lunes, 30 de julio de 2012

Antes sensibles, ahora cínicos



Cuando Miguel de Unamuno escribió en 1914 su novela Niebla, aquella reflexión metafísica con formato literario en la que autor dialoga con los personajes, en lo que fue tal vez uno de los primeros quiebres de los límites entre la obra y su creador, seguramente no imaginaba que un morochón oriundo de un suburbio del sur profundo del continente americano lo iba a citar reiteradamente, a veces de modo directo y otras algo diferido, en su programa radial, el más escuchado de la trasnoche en una de las metrópolis sudamericanas. Menos aún habrá pensado que una referencia a aquella obra iba a funcionar como motor de la novela que marca definitivamente la llegada a la madurez de Alejandro Dolina como escritor. Cartas marcadas se inscribe de lleno en el sistema conceptual que creó Dolina en éxitos de ventas como Crónicas del Ángel Gris o El libro del fantasma, para clausurar definitivamente todo lo que aquellos libros tenían de adolescente ingenuidad y dotar a su escritura de un halo persistente de acidez y cinismo a la manera de Diógenes de Sínope, aquel filósofo griego que desconfiaba de todo lo que lo rodeaba.
Los personajes son conocidos por los muchos lectores que alguna vez se cruzaron con un libro de Dolina: Manuel Mandeb, el poeta Jorge Allen, el ruso Salsman. Pero el trío de aventureros ya no conforma el grupo de Hombres Sensibles de Flores que añoraban la belleza, el amor y el arte. Ahora putean, frecuentan los cabarets de la zona, se embriagan porque sí, esperan el fin del mundo con resignación y son ásperos comentaristas de las ilusiones ajenas. La locación también se repite: Flores, la clasemediera y meridional tierra de la ciudad de Buenos Aires, emparentada con Oliverio Girondo, Roberto Arlt, lugar de residencia de César Aira, entre otras referencias literarias que pueblan el barrio. Pero en Cartas marcadas, aparece cubierto por una densa niebla que preanuncia el apocalipsis, según los más pesimistas, como marca de un irreversible tiempo nuevo en la patria chica dolineana.
Es sorprendente como Dolina se mantiene vigente echando mano, de algún modo, a los mismos ingredientes de la fórmula: picardía porteña entrelazada con mitología oriental. Filosofía griega en mixtura con sabiduría callejera. Lenguaje elevado salpimentado con lunfardo. Pero aquí varias las partes de cada elemento: Lo alto y lo bajo encuentran en Cartas marcadas una avenida desierta, ideal para confluir y así confundir sus fronteras en un carnaval donde las caretas se caen.


Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 29 de julio de 2012

viernes, 27 de julio de 2012

ANCLA: Periodismo contra los molinos


Cómo informar al mundo, en los momentos de mayor intensidad represiva de la dictadura, del secuestro del monseñor Angelelli, de la censura a los trabajadores de la tv pública de la segunda mitad de los setenta, de los fusilamientos en cárceles de Córdoba, de los robos en los allanamientos de las casas de los secuestrados, de la persecución a los delegados gremiales de todo el país, o de la metodología de la tortura como rutina. Sin retórica panfletaria, con rigor periodístico, dándole voz a multiplicidad de fuentes fidedignas, y con una distribución artesanal pero efectiva, capaz de penetrar el macizo bloque que la dictadura había construido sobre los hechos de violencia política, para que no se filtrara la información de origen popular. La reciente publicación de ANCLA. Rodolfo Walsh y la Agencia de Noticias Clandestina. 1976-1977 (Ejercitar la memoria editores) es un manual de periodismo en estado puro. No sólo porque incluye, por primera vez desde que el 8 de septiembre de 1977 emitiera su último cable informativo, toda la producción noticiosa de la agencia, sino porque además las introducciones están a cargo de Carlos Aznárez, Lucila Pagliai y Lila Pastoriza, tres periodistas que formaron parte de la Mesa de Redacción de ANCLA y que cuentan en primera persona detalles sobre la operatividad cotidiana de aquella tarea contra los molinos: producir contrainformación efectiva, así como también los objetivos políticos trazados por Walsh como responsable de la Agencia. 

Los datos duros dicen que a mediados de 1976, cuando las disidencias entre Walsh y la conducción de Montoneros por la estrategia política fuertemente militarista que venía adoptando esta organización armada en los momentos previos al desembarco de la dictadura ya estaban sobre la mesa, el autor de Operación masacre comenzó a trabajar sobre la necesidad de dar la batalla contra el régimen en el plano de la producción de sentido y de la información. En sus documentos de discusión interna Walsh señalaba: “Entiendo que Montoneros debe seguir la dirección de retirada marcada por el pueblo, que es hacia el peronismo, y que la única propuesta aglutinante que podernos formular a las masas es la resistencia popular” (Aporte a la discusión del informe del Consejo, diciembre de 1976). Por su parte, como es sabido, la conducción de Montoneros planteó, ante el avance crudo de la represión militar, una etapa de contraofensiva que, ya con el diario del lunes, muchos calificaron como el mayor error de la organización revolucionaria más importante de la historia argentina, facilitando de este modo la tarea represiva a través de una sobre exposición de los combatientes en la arena pública.
Así las cosas, a pesar de las discrepancias, Walsh recibió el apoyo político de la organización para montar la estructura de trabajo de ANCLA. La edición de Ejercitar la memoria editores provee detalles de primera mano, redactados por los principales partícipes del proyecto. De esta manera, es posible conocer el trabajo cotidiano de la agencia, en una casa operativa donde se acumulaban viejas máquinas de escribir Olivetti, mimeógrafos que imprimían la información en papel tipo biblia (cuyo gramaje ínfimo facilitaba la distribución), teléfonos, y una serie de scanners y aparatos radiofónicos utilizados para interceptar y descifrar las comunicaciones internas de las fuerzas de seguridad. La información, escrita en un preciso estilo periodístico, principalmente informativo pero con la capacidad de impartir línea política e interpretación de los hechos sin ir en desmedro del protagonismo de los datos, provenía tanto de los cientos de diarios y revistas nacionales e internacionales que los redactores de ANCLA leían y procesaban todas las mañanas, de las escuchas radiofónicas, pero fundamentalmente de la extensa red de informantes anónimos de todo el país, a quienes la agencia daba primacía a la hora de producir cables noticiosos. La información era depositada manualmente en diversas bocas de correo, siempre distantes de la redacción, con destino a cientos de medios de comunicación de la Argentina, y muchos otros del mundo. Y es interesante descubrir, a través de esta edición de la completa producción periodística de ANCLA, un dato que nunca fue demasiado retomado en la extensísima literatura sobre los setenta y la resistencia a la dictadura: los cables informativos despachados por la agencia durante el primer año y medio del gobierno de facto fueron centrales para el conocimiento internacional de lo que ocurría en el país, dando fundamentos certeros para las múltiples campañas por los derechos humanos que se motorizaron desde  el exterior, que los militares luego calificarían como la “campaña anti argentina”.
Otro mérito de la edición es la constante reafirmación de que el proyecto de ANCLA, lejos de ser una empresa épica de unos pocos valientes, se enmarcó en una organización política con vocación de poder, de la envergadura de Montoneros. Desde su primer despacho, “El gobierno militar y los presos políticos”, enviado el 20 de agosto de 1976, hasta el último, “Dinamitan monumento al obispo Angelelli”, del 8 de septiembre de 1977, la agencia de noticias creada por Walsh, que inteligentemente acuñó un nombre disuasivo para las Fuerzas Armadas, señalando un elemento propio de la marina, fue quizás el más puro reflejo de la vida cotidiana de los trabajadores y el pueblo de la Argentina bajo el accionar de las fuerzas represivas.
Ficha:
ANCLA. Rodolfo Walsh y la Agencia de Noticias Clandestina. 1976 – 1977
Ejercitar la memora editores. 225 páginas. $ 80


domingo, 22 de julio de 2012

La punta del iceberg


Carmina Alonso se casa con Loria el Joven contra la opinión de sus padres. Buenos Aires es la referencia urbana indudable, pero sobre sus calles se extiende un velo ámbar que torna sus calles en un paisaje entre bucólico y onírico. Una casona en el barrio de Flores, con un taller de enmiendo de muñecas, será el hábitat de la nueva unión marital, que desde el vamos está predestinada al error. Cálculo y presentimiento, primera novela de Silvia López (en rigor, es su segunda novela, pero es ésta la primera que ve la luz editorial), es de esas historias cuyo devenir transita más por los senderos de la psicología de los personajes que por las acciones de la trama; más se juega en lo no dicho y sugerido que en los diálogos explícitos, de modo que alienta el presentimiento de que el témpano que está bajo el agua es tanto más grande y pesado que la punta del iceberg.

Novela de intimidad, traccionada por la fuerza de los vínculos primarios, Cálculo y presentimiento problematiza el rol de la familia, de la pareja y de los hijos en una época en la que cada día se ausentan más certezas. El padre de Carmina, historiador él, “se convierte en profesor cuando tiene que hacer de padre”; su madre calla lo imaginable, siempre negativo, y sus hijos predicen la muerte de su pareja, por caso.  El mundo del barrio funciona como la especificación del lugar donde las reglas se subvierten (“Lejos de Flores cualquier lugar es ajeno”) y es metáfora del mundo privado, que domina el texto y tiende sogas para la narración a modo de preguntas sin respuesta, propias de un fluir de la conciencia. Insectos persistentes, espíritus que sobrevuelan la casa, insomnio colectivo y comunicación nula o fallida son imágenes y nudos conceptuales que unen las sogas de esta historia de traumas y obsesiones puertas adentro.

Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 22 de julio de 2012

martes, 10 de julio de 2012

Transculturación narrativa en el Caribe


Un sólido camión recibe en su luneta una lluvia de aves salvajes. Plantas, algas y serpientes lo envuelven en la imagen pop que, evocando el choque entre civilización y naturaleza, ilustra la portada de Una tempestad, la versión caribeña escrita por Aimé Césaire en los albores de los agitados 70, hoy disponible en una edición especialmente adaptada para el lector argentino.
La simbología que se desprende de la estructura narrativa de La tempestad, la última escrita íntegramente por Shakespeare, fue retomada en distintas ocasiones durante el siglo XX por diversos intelectuales latinoamericanos para intervenir en el debate sobre la conformación de las naciones, la colonización y la esclavitud, y los procesos independentistas. Debates que, con sus distintos devenires, son rastreables hasta la actualidad. Allí están, entre los más citados, desde el Triunfo de Calibán, de Rubén Darío (1898) y Ariel, de José Enrique Rodó (1900), hasta Islands, del jamaiquino Edward Kamau Brathwaite (1969), y el polémico Calibán, del cubano Roberto Fernández Retamar, intelectual orgánico de la revolución comandada por Castro y Guevara. Sin embargo, menos mencionada por los apuntes críticos pero de una densidad quizás única en cuanto a la complejidad de la operación realizada, en 1969 el escritor martiniqueño Aimé Césaire escribiría Una tempestad, a modo de apropiación del drama shakespeareano en clave anticolonial latinoamericana, que hoy aparece en una edición bilingüe que es mérito del 8vo Loco, con traducción de Ana Ojeda y estudio preliminar de Rocco Carbone y Leonardo Eiff. La obra de Césaire es central para comprender una de las dimensiones fundamentales del debate político y cultural del continente americano en su etapa moderna: no fue sino hasta su intervención, en las puertas de la década de los 70, que la simbología compuesta por las figuras de Próspero, Ariel y Calibán dejó de ser tomada como una parábola de una necesaria civilización de los componentes bárbaros y nativos, para dotarla de un sentido redentor y anticolonial.
Aimé Césaire nació en Basse-Pointe, Martinica, en 1913. Repartió su vida entre la escritura, el ejercicio intelectual y la política: fue dramaturgo, poeta, diputado y alcalde de la ciudad de Fort de France, miembro del Partido Comunista francés hasta 1956, año en que fundó el Partido Progresista martiniqueño. Fundó y dirigió las revistas L’etudiant noir y Tropiques, desde las que intervino fuertemente en la refriega de ideas de su tiempo.
Césaire, junto con el senegalés Léopold Senghor, fue el principal motor para el surgimiento y el desarrollo del concepto de “negritud”, retomado y estudiado por la gran mayoría de los especialistas en estudios culturales latinoamericanos.

La edición de El 8vo loco merece algunas consideraciones aparte. La traducción, a cargo de la escritora y editora Ana Ojeda, se lleva sin lugar a dudas una distinción al riesgo: el original, escrito en francés, aparece aquí traducido al castellano rioplatense. Así, los personajes, de original raigambre sajona, sueltan epítetos como “¡pucha!”, o “éste no tiene jeta de ahogado”, entre muchos otros. El extenso estudio crítico que antecede a la obra lleva las firmas de Rocco Carbone y Leonardo Eiff, e inscribe la obra en el plano de la intervención política más que rescatar su valor artístico, a la vez que discute y propone lineamientos en el plano de la vasta ensayística histórica que existe en la materia de la cuestión colonial en el continente. “El Calibán de la négritude, el Calibán de una de las más articuladas reacciones contra la opresión del sistema colonial francés, el Calibán de Césaire, se enfrenta a un próspero que representa al sujeto occidental en toda su complejidad. Próspero ya no encarna solamente el conocimiento ilustrado, sino todo un orden político económico”, sentencian con marcado oficio crítico Carbone y Eiff. Sin embargo, Césaire no fue un combatiente ciego contra la asimilación cultural occidental. Como anticipo de ideas que más tarde serían centrales en la historia cultural latinoamericana, como la de “transculturación”, trabajada por el teórico uruguayo Angel Rama, Césaire planteaba la necesidad de una suerte de integración cultural (por un lado, en provecho de los aportes culturales cosmopolitas que podía facilitar la relación con Europa, y por otro como reacción ante el avance de los Estados Unidos sobre el Caribe), siempre con un fuerte hincapié en la identidad social del poblador caribeño.
“No me enseñaste nada de nada. Salvo, por supuesto, a chapurrear tu lengua para comprender tus órdenes. Cortar madera, lavar los platos, pescar, lavar legumbres, porque sos demasiado haragán para hacerlo. En cuanto a tu ciencia, ¿alguna vez me la enseñaste? ¡Bien que te la guardaste! Tu ciencia te la guardaste egoístamente para vos solo, encerrada en esos libros gordos que están ahí”, reprocha Calibán a Próspero en Una tempestad. Aquí, el reclamo rebelde del esclavizado ante el esclavizador es claro: no se clama por el territorio. Se clama por el saber.

domingo, 1 de julio de 2012

Ferréz: salir del gueto sin caer en el estereotipo


Corría el año 2003 y la Argentina estaba humeante. Niveles históricos de desocupación, conflicto social, crecimiento exponencial de los índices de pobreza y caída sucesiva de gobiernos. En tanto, en Brasil llegaba a su fin en, en medio de una aguda crisis política y social, el gobierno neoliberal de Fernando Henrique Cardoso. La explosión de una etapa social y política, es sabido, no fue un invento argentino como la birome: los grandes países de la región atravesaban turbulencias similares, producto de una serie de políticas económicas aplicadas en el conjunto del continente. En Brasil, el nivel de violencia callejera en los barrios periféricos de las grandes metrópolis, como Río de Janeiro y San Pablo, se incrementaba a diario. El gobierno militarizaba las favelas, donde vivían (y aún viven) millones de personas, atrapadas entre los límites de una franja social con un techo acaso más bajo que la cabeza. Estigmatizados, olvidados, amenazados a diario por la policía y por las bandas criminales, signados por una profunda desconfianza en la clase dirigente, los habitantes de los barrios más populares del país más grande de América Latina, las famosas favelas, quedaron al margen. Fue entonces cuando desde ese margen comenzaron a hablar, a bailar, a cantar, a escribir más que nunca. Ese mismo año salía a la calle la novela Manual práctico del odio, de Férrez, el nombre con el que se hizo conocer popularmente Reginaldo Ferreira da Silva, hoy editado en castellano y en la Argentina por Corregidor.
Ferréz, es exponente sobresaliente del autodenominado Movimiento de Literatura Marginal, hoy conocido, comentado y recomendado por académicos y críticos especializados de la región, no sin algunos vicios clásicos de esnobismo intelectual. “Pero no fue una idea brillante ni demasiado meditada. El surgimiento de la Literatura Marginal en nuestros barrios fue decididamente una idea desesperada –relata el corpulento Ferréz en un portugués cerrado, vestido de hip hoper, en una casona ubicada en las profundidades de Flores donde se encontró a dialogar con periodistas y grupos culturales de barrios pobres de Buenos Aires-. Fue una respuesta a la cultura de las élites, que no aceptan la cultura de las favelas. Por ejemplo, en la televisión brasileña, para hablar de las favelas llaman a gente que no vive en ellas. Por eso creamos el Movimiento”.
Heredero y continuador del terremoto cultural que generó Ciudad de Dios, aquel libro del carioca Paulo Lins que luego fuera llevado al cine con éxito internacional, Ferréz nació y vive actualmente en Capao Redondo, un suburbio pobre de San Pablo. Este es el dato central: mientras históricamente la literatura llamada “comprometida”, “social” o “realista” (y largos etcéteras) fue escrita principalmente por intelectuales y escritores comprometidos pero pertenecientes a las capas medias o altas, la producción del Movimiento de Literatura Marginal tiene su marca de agua en su firme anclaje territorial. Aquí, se escribe desde las mismas entrañas de la periferia. Ferréz es el principal portavoz literario de este movimiento que empezó hace trece años y que actualmente cuenta con publicaciones, bibliotecas populares, discos, recitales, marcas de ropa alternativas, editoriales, escritores y libros poderosos: “Creamos nuestra propia literatura, nuestros productos y nuestra ropa. Para debilitar a la élite, le pegamos donde más le duele: no consumimos lo que produce, a lo que contraponemos un consumo alternativo. Nuestra literatura está orgullosa de ser de donde es. Normalmente, la gente de los barrios pobres se avergüenza del lugar donde nació y vive, y quiere salir. Nuestro movimiento, en cambio, es de la favela y siente orgullo de ello”, señala Ferréz, que en Manual práctico del odio diseñó una trama prismática con personajes cuyas vidas se entrecruzan signadas por la violencia, el sexo traición y la posibilidad del arte como llave maestra que logre desanudar el ovillo.
Pero a pesar de la afirmación de pertenencia, el mandato de la literatura de Ferréz, lejos de ser inmovilizador, es propositivo y dinámico: Salir del gueto sin caer en el estereotipo. En reiteradas ocasiones, la crítica que llueve sobre los autores de la literatura de la periferia brasileña apunta a la construcción prototípica del personaje de las favelas como delincuente, drogadicto, traicionero de amistades y demás preconceptos erigidos por el cruce entre realidad y formaciones discursivas propias de la cultura dominante. Pero Ferréz invierte la taba: “Sólo hay preconceptos cuando se detenta el poder, sólo el poder genera estereotipos. En las favelas no hay estereotipos, sino una gran diversidad en todo sentido, que trato de reflejar en mis libros” dice el autor de Fortaleza de la desilusión (1997) y Capao pecado (1999), del disco de hip hop Deterinación (2004, con la participación de Chico César y el ex tribalista Arnaldo Antunez) y del documental Literatura y resistencia (2009).  


Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 1 de julio de 2012