo profano y lo sagrado. Pero rápidamente sobreviene el desamor, esfera donde predominan las referencias a lo banal y cotidiano (Epooxis, Ícaro), y tan sólo la subversión de todos los parámetros en plena fiesta parece aliviar la insoportable tensión a la que se ve sometido el ambiente de los textos (La fiesta del paje). Llamativo, por otro lado, sorprenderse con esfuerzo en la lectura de pasajes como “Son todos procesos del orto que no caben / en las palabras que leés” o “Compro café. / Café y leche para el desayuno. / Y coca, porque a Flei y a mí nos van a dar ganas / de tomar coca”. Sin dudas, Pinkus se muestra mucho más cerca de una poesía inquietante y renovadora cuando da lugar a juegos complejos del lenguaje (Balcón. Noche.) que al relatar las peripecias cotidianas de un muchacho atormentado.  

Publicado en el suplemento de Cultura del diario Perfil el domingo 17 de febrero de 2012

miércoles, 13 de febrero de 2013

Para leer a Saccomanno



Por Juan Francisco Gentile. En uno de los rescates literarios más importantes para la narrativa argentina contemporánea de los últimos años, Astier Libros reeditó Situación de peligro, la primera novela de Guillermo Saccomanno.

Fue uno de los rescates literarios del 2012. Su trama, generada a fuerza de los traumas de la década de 1980, acusa recibo de una época signada por la esperanza del fin de la dictadura pero matizada por la permanencia de heridas que no sólo no cierran, sino que incluso una cotidianidad gélida y citadina les echa sal. Es el primer libro de uno de los autores vivos más interesantes, productivos, maduros y completos de la narrativa argentina, que se perfila como uno de los grandes nombres de la literatura. Se llama Situación de peligro, fue publicado en 1986 por Ada Korn editora y su autor es Guillermo Saccomanno.
El título era prácticamente inconseguible: esa clase de libros de los que se habla más de lo que se los lee. A finales del año pasado, la pequeña editorial porteña Astier Libros se tomó el trabajo de volver a poner en el ruedo el libro debut de Saccomanno, acaso el que sentó no pocas bases para su extensa producción futura. El resultado: en una edición tan rústica como seductora, de suave papel corrugado, formato pequeño y letra grande, es posible acceder nuevamente al que fue uno de los títulos más disruptivos de la década de 1980, donde abiertamente y lidiando con el rollo de decir lo que hasta hace poco no se podía, habla de amor, infidelidad, militancia y la complejidad de la relación padre-hijo, que en este caso no es más que la relación entre el autor y su propio progenitor.
Situación de peligro se afirma sobre una narración cronológica que, con sus desvíos y focos de atención diversos, se centra en la caracterización de la figura del padre, halo fantasmal plagado de sentencias en apariencia definitivas, pero contradictorias, que buscan adoctrinar en diversos sentidos, siempre contrarios al estado de ánimo de quien narra. Así, los cuatro relatos entrelazados que conforman el volumen construyen una atmósfera asfixiante en la cual la relación entre padre e hijo es por momentos un tormento de tantas fallas de conexión, y tantos desencuentros. Se percibe un amor y una admiración mutua, que no sólo no se confiesa  sino que se expresa de modos violentos, verbal y físicamente, psicopateos variopintos mediante. Sin embargo, el libro no se va en eso: como el personaje, la historia madura, y con ella la mirada acerca del mundo y de las relaciones.
Saccomanno se destacó como guionista de historietas antes que como escritor. En las décadas de los 70 y 80, fue uno de los redactores de la mítica revista Skorpio y escribió los argumentos de sus comics en colaboración con figuras de la disciplina, como Enrique y Alberto Breccia, Carlos Trillo, Solano López y Durañona. Luego de Situación de peligro, consolidó una carrera literaria y periodística mucho más conocida y referenciada: Bajo banderaAnimales domésticosLa indiferencia del mundo, la trilogía que integran La lengua del malónEl pibe77, el premiado y desparejo El oficinista, su reciente Cámara Gessel (que con crudeza relata aspectos oscuros de Villa Gessel, la ciudad en la que reside desde hace veinte años), sus incontables y jugosas notas sobre literatura en el suplemento Radar del diario Página/12. Sin embargo, la vuelta a los anaqueles de Situación de peligrocierra el círculo: ahora es posible empezar a leer a Saccomanno desde ese principio que, no por el simple hecho de ser su primer libro sino por todo lo que este tiene de iniciático, de frescura juvenil, despojo estilístico y complejidad temática, permite ingresar en las mejores condiciones a cualquier otro mojón del extenso camino que aún continúa trazando este constructor de historias casi sórdidas pero no, casi grises pero con color, refugiado cerca del océano atlántico.          

martes, 12 de febrero de 2013

Será que la canción llegó hasta el sol


Por Juan Francisco Gentile. El 8 de febrero de 2012 moría Luis Alberto Spinetta, figura central de la música popular argentina, autor de un inagotable cancionero que caló profundamente en la cultura rioplatense. Una injusticia que sólo encuentra alivio al volver a sumergirse en el mar de canciones que creó incansablemente.


Hoy se cumple el primer aniversario del que fue probablemente el día más triste no solamente para el rock, sino para el conjunto de la música popular de nuestro país: a los 62 años se apagaban los latidos y con ellos la voz y el cuerpo de Luis Alberto Spinetta, el artista más ecléctico, el más arriesgado, sensible pero crudo, profundo y descarnado, rabioso pez que desde septiembre de 1968, con la salida del simple Tema de Pototo, no dejó de agitar las aguas de la música rioplatense.
Autor de un inagotable cancionero que supo calar hondo en la cotidianidad de los argentinos, Spinetta y su música constituyen como una red de múltiples aristas un complejo sistema de sentidos abiertos, siempre ubicado a la vanguardia, contenedor de infinitas maneras de interpretar y traducir un mundo descompuesto a través de una mirada esperanzadora.
Desde la melancolía beatle, tanguera y alucinada de Almendra, pasando por el rock and roll y la canción filosa de Pescado Rabioso, a la lisergia de Invisible. Del jazz-rock sofisticado de Spinetta Jade a la potencia de aquel trío inagotable que fue Los socios del desierto, pasando por perlas solistas como Spinettalandia y sus amigosKamikaze y Pelusón of milk. De la explotación de la canción más allá de los límites de lo imaginable en Silver Sorgo y Para los árboles, al sonido casi futurista de Pan y el retorno a la simpleza en Un mañana. Su obra, inabarcable y siempre vigente, lo ubica entre lo más destacado de la cultura surgida en estas pampas. Quienes tuvieron la suerte de ser de la partida seguramente no podrán borrar de sus retinas la mágica noche del 4 de diciembre de 2009 en la cancha de Vélez, en la que durante más de cinco horas ininterrumpidas de música y bajo una inmensa luna naranja, se despidió, calmo y transparente, de su público heterogéneo etaria y socialmente.
A un año de la tarde en la que incontables almas se refugiaron a oír fragmentos de la obra spinetteana para rendirle homenaje, es imposible no pensar en el grado de injusticia que el destino cometió con la cultura popular argentina. En tiempos en que más de un artista otrora genial aparece mediáticamente en franca decadencia física, mental y creativa, sin una música factible de conmover la más mínima fibra sensible (los ejemplos están a la vista), la ida del Flaco sucedió en un momento con toda la apariencia de camino aún no finalizado. El 8 de febrero de 2012 sacudió los corazones cuando Spinetta atravesaba una madurez compositiva que sin dudas aún tenía mucho por ofrecer. Su ausencia es un estigma latente que sólo es permeable al olvido a fuerza de sumergirse una y mil veces en una obra que se agiganta cada día.    

miércoles, 6 de febrero de 2013

Escrito en el puño de la camisa



Por Juan Francisco Gentile. José Portogalo llegó a Buenos Aires con cuatro años de edad desde Italia. Como tantos otros, América lo recibió a pura pobreza. Desarrolló de forma pasajera múltiples oficios, pero siempre escribió poesía. La editorial rosarina Serapis reeditó Tumulto, su libro más arriesgado y hasta ahora inhallable. 



A pesar de la proliferación de fríos edificios, que vidriados y deshabitados acechan a la espera de un desprevenido comprador, las calles de Villa Ortúzar, ese pequeño barrio residencial situado hacia el sector norte de Buenos Aires entre Chacarita y Villa Urquiza, conservan aún sobradas marcas de la ciudad que hace ya más de un siglo se abrió paso sobre el campo circundante: adoquines, arboledas centenarias, caserones de techos altos y patios centrales, pibes jugando en la vereda vespertina con aires de siesta, el vigilante que duerme de parado, el bodegón con los jugadores de cartas y los borrachines, y demás postales originadas cuando no era más que un suburbio desde donde se podía ver la primera pulpería campera. José Portogalo fue el poeta de aquel Ortúzar, cuando allí residían familias de clase media baja, desde donde compuso una poesía inquietante, acaso tan militante como esteta, en un movimiento que fue capaz de quebrantar aquella vieja dicotomía, tan fogoneada desde la prensa y la crítica literaria, entre estetas y contenidistas, la cual pasaría a la historia bajo el título boxístico “Florida versus Boedo”. La editorial rosarina Serapis dio en el clavo al rescatar del olvido a Tumulto, el segundo libro de poemas de Portogalo, el más agresivo contra el acartonamiento reinante de las buenas costumbres, el más sensible a la realidad de un pueblo trabajador que en los años 30 se veía atosigado por la carencia de derechos laborales, la amenaza de la tuberculosis y la cerrazón ideológica corriente, pero sin embargo el más esperanzado, enamorado tanto de las chicas que surcan el barrio como de la potencia que encerraba una vida cotidiana a puro sacrificio para los sectores sociales postergados. 
José Portogalo se llamaba en realidad Giuseppe Ananía. Llegó a Buenos Aires a los cuatro años de edad en uno de esos barcos atestados de adultos y niños provenientes del viejo mundo. Había nacido en 1904 en Saveli, un pequeño pueblo calabrés que por entonces contaba con apenas 4600 habitantes con escasas esperanzas de supervivencia. Su madre lo trajo a la Argentina en busca de su padre, quien había emigrado algunos años antes con la promesa de un futuro de prosperidad, pero que sin embargo no daba señales desde su partida. Al llegar, lo encontraron con familia nueva. Perseverantes, se instalaron en La Boca pobre y obrera, desde donde Portogalo arremetió contra la mala racha practicando toda clase de oficios: fue lustrabotas, vendedor ambulante, bailarín de tango, florista, vendedor de pescado. Pero siempre poeta. Por su extracción social se vinculó rápidamente con el grupo literario agrupado en torno a la editorial Claridad, desde donde disparaban sus balas de tinta figuras como Nicolás Olivari, Elías Castelnuovo, Leónidas Barletta, Roberto Mariani y los hermanos Raúl y Enrique González Tuñón.

Los textos que integran Tumulto están escritos con las tripas. Es posible leer en estas páginas elementos propios de aquella filiación poética que hizo famosos a Nicolás Olivari y Oliverio Girondo: los cuerpos ganan el terreno público en una guerra contra la pacatería de aires fifí, poco o nada queda en el terreno de lo no dicho, arremete la coloquialidad puesta en juego poético, asoman sus narices los enfermos, los blasfemos, los herejes, los pobres y los muertos. El yo poético se inscribe explícito, y se funde con los elementos de la naturaleza y también de una cruda realidad, siempre con una mirada esperanzadora con miras a futuro. Portogalo se atreve, a fuerza de largos poemas de verso libre que por momentos son prosa poética vanguardista para su época, a cuestionar a la iglesia, a las multinacionales, a los radicales y al ejército, a chicanear a Borges e incluso a satirizar a la poesía como género. Confeso lector y admirador de Walt Whitman, y de los poetas norteamericanos Langston Hughes y Carl Sandburg, Portogalo logra una refinada versión rioplatense de la poesía social de principios del siglo XX. 
Tumulto ganó en 1935 el Premio Municipal de Poesía, por entonces un galardón de alta estima en el creciente pero aún pequeño campo intelectual y literario de Buenos Aires, no sin la ayuda de su amigo y jurado César Tiempo. Fue curioso que un libro con frecuentes incitaciones a la revuelta social, moral, sexual y cultural lograra un reconocimiento hasta entonces limitado a la “poesía culta” o “elevada”. El intendente porteño, por entonces Mariano de Vedia y Mitre, se escandalizó al leer los textos de Portogalo, dedujo de ellos “ultraje al pudor”, anuló el premio, prohibió la venta y distribución del libro, y el buen Giuseppe fue despojado de su carta de ciudadanía porteña. Así, debió dejar Buenos Aires. Vivió algunos años en Córdoba y en Rosario, para luego refugiarse del golpe de 1943 en Uruguay. Lo que vino después en la vida de Portogalo fue menos llamativo: trabajó de periodista en Uruguay, regresó a Buenos Aires para trabajar en el diario Clarín, y murió en 1973, dejando una producción poética de más de diez títulos.
La buena noticia es esta reedición de Tumulto, que respeta la que en 1935 publicara la editorial anarquista Imán, ilustrada por el dibujante Demetrio Urruchúa. A casi 80 años de su publicación, los textos de Portogalo conservan una vigencia que sorprende y la frescura poética que tan bien le vendría a estos tiempos en que contar en forma de verso qué calzón se eligió esta mañana convierte a cualquier cristiano en poeta de salón.